Crónica sobre mi manzana

Por Clarisa Laura García

La manzana donde se encuentra mi casa es extraña, de un color gris misterioso. A solo trece cuadras de la Casa Rosada, ahora es un lugar de paso hacia Plaza Dorrego o hacia el Parque Lezama. Está determinada por calles que se llenan solo los viernes en horario pico, a eso de las 18hs, cuando la gente huye de la ciudad hacia el conurbano bonaerense.

Las calles Balcarce y Cochabamba, son especialmente silenciosas, tranquilas, vestidas de pocos colores. Avenida Garay y Paseo Colón, en cambio, le dan un tinte sonoro y transitado a la manzana. Por las noches, esta transmite tranquilidad y a la vez misterio… si uno no conoce, sospecha; si es habitué o habitante, se relaja.

La cuadra de la Avenida Paseo Colón es vivienda de gente de la calle, colchones rotos y fríos, perros vagabundos que acompañan fieles a sus dueños. Entre sus columnas grises prismáticas la gente se detiene unos pocos minutos hasta que el colectivo pasa y se los lleva a otros destinos. La calle Cochabamba, con su marcado terreno ascendente, le hace sentir al caminante -que va hacia el río o que vuelve de él pisando los mismos adoquines que la gente que subía con canastos con pescados-, presumiblemente la misma sensación que tenían los esclavos traídos de tierras lejanas o algún personaje cotidiano inglés de principios del siglo XIX.

Esta manzana no se caracteriza por su vegetación, es más bien “pelada”, seca, bombardeada de publicidades en todas las paredes. Tiene casas muy antiguas y bajas y hacia el corazón de ellas se intuyen múltiples hogares pequeños con mucha gente que uno pocas veces ve. Si se mira hacia arriba se aprecian balcones de duros materiales creados hace siglos con la impronta del arte Nouveau, que pretendía desprenderse de lo figurativo reflejando en sus curvas cosas distintas. Las casas también cuentan con ventanales altos y portones de madera eterna.

A pocos metros de la calle Cochabamba pasa la Autopista 25 de Mayo, que brinda a los vecinos un sonido de fondo que a veces parece lluvia y otras tantas un ruido constante y, a la vez, interrumpido por bocinazos o frenadas de autos conducidos por personas apuradas y nerviosas.

En las tardes domingueras, los grupos de candombe encienden fuegos para aflojar sus parches y caminan por Balcarce llenando la cuadra de ritmo y buena energía, de tambores que retumban y despiertan corazones adormecidos. Algunos mediodías un grupo de vecinos alegres que hace asado en la esquina de Balcarce y Cochabamba, se reúnen a charlar y reír y a embriagar de deseo a las personas que desde sus ventanas abiertas abren sus fosas nasales extasiadas por el rico aroma que se desprende de las costillitas y los chorizos.

 

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