De la mano y por la calle Humberto I°
La idea de El Sol ha sido siempre valorar la historia de nuestra pequeña aldea y darla a conocer -en este caso- a través de sus habitantes históricos, para lograr el arraigo de las nuevas generaciones por medio de la transmisión de la cultura barrial.
Cuando conversé con Eduardo Maciel, me sorprendió la precisión y nitidez de sus recuerdos y lo invité a contarlos en nuestras páginas.
“Desde que nací, hace 62 años, vivo en la misma cuadra, Humberto I° al 700. Mis padres: Elvira y Alberto -ella de Banfield y él de Flores- vinieron a vivir en el 727 y allí estuve alrededor de 30 años, hasta que la casa de mi infancia fue vendida y demolida. En ese momento me mudé donde estoy ahora, en la misma cuadra. Conservo un ladrillo de ella y una baldosa de su patio, como recuerdo. Era una casa antigua tipo chorizo, ventana a la calle, zaguán, vestíbulo, habitaciones que daban a los dos patios -muy frías en invierno y muy calurosas en verano-, baños en el fondo que se compartían y cocinitas chiquititas. Había inquilinos, como la Mabel que ahora vive en Villa Lugano y a la que veo cada tanto”, dice con nostalgia pero con felicidad.
Y agrega: “Muchas veces estoy sentado en el umbral de mi casa, miro los frentes de toda la cuadra y trato de viajar en el tiempo imaginando los locales que estaban y la gente que había en ese momento”.
“Llevame de la mano” y describime lo que recordás…
E.M.: Si nos paramos en Humberto I° y Chacabuco, caminando hacia Piedras, en la esquina par del 700 -donde ahora hay un local cerrado- estaba la farmacia y perfumería Antigua Delta hasta 1977, aproximadamente. El farmacéutico era Juan Carlos Daglio y su esposa fue mi maestra de primer grado en la escuela Rawson.
En la esquina, donde hay un autoservicio, había una rotisería llamada La Catalana que era atendida por un matrimonio; los vecinos íbamos a comprar ahí, porque tenían todas las cosas de almacén.
La pizzería La Moderna, en sus años de esplendor, la atendían sus dueños. De un lado estaba la pizzería y del otro -entrando por Humberto I°- era un almacén, que luego fue el reservado donde iban las parejas. Estaba Ramón, antes que Manolo y vendían pizzas, empanadas, helados Laponia, postres: merengues, sopa inglesa, pañuelitos. Y al edificio que está en el 701 lo vi construir entre 1964/1966 por el Banco Galicia; en un momento se detuvo la construcción, fue tomado y al final lo terminaron.
El entusiasmo de su relato me lleva a querer saber qué vecinos vivían en las otras casas de la cuadra y lo desafío a recordarlos. Casi con los ojos cerrados, busca en su mente cada portón o ventana y vuelvo a dejarme “llevar” por Eduardo, quien detalla:El edificio que está en el 710, es de la familia italiana Piaggio y son todos inquilinos. A continuación estaba la casa, que ya no existe, de la familia De Zeta de origen siciliano y allí vivían: doña Luisa, la Chola, Coca y otros que se reunían los domingos, en el patio, debajo de una parra. Yo solía ir, porque siempre me invitaban.
Había tres PH de la familia Smurra, en el 725 -actualmente el inmueble ya no existe- donde vivía una de mis tías.
Frente a mi antigua casa había un local donde vendían artículos de limpieza, cigarrillos y algo de librería. Era de la familia Lema, cuyos hijos eran más grandes que yo pero iban al mismo colegio y mi mamá solía cruzarme para hacer alguna compra.
En el 731 vivieron durante muchos años los Higa, una familia japonesa. A continuación había dos casas que fueron demolidas. A la altura del 737/739 se alquilaban habitaciones con baño compartido, como era costumbre en esa época; con el tiempo el inmueble se puso en venta y lo compró un vecino de la cuadra, ya fallecido. La vivienda del 745 es de un antiguo vecino y, en el local que se ve, estaba la imprenta de Salorio.
Enfrente -en la vereda par- había dos casas que ya no están, en una de ellas vivía un doctor que trabajaba en la Casa Cuna y en el 756 -donde hay una casa de dos plantas que está en venta- estaba la Federación Argentina de Papeleros. Cuentan que cuando se inauguró vino Eva Perón y desde al lado -760-, que era un conventillo, le alcanzaron -con una caña- un ramo de flores y una carta donde le pedían una máquina de coser que a los dos días la Fundación Eva Perón la envió junto con alimentos, colchones y otras cosas.
A principios de los años sesenta, en ese conventillo, en la parte de adelante vivían gitanos y en otras piezas estaba Irma y un señor Mario, que estaba de novio con una chica joven que lo dejó. Él, de la tristeza, se arrojó a las vías del subte en la estación San Juan; lo atendieron en el Hospital Rawson, pero perdió una pierna y los vecinos de la cuadra hicieron una colecta para comprarle la pierna ortopédica.
A mitad de cuadra -755- hay una casa grande que le decíamos la casa de PAMI, porque vivía toda gente mayor y en el 761/763 era la de Elvira Maio -planta baja y primer piso-, que ya murió. Con sus hijos Chiche, Cachito -fallecido- y Marcelo yo iba al colegio.
En el 772 hay tres puertas juntas, allí vivía la familia de Fernández Blanco, que -por esos años- me dio trabajo en una compañía de seguros y en el 776 vivía una partera.
El Sanatorio Duval estaba en el 782, donde mi mamá trabajó de enfermera en la década del cuarenta; según dicen, fue el primer sanatorio del personal del correo. En 1992, presentó la quiebra.
Volviendo a la vereda impar, 777, estaba la peluquería Noralí atendida por las hermanas: Nora y Alicia, que ahora una vive en Perú al 900 y la otra en Humberto I° al 800. El padre, Antonio, también tenía allí su peluquería y atendía a los chicos del barrio haciéndoles el famoso corte medio americana, que era casi obligatorio en esa época.
En el 775 había un peletero que hacía tapados de piel y arriba vivía una profesora de piano. La casa existe pero está muy modificado el frente y es un hostel. En la esquina, donde hasta hace poco era una casa de ropa de mujer, había una fonda.
En diagonal, donde está el baldío, había un bar muy antiguo; mi papá solía ir a tomar el vermouth y me llevaba. Enfrente hay una edificación nueva, todo ese predio era de la dueña del Aceite Cubillas. También estaba la ferretería de Carelli, una tiendita de ropa para hombres y casas de familia e inquilinatos.
¿Las veredas eran arboladas?
No, el intendente Carlos Grosso hizo poner los árboles. Antes solo estaban en el sector de la plaza Dorrego y en Humberto I° al 200, además de la zona del Bajo.
¿Pasaban colectivos por Humberto I°?
¡Claro! Pasaba el 126 que venía por Bolívar, daba vuelta en la esquina donde está el restaurante Caracol, seguía por Humberto I° hasta Sarandí y después tomaba San Juan. Además pasaban el tranvía 44 que iba para Parque Chacabuco y el 63 que llegaba hasta Plaza Italia. Fueron tranviarias también Chacabuco, Bolívar, Defensa, San Juan, Estados Unidos e Independencia cuando era angosta, en los años setenta.
¿A qué jugaban los chicos de la cuadra?
Tengo que decir que amigos del barrio tuve muy pocos, porque me criaron a la antigua. No era de estar en la calle, pero a veces los varones jugábamos a las escondidas -hace un tiempo, hablando con el administrador del edificio del 710 le contaba que cuando era chico me escondía atrás de la puerta que abre a su zaguán porque las casas tenían las puertas abiertas y nosotros nos escondíamos adentro-; a la mancha por toda la cuadra; al policía y ladrón; a la pelota; tenía un triciclo y, ya más grande, una moto con sidecar así que no me puedo quejar de lo que viví. Las chicas se mostraban sus muñecas y saltaban al elástico y la rayuela.
¿Y a qué escuela iban?
Al Guillermo Rawson de Humberto I° al 300, donde a la noche funcionaba una escuela para adultos donde se enseñaba dibujo; el Valentín Gómez en Piedras al 800 que era solo de varones y la Cnel. Suárez, a la vuelta en Independencia 758 -fue demolida cuando ensancharon la avenida-, de chicas. Cuentan que por las medianeras de los patios del fondo, que las unían, se tiraban cartitas.
También la escuela de señoritas de Perú e Independencia donde, en el primer piso, funcionaba un Departamento de Odontología cuyos profesionales recorrían todas las escuelas del barrio para controlar la salud dental del alumnado.
En la calle Caseros al 700 la escuela Juan de Garay, en Piedras al 1400 la de integración, la Dean Funes en Defensa al 1400 y también las religiosas como: María Auxiliadora en Garay al 500; Santa Catalina en Piedras al 1500; el Jesús María en Carlos Calvo al 900.
¿Qué recordás del Patronato de la Infancia?
A los chicos con el guardapolvo gris, el pelo cortado al ras, algunos de ellos agarrados de las rejas y que muchos de mis juguetes terminaron ahí.
Tenía una parte de internación sobre Humberto I° al 300 y sobre la calle Balcarce al 1100, a mitad de cuadra, estaba la escuela del internado. Allí, de vereda a vereda, había un túnel con azulejos blancos por donde pasaban los chicos cuando llovía para que no se mojaran. Una vez lo fui a visitar, pero hace años lo tapiaron porque está la Escuela 26.
¿Había cines en San Telmo?
Sí, recuerdo haber ido a ver una película de Lolita Torres al Cecil que quedaba en Defensa al 800, también estaba el Carlos Gardel en Bolívar al 1100 -cuando yo era joven, ya estaba cerrado y abandonado- y el San Telmo, en Chacabuco al 900. Ahí daban La Fiaca con Norman Briski y un día se incendió, pero nunca se supo nada más hasta que se demolió; ahora es un PH.
Enfrente había una concesionaria que tenía un taller mecánico en el fondo, actualmente hay un supermercado chino.
¿De chico, dónde ibas a pasear?
Al parque Lezama, a la calesita y a caminar con mi papá por Martin García. Tomábamos el trolebús hacia La Boca para comer en El Pescadito. También me llevaban a la placita de la Concepción que era de la Independencia. Disfruté mucho los años de mediados de los sesenta y principios de los setenta, pero no quedó nada de todo eso, cuando camino por ahí… es otra ciudad.
Ya grande irías a comprar a las confiterías de la zona ¿Te acordás de alguna?
Las más conocidas eran: La Francesa en Piedras al 1000, Gamas en Cochabamba al 700 que mandaba los pancitos y facturas para los chicos, a la escuela Rawson y en Humberto I° al 900 La Pureza.
En Bernardo de Irigoyen y Humberto I° la Gran Sur con servicio de lunch a domicilio y con mozos; en la mitad de cuadra Duna y antes de llegar a San Juan, La Condal donde ahora hay un edificio. Más hacia Constitución, la Múnich y -en Brasil y Bernardo de Irigoyen- Los Leones.
¿Qué recordás de la calle Defensa?
Desde 1973 empezaron a llegar los anticuarios, pero antes había panaderías, dos jugueterías grandes con juguetes de hojalata, mercerías y zapaterías, locales de comestibles; recuerdo al aceitero y el Mercado… Ir al mercado a la salida del colegio con mi mamá a hacer las compras, era una fiesta. Saliendo por Estados Unidos había bazares donde vendían cristalería y porcelanas, las carnicerías, frutería, verdulería, productos de granja, almacén, tiendas… había de todo en el mercado de San Telmo. Hoy queda muy poco o nada de eso y los precios son para los turistas, no para los que vivimos en la zona.
¿Qué extrañás más que nada?
La fábrica de zapatos y zapatillas La Tijera que estaba en Piedras al 1200, donde ahora pasa la autopista; la cajera te regalaba caramelos Suchard. Y lo que añoro mucho es todo lo que había en las calles Lima y Bernardo de Irigoyen, desde la Botica del Ángel hasta las confiterías y negocios… hoy es una desolación.
Y en la cuadra me acuerdo de doña Luisa -715- que me cortaba el empacho y los domingos hacía las pastas y me invitaban a comer y cantaban: El que tenga un amor que lo cuide que lo cuide, la salud y la platita que no la tire, que no la tire… Uno tocaba el timbre o el llamador y te hacía entrar para compartir. También a Pierina, en el 713, que era modista de la casa Argentina Scher.
Parece un cuento pero no lo es… Es la historia del barrio. Para no vivir de los recuerdos, simplemente tenemos que reconstruir la buena vecindad.
Isabel Bláser