Cuento Corto: “El Conde de la Nina”
La Conquista
Se comenta la historia de un caballero de la nobleza europea, enviado por los soberanos del viejo continente. El Conde de la Nina llegó al nuevo mundo al lado del conquistador Don Pedro de Mendoza, con la misión de supervisar los excesos de los navegantes con los nativos, y entrándose en la ribera del Río de la Plata, los nativos los recibieron cordialmente. Tal vez creían que eran enviados por los espíritus mayores de sus ancestros, y les brindaron cobijo y comida. Intercambiaron souvenirs, y los nativos recibieron alcohol y los famosos espejitos de colores a cambio de sus artesanías.
Pero luego de emborracharlos, comenzó el enfrentamiento. Los españoles se largaron con sus caballos sobre los niños y nativas. Los hombres se defendieron como podían pero la matanza se tornó trágica.
El conde, enviado por la Reina de España, se quedó en el medio y se encontró al lado de un querandí al que le cortaron el brazo con que empuñaba su cuchillo —era el cacique llamado Taboda. Rápido el noble lo arrastró hacia el monte y con el cacique al hombro caminó largo rato hasta llegar a unas tolderías donde recibió el cuidado de los nativos. El conde se aquerenció en ese lugar hasta curarse de sus heridas y llegó a conocer las costumbres y el idioma de los habitantes, como el tehuelche, y a enseñarles el manejo de los equinos.
Al tiempo volvieron los conquistadores con Juan de Garay y 30 españoles. Esta vez los querandíes los recibieron con guerra y con Taboda al frente, empuñando su lanza con una mano y en la otra su infaltable poncho pampa. Los españoles fueron atacados por los mismos caballos que trajeron los conquistadores, y muchos soldados españoles fueron capturados.
La Colonia
Algunos historiadores cuentan que el Conde de la Nina vivía en lo que hoy es el barrio de San Telmo, y que tuvo su papel en las Invasiones Inglesas en la floreciente aldea con casas de amplios jardines, ventanales y patios, y algunas torres que se elevaban hacia el cielo. Estas invasiones reunieron a criollos y nativos, esclavos y la elite porteña, quienes se armaron de valor para defender su tierra y seguir viviendo allí.
El Virrey le pidió al conde ayuda para la estrategia de la defensa de Buenos Aires, teniendo en cuenta su conocimiento de la guerra por haber participado en las guerras napoleónicas. Éste aconsejó tirar agua hirviendo desde los balcones y terrazas, y los más ricos tiraron aceite.
Cuando se logró la victoria hubo un gran festejo en la taberna de Martina Céspedes, al frente de la iglesia que servía de hospital porque acostaban a los heridos en el púlpito donde se daba la misa. Y comentaba la comarca la valiente defensa de Martina Céspedes, quien emborrachó a una docena de soldados ingleses, pero devolvió al Virrey sólo once, porque uno se enamoró de su hija Rosita.
El conde figuró en otros actos patrióticos de la Revolución de Mayo, pero luego de diferencias con algunos cabildantes, y el fusilamiento de su amigo el Virrey Liniers, volvió a las tolderías, que cada vez eran menos. Ahí ayudó a los nativos a defender su tierra, y hasta Saavedra decía que eran hábiles en el manejo del cuchillo y en la batalla del cuerpo a cuerpo, pero jamás fueron reconocidos por ningún gobierno cívico ni militar.
Amores perdidos
También se dice que el Conde sufrió un engaño amoroso de una dama patricia de la elite porteña, y se dedicó al alcohol y al juego, llegando a perder su mansión con deslumbrantes jardines a manos de Lezama. Pero tomó su pobreza con mucha dignidad y decía simplemente no tener dinero. Y así desde algún lugar escondido vio crecer su aldea, celebrando junto al arquitecto Bustiazzo el 14 de febrero de 1897 la inauguración del Mercado de San Telmo, al que llegaron desde el Sur los carros con mercadería.
Dicen que acompañó a Gardel en el Bar Trianon de París, donde escribió versos y se enamoró de una francesita. Dicen que cuando llueve y en la quietud de la noche estalla un rayo se puede oír el triste llamado del conde “Mon Amiiieee…”. Algunos dicen que lo vieron corriendo por la bajada del Parque Lezama con una jauría de perros, y también dicen que se fue con su capa al viento y una rosa roja en la solapa —su mirada perdida como buscando a su rosa blanca por Bolívar e Independencia, y que sigue escribiendo versos en alguna confitería del barrio. También dicen que se lo vio en manifestaciones en defensa de los indígenas junto a sus hermanos Querandíes, Tehuelçhes, o en defensa de los soldados que todavía esperan su reconocimiento del Gobierno. Dicen que se lo vio charlando con José Luis en el Puesto 54 del Mercado y que le decía al presidente de la República de San Telmo que hicieran un cartel que diga, “Bienvenidos a San Telmo” para los que visitan su querida aldea. Dicen…
—Edgardo “Super 8” Gherbesi y Rocko Jowell Gherbesi