Divina Diversidad
Texto y fotos por Élida Ramirez
Akane de Hiraku (14 años), Sueli Silva (35) y Catalina Sánchez (75). Tres mujeres, tres generaciones, tres culturas. Un barrio.
La adolescente Akane, aunque sea una hora por día ayuda a su papá en el mercadito de venta de alimentos y verduras. Ella es la segunda generación de la familia china Hiraku, que vive hace dos décadas en San Telmo. El abuelo, Hirosh, vino a la Argentina buscando un país más abierto y con oportunidades de trabajo. Los hijos, incluso el padre de Akane, se criaron aquí y esta adolescente -que tiene ojitos pequeños- es porteña. “Me encanta conocer mis orígenes, saber hablar chinês, oír las historias de mis padres, pero mi país es Argentina y mi barrio, San Telmo”, dice.
La brasilera Sueli cuando vino a Buenos Aires vivió en Palermo, Belgrano, pero logró aconcharse en las calles chiquitas del más viejo barrio de la Ciudad. Visitó la Plaza Dorrego para sacar fotos, se enamoró del barrio y compró su vivienda sobre la Av. San Juan. “Cuando hice mi primer ángulo para una foto en la placita, supe que me quedaría. Y aquí estoy hace 3 años. La paredes de acá respiran historia y me inspiran para crear y fotografiar cada vez mas”. Hoy Sueli vive con tu pareja, el argentino Diego Vázquez.
“Más de 70 años de mi vida pasé aquí, sobre la calle Carlos Calvo”. Es así que la española Catalina Sanchez se presenta. Vino al país cuando era muy chiquita. Todavía mantiene el acento español. Dice “¡me encanta comer medialunas tomando mate!. Mi paladar no es español”.
Además de esas nacionalidades, San Telmo tiene vecinos bolivianos, ecuatorianos, chilenos, peruanos… Parece el mismo mundo, dentro del más pequeño barrio de Buenos Aires.
¿Pero porqué aquí somos tantos y tan distintos?. Como pasa generalmente, la historia nos lo va a explicar: El pueblo originario del barrio lo formaban las personas que trabajaban en el puerto. Durante la segunda invasión, San Telmo fue uno de los puntos estratégicos ocupados por los británicos y baluarte de la resistencia criolla, donde las hazañas del pueblo quedaron grabadas en la historia. Tras la reconquista, sobrevino la creación de la parroquia de San Telmo que cambió el nombre de la región llamada de San Pedro Telmo para -solamente- denominarse San Telmo.
Con el transcurso del tiempo la barriada fue extendiéndose hacia el oeste y aparecieron las primeras casas con paredes de ladrillos y techos de teja de una sola planta. En los sectores más alejados existían ranchos entre huertas, quintas y baldíos. La llegada de carretas desde el sur llevando gran cantidad de productos hacia la Plaza Mayor fue constituyendo a San Telmo y su plazoleta, en una parada obligatoria que comenzaba a otorgar al sitio una fisonomía comercial cada vez más creciente.
Por la proximidad con el río, el barrio fue poblándose de inmigrantes europeos, especialmente españoles. También lo habitaban familias Patricias tradicionales que fueron dejando para la inmigración la posibilidad de instalarse en los conventillos que eran adecuados, para ese fin, por oportunistas terratenientes. Además el barrio también fue explotado por marineros, soldados y mazorqueros.
La población de San Telmo fue evolucionando con el tiempo: primero comenzó a acrecentarse el número de ingleses que, luego de las invasiones, devinieron en comerciantes que traían sus mercaderías sin necesidad de intermediarios. Más tarde se instalaron en el barrio algunos núcleos de población italiana, afincados cerca del río hasta su confluencia con el riachuelo. Ya en el Siglo XX, los “gallegos” inundaron San Telmo y -por momentos- “el barrio se parecía a La Coruña o Pontevedra”, comentan los historiadores. Este crisol de razas le fue infundiendo una característica muy especial, que el tiempo y la modernidad no pueden desvirtuar.