El casco histórico: un plan para pensar

Recientemente, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires anunció nuevos cambios para el Casco Histórico, particularmente para los barrios de Monserrat y San Telmo. Una propuesta que avanza sobre 21 cuadras de la zona y que retoma la idea de “prioridad peatón”, escenificada desde hace algunos años en el microcentro. La peatonalización es una forma de repensar las ciudades, sobre todo en sus centralidades, con relativo éxito en las europeas. “Marcher la ville” ha sido la consigna de funcionarios, especialistas y académicos que, como en Francia, es declamada en otras urbes de ese continente.

Peatonalizar y caminar algunos de los lugares de las ciudades contemporáneas, particularmente los centros históricos, son principios que se asientan en procesos de recualificación que recuperan o intentan recuperar elementos del pasado patrimonial, embellecer, estetizar y monumentalizar los espacios y bienes materiales y simbólicos asociados.

Como puede observarse, la idea de volver a caminar las callecitas de un casco histórico remite, como con la recuperación del sentido patrimonial, al pasado lejano, remoto, idealizado y romantizado en torno de lugares valorizados históricamente ¿Deberíamos caminar como se hacía en el siglo XVIII, cuando las ciudades eran pequeñas y los colectivos, motos, autos no existían, pero sí los carruajes y carros antiguos llevados por un caballo, a los que solían subir los pobladores más distinguidos? Hay expertos en el tema que dicen que revalorizar el patrimonio en relación a ese tipo de recualificaciones, implica vivir la ciudad como si fuéramos patricios de hace cien años o más, próximos a los monumentos, las fachadas históricas y los referentes patrimonializados durante la modernidad. No obstante, para representarnos esa sociedad de la colonia, es necesario inventar un “imaginario patrimonialista” que nos retrotraiga a esa época y la cultura predominante.

Menos autos, más veredas, peatones, verde, luminarias, canteros, banquetas, además de la nivelación de las calzadas, son algunas de las intervenciones que el gobierno local propone desarrollar en el casco histórico, siguiendo la idea de “paisaje peatonal” que prevaleció en el microcentro porteño. Pero ¿En quién o quiénes estamos pensando cuando elaboramos una propuesta como esa? ¿En los residentes del barrio, en los transeúntes que habitan otros, en los turistas?

Estos procesos han tomado en cuenta los cascos históricos de muchas de las ciudades europeas conocidas, como Barcelona, Roma, París; entre otras. Son espacios monumentales, vinculados -en general- al pasado medieval, donde las personas no viven, solo circulan durante una parte del día, para dejarlo cuando anochece y, entonces, el sitio se aísla del bullicio de la ciudad. Si bien, las ciudades latinoamericanas siempre son vistas como empobrecidas, carentes de patrimonios “pesados” relacionados con períodos históricos alejados en el tiempo, muchas de ellas han copiado esos modelos. Son procesos sin color político, pues tanto La Habana en Cuba, como La Candelaria en Bogotá o Quito de Ecuador, han sido objeto de estas nuevas propuestas con impacto sobre las apropiaciones sociales y cotidianas.

El centro histórico de La Habana como el Barrio Gótico de Barcelona enmudecen cuando cerca de las 7 de la tarde, el sol comienza a esconderse y el peligro parece acechar, porque los pobladores ya no están y los turistas evaden estos lugares para entretenerse en otros. Incluso en Quito, donde el movimiento durante el día es mayor, porque aún hay cotidianeidad, el vaciamiento ya forma parte de la estetización colonial: un vaciamiento vinculado a los tiempos del día, pero también a las expulsiones de población no deseada en las aspiraciones del casco histórico.

Son experiencias europeas, pero también latinoamericanas. En Buenos Aires, durante muchos años, estos procesos no lograron cuajar, aun cuando los gobiernos locales procuraron desarrollarlos en el Abasto, La Boca e incluso en San Telmo. Sin embargo, ahora hay propuestas que llegaron para quedarse, ofreciendo el “paquete recualificador” desde una visión de confort asociada a la tranquilidad, el comportamiento respetuoso y la mirada contemplativa sobre los espacios públicos.

No es mi interés centrarme en las imágenes o lecturas falsas acerca de cómo era el Pasaje 5 de Julio (uno de los espacios que ya se está renovando). No es mi objetivo quedarme en el debate sobre la patrimonialización: si el adoquinado es centenario o no, si la nivelación entre veredas y calles se corresponde o no con la relación que había en el pasado, entre otras cuestiones. Prefiero interpelar(nos) acerca de los efectos complejos que estos procesos pueden producir en el habitar –más complejo que simplemente residir-.

Me pregunto cuántos de nosotros (porque habito el centro histórico y circulo por el mismo en forma constante) miramos el patrimonio como cuando somos viajeros que buscamos lo exótico y la curiosidad. Muy por el contrario, quienes habitamos el lugar, salimos a trabajar, comprar alimentos, tomar un colectivo para ir al médico, a la escuela, la universidad o incluso para ir al teatro o el cine y todo eso, en general, no lo hacemos caminando, sino tomando un transporte público que desde hace tiempo ya tenemos a muchas cuadras de este “bonito” casco histórico.

La peatonalización en el marco de la recualificación puede ir en contra del habitar. Los lugares patrimoniales, aunque puedan ser usados y apropiados por quienes son parte desde hace tiempo de los mismos, cuando son embellecidos comienzan a pertenecen a la mirada del mundo. Son transformaciones que, materializadas en la higienización, estetización, monumentalización y hasta en la recreación patrimonial imaginaria, acaban produciendo procesos de desposesión para quienes son cotidianamente sus habitantes (incluyendo los transeúntes) y procesos de posesión por parte de nuevos sujetos que gustan de contemplar, caminar tranquilos, sentarse, hasta decidir irse.

Entre la posesión-desposesión, estos cambios producen barrios despojados de ese “caos” cotidiano, así como impactan sobre espacios convertidos en lugares aislados y desertificados.

¿Queremos habitar un barrio bello, a costa de tener que caminar muchas cuadras para llegar al transporte público? ¿Quiénes podrán ser parte de esa dinámica social que aísla y vacía? Habitar el patrimonio no solo es mirar el patrimonio, también es vivirlo, usarlo y apropiarlo.

Mónica Lacarrieu

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