DE HÉROES Y DE TUMBAS
“Hay una manera de contribuir con la protección de la Humanidad y es no resignarse”. Ernesto Sábato
«Martín se sentó en el borde de la cama y la contempló: la luz de la luna podía escrutar su rostro agitado… como si en medio de excrementos y barro, entre tinieblas, hubiese una rosa blanca y delicada».
Esa luz entre las tinieblas es la que Sábato intenta encontrar, una y otra vez, sobre los héroes y las tumbas. Pero, como dice Bruno -el personaje que funciona como hilo conductor de su novela-: «La vida la hacemos en borrador. Un escritor puede hacer algo imperfecto o tirarlo a la basura”.
Ernesto Sábato escribió “Sobre Héroes y Tumbas” cuando tenía cincuenta años y una mezcla de arrogancia secreta con rebeldía irreverente, que lo llevó a querer quemar los originales de su novela. Su mujer, Matilde, la salvó y fue publicada en 1961.
Ahora, que Sábato podría ser uno de los héroes de su novela, acercarnos a ella es afrontar una aventura que se vuelve árida y dura porque, con estilo despojado y existencialista que mereció juicios admirativos de Thomas Mann o Albert Camus, despliega todo su escepticismo en carne viva.
“No doy nada a cambio». Es el comienzo de una explicación, hipótesis de un acto de locura menos plausible que la real, más siniestro y más oscuro que la de cualquier tragedia griega.
La historia sucede en Buenos Aires en 1955 y se relatan las escenas del bombardeo del 16 de junio y la posterior quema de las iglesias porteñas.
El libro tiene cuatro capítulos que están separados ontológicamente el uno del otro, entrelazados por un hilo conductor: Bruno, el confesor y alter ego de Sábato, que centra sus ideas en el personaje de Martín, un ser melancólico y abúlico -hijo de un pintor fracasado y de una mujer de la calle- que vaga y deambula en busca de sí mismo que creerá hallar en Alejandra, una atormentada muchacha. Ella será consciente del daño y dolor que puede llegar a provocar pero, a su vez, muestra una contraparte suave y sensible, porque en ella habitan, a la vez, una frágil princesa y un temerario dragón.
Alejandra dice, a boca de jarro: «Me gusta la gente fracasada…” y allí acontece su padre: Fernando Vidal Olmos, que tiene la obsesión de relatar el informe sobre un extraño complot demoníaco y milenario, regido desde la Secta Sagrada de los Ciegos desde la cual, según él, se tejen los hilos que gobiernan el destino del mundo y de los hombres. Sábato va a escribir el “Informe sobre Ciegos” cargado de contundentes y arrasadoras metáforas con rasguños surrealistas.
También formarán parte de ese universo espectral, un elenco de personajes menores y arquetípicos con los que el autor hurgará en el devenir triste y melancólico del habla del porteño.
Más allá de los personajes de la novela, la complejidad de “Sobre Héroes y Tumbas” está en su narración, pues en ella aparecen la primera y la tercera persona y una serie de confesiones difuminadas en segunda, que no sabemos bien quién las hace; o la descripción barroca de una decadente familia retratada a través de un largo monólogo, empalmados con el relato coral del largo funeral de la fiel soldadesca llevando en cabalgata la cabeza del general Juan Galo de Lavalle a la génesis de la patria.
El relato se hace subjetivo en una especie de travelling que deambula entre los diabólicos pasajeros del subte o se pierde por los túneles secretos que unen al Colegio Nacional de Buenos Aires con la antigua Aduana de la ciudad o por los otros pasadizos que nacen en los flancos de la Iglesia de la Sagrada Concepción, ensanchándose luego hasta conformar inconmensurables cavernas, hasta llegar a las adoquinadas calles de San Telmo donde, “sumergido en sus cavilaciones sentado en un banco, al lado de la estatua de Ceres, Martín descubre a Alejandra en el Parque Lezama”.
“Sobre Héroes y Tumbas” fue un revulsivo que puso de manifiesto la metáfora ontológica del hombre ante el límite de la existencia y para muchos será la mejor novela argentina del siglo XX y una de las obras centrales de la literatura latinoamericana, que estaba en su esplendor al momento de ser editada.
En 1984 Ernesto Sábato recibirá el Premio Cervantes, la máxima distinción de la literatura de habla hispana. Al premio le siguió en España la publicación del “Informe Sábato”: la investigación sobre los derechos humanos vulnerados durante la dictadura en la República Argentina, titulado “Nunca Más”.
Ernesto Sábato estuvo siempre imbuido del misterio del Lezama y como señal permanente, pidió en custodia la estatua del Otoño o La Vid -de la serie Las Cuatro Estaciones- perteneciente al parque, que se encuentra en el jardín de su casa de Santos Lugares desde 1971.
Los vecinos de San Telmo, el 7 de noviembre de 2004, le hicieron un sentido homenaje con una placa conmemorativa en el corazón del Parque Lezama. Esa tarde el maestro se quedó sentado en un banco del parque, acaso esperando que se sentara a su lado la fantasmal figura de Alejandra.
He vuelto a aquel banco del Parque Lezama /
lo mismo que entonces se oye en la noche /
la sorda sirena de un barco lejano /
mis ojos nublados te buscan en vano.
“Alejandra”: Tango, de la serie 14 para el tango.
Letra de Ernesto Sábato / Música de Aníbal Troilo
Texto e ilustración: Horacio “Indio” Cacciabue