Cuentos de encuentros que San Telmo posibilita
Un amor y una amistad que nacieron del barrio
“La seguí como cinco cuadras…”
La seguí como cinco cuadras, cuadras largas y, peor, ascendentes. Pero cautivo y sorprendido por su andar, iba bailando entre baldosas, fueron cinco cuadras largas y bellas. Un día me decidí y le hablé.
El Británico, aquel bar de la esquina fue el centro de nuestras reuniones de los días siguientes y entre mozos bien mozos de Galicia (por no decir gallegos) y las cervezas y los besos y el aroma a bar nos fuimos conociendo y nos conocimos tanto que un día nos casamos.
El bar ya era nuestro, ya incluido en nuestras vidas, a tal punto que cuando nos peleábamos yo salía corriendo para el Británico a contarles –a los mozos– mi calentura. Pero todo empezaba de nuevo en mi bar, el Británico, las reconciliaciones, los besos y esas cinco cuadras de amor pegadas al parque que fueron testigos de nuestro amor.
Los años trajeron hijos y los hijos preguntas y una de esas preguntas fue ¿dónde se conocieron? y que mejor respuesta que “en el Británico”, donde nos dimos el primer beso.
En el bar, después de tantos inviernos, mis hijos fascinados con la historia miraban las paredes, el piso, las mesas… y mientras tanto yo les explicaba que esto era patrimonio histórico. Pero algo fallaba, parecía como si las paredes estuvieran llenas de tristeza y el sol que siempre lo iluminó estuviera en eclipse. Porque ya no era aquel bar Británico de las cinco cuadras y los romances a flor de piel. Me enteré que lo querían cerrar, y quería llorar porque unos señores vestidos de traje con toda la impunidad que los caracteriza me querían borrar mi historia, mi vida, donde conocí a esta mujer que me dio lo que hoy más amo: mis hijos.
Era hora de devolverle al Británico lo que me dio, era hora de luchar por la historia, por mi historia. Caminé esas cinco cuadras agitado, hoy no era por amor, hoy era por todo lo que soy, pero alguien ya se me había adelantado y sí, eran mis hijos. Apenas llegué a la puerta me dijeron, “Pá, por tu historia y la nuestra lo vamos a defender, esto nos pertenece”. Y codo a codo luchamos para que no cierren el Británico y fue una lucha tan grande que la ganamos y en esta mesa donde estoy escribiendo pude terminar este cuento.
—Federico Charquero
San Telmo presenta
Vivir en San Telmo es una sorpresa y un encuentro constante
Si preguntan por qué vivo en San Telmo, respondo que vivir en este barrio es como tener un pie en el país y otro afuera. Ubicado cerca del borde del continente, próximo al agua, que trae aires de otros mares. Es un punto de encuentro y de paso. En sí mismo, San Telmo es un turista que camina y se deslumbra cautivado por lo que acontece en sus propias calles, exclamaciones geográficas donde se abren posibilidades constantemente.
Era una tarde cansina y el turno de las tareas de rutina. Listado de artículos recién manuscrito en el bolsillo, billetera y bolsa enorme de compra mensual. Salvo raras excepciones, la ida al supermercado siempre es más liviana que la vuelta. Hacía mucho calor. Las manos marcadas por el peso de la bolsa. Me detuve a descansar para que volviera a circular la sangre. Cambiar de lado ya no era funcional.
Pasó ese instante en el que me pregunté dónde están los brazos caballerosos, fornidos y oportunos. Un segundo en el que me dije a mí misma: “la próxima contrato el servicio que lleva las compras a domicilio”. Y al siguiente, se me ocurrió solicitar ayuda a cualquiera que fuera en la misma dirección que yo.
“Falta poco”, me dije, y respiré profundo para continuar, sin ejecutar ninguna de esas tres posibilidades. Doblé por el Pasaje J. M. Giuffra, donde el tránsito suele ser más despejado que en la calle Defensa. Falta poco. A mitad de cuadra y sentada sobre el cordón de la vereda, una imagen feliz. Yo demasiado concentrada en mi peso. Cuando estuve cerca, me preguntó: “¿Te ayudo?”.
– No, gracias. Voy hasta acá nomás.
– Te ayudo de todos modos, insistió.
Pensé en lo que estaba deseando hacía tan sólo un momento…
– OK, gracias. Pero realmente voy a la vuelta de la esquina.
A veces, una cuadra o media bastan para que aflore una conversación interesante. Veinte pasos bastan para conectar aunque se hablen diferentes idiomas. Un par de pasos basta para viajar.
Diane. Era francesa. Casi no hablaba español. Acababa de llegar a la Argentina y su estado era: viajante. Abierta, dispuesta, enérgica.
En mi vuelta pesada del supermercado, sumida en el acto reflejo cotidiano de que es más fácil sufrir que abrir la boca para evitarlo, o acceder a lo que se ofrece, casi me pierdo de conocer a alguien tan inspirador.
Ya en la puerta del edificio, me despedí agradecida. Antes de decir Adiós, ella se ofreció a ayudarme a subir las escaleras. Pasmada, dije que no hacía falta, que realmente ya había sido de gran ayuda. Insistió. Dudé. Pero era imposible volver a dudar con sólo verla. Acepté nuevamente. A veces, los prejuicios no son una buena ubicación para ver la película del momento.
Dos pisos por escalera. Y no pude más que ofrecerle un refresco o un mate.
Todo confluyó en un espacio improvisado. Sin saber, ni esperar. Acercamiento y diálogo. Sin razón, sin importar, sin más. Acercamiento y estadía.
Esa tarde, hace más de tres años, Diane entró en mi vida. Hoy es una gran amiga y sigue eligiendo este país para vivir y ser. Se convirtió en diseñadora de la línea de bolsos Voulez Vous, que se venden en una tienda que abrí recientemente, en la misma calle tranquila donde me la presentó ese otro turista llamado San Telmo.
—Victoria Starke
lamento decirte federico que al britanico lo cerraron el britanico de hoy es totalmente falso. Tanto que ya no esta abierto las 24 horas y hoy esta de vacaciones hasta mediados de enero…. ha perdido lo mas importante su escencia que la sostenian sus verdaderos dueños. una verdadera derrota para mi que tambien estuve ahi para que no cerrara, perdimos….el britanico cerró.