“El cuento es el protagonista”
Escritora y narradora oral.
Descendiente de una familia histórica de San Telmo, Stella Maris Cambré vivió al nacer en Azopardo 858 -CABA- “en una casa hermosa de ocho departamentos con patios enormes llenos de plantas y sol, rodeados de habitaciones”, como la describe amorosamente.
Cuenta que sus abuelos paternos: “Él italiano y ella española, se conocieron acá y al casarse vivieron en Carlos Calvo 17; luego se mudaron a la calle Azopardo, con sus cuatro hijos. Uno de ellos se casó con mamá -a quien conocía desde chiquita porque jugaban juntos desde los 8 años- y, como fruto de ese amor, nací yo. Cuando la propiedad fue comprada por un laboratorio, para depósito, mi familia se mudó a la calle Perú al 900, donde aún resido”.
El barrio, entonces, es parte de su vida ya que no solo la acunó sino porque asistió a la escuela primaria N°21 Hipólito Vieytes -cuando estaba en Independencia y Perú y hoy, frente a su casa- y se recibió de maestra en el Normal N°3 -Bolívar 1235- del cual “tengo un gran recuerdo, porque había excelentes profesores a quienes les estoy muy agradecida por la formación que me dieron”; destaca Stella Maris.
Además de trabajar como secretaria haciendo “de todo, como siempre sucede en ese tipo de tareas, en los últimos años organicé los eventos de la Fundación de uno de los más importantes laboratorios, a los que han asistido hasta alrededor de 4000 personas”, comenta.
Pero al margen de esa importante actividad, su real vocación es escribir y, con el tiempo, descubrió que a eso podía agregarle la transmisión oral, porque “desde chica escribo cuentos y poesías y siempre tuve la necesidad de comunicarlo de alguna manera”, afirma Cambré. Quizás esa necesidad la hereda de su padre quien incursionó en la actuación y filmó dos películas: “El camino por delante” y “Ansias”, que ella vio proyectadas en el Teatro San Martín cuando era una niña.
Como sucede en muchas vidas que se encuentran con su destino en el momento menos pensado, así le pasó a Stella Maris: “Estudiaba guitarra y la profesora, una vez por mes, hacía un encuentro donde cada asistente tenía que presentar lo que quisiera: tocar una melodía, cantar, etc.. En uno de ellos, una señora dijo que contaría un cuento y eso me hizo pensar que yo podía contar los míos. Y así empecé, casi sin proponérmelo”.
Pero su inquietud no quedó allí, porque en el Centro Cultural San Martín hizo muchos talleres. “Algunos con la poeta y narradora Ester de Izaguirre (1923-2016), a quien agradezco todas las oportunidades que me dio. Y me inscribí en un curso de narración que daba Roberto Saiz (actor, director, profesor de teatro y narración oral). El primer día había como 40 alumnos, algunos avanzados, que narraban muy bien, contaban cuentos propios y otros, como yo, que no sabíamos. Cuando me iba comenté que me parecía que para eso no servía, ya que no estaba al nivel del resto y Roberto me dijo: ¨No vengas para estar a nivel, no vengas para estudiar, no vengas para narrar, vení para divertirte; vení otro día más y después ves¨. Me convenció y seguí; a veces iba esporádicamente, pero prendió la semilla. Recordé los cuentos que me contaba mi padre, una y otra vez cuando volvía de trabajar y me sentaba en sus rodillas, los de otros escritores y también a querer narrar los míos. En realidad no era solo narrarlos, sino escribirlos e interpretarlos”, afirma.
En cuanto a las presentaciones que realizan, Stella Maris cuenta que: “Nosotros vamos de la mano de Roberto Saiz, quien arma el espectáculo como un gran maestro que es ya que sabe sacar de cada uno lo mejor y su propio estilo. Somos un grupo variado donde hay narradores, actores, escritores, estudiantes, etc. y a fin de año cada uno hace su presentación en un encuentro. Elegimos lo que queremos presentar y vamos recibiendo las sugerencias y propuestas del director, que se refieren a: agregar, sacar algo o de qué otra manera puede decirse para mejorarlo. Por ejemplo, el año pasado elegí narrar algo muy dramático que hablaba sobre cómo una persona se pasa la vida buscando un sueldo y aguinaldo en el trabajo y finalmente no queda nada. Es muy duro y lo dije con el sentimiento que me provocaba, que era demasiado denso para ser escuchado. Entonces Roberto me sugirió expresarlo de otra manera, con una pequeña dosis de humor para que no fuera tan grave porque si no era para el suicidio”.
En cuanto a otras presentaciones fuera de su grupo habitual, destaca que Daniel (falta el apellido…) la llamó para narrar; su amiga Ana Ricino (vecina del barrio, con quien se reencontró en un taller en el San Martín) “era parte del grupo Café Bretón y de su mano llegué a él donde narré, con Marcó del Pont, un texto mío: ¨La gaviota¨, a la que le pasa de todo pero no quiere perder sus plumas mal sino que quiere ser digna hasta el final de sus días”. Se presentó también, por su cuenta, en La Subasta (con micrófono abierto); intervino en La Manzana de las Luces, invitada y realizó su aporte desinteresado y vecinal cuando nuestro periódico organizó la Jornada “A la Dorrego: Hacela tuya”, narrando el cuento: “La gallina loca” donde creó un momento de atención inédito en un espacio a cielo abierto.
Con relación a la forma de preparar cada narración, Stella Maris detalla: “Elijo el texto, lo estudio de memoria y a veces le quito o pongo cosas del hablar cotidiano para que se entienda o le cambio términos, porque algunos son originarios de otro país y los adapto. Después lo presento y Roberto propone hacerlo de distintas maneras: divertido, llorando, bailando, dramático, agregándole elementos o realizando diferentes movimientos del cuerpo. De todas esas pruebas vamos elaborándolo, hasta encontrar la manera final”.
Pero sin duda hay diferencias entre el narrador y el actor y ella lo distingue así: “El narrador tiene cosas de actor, pero está más concentrado en el texto, en la voz; la actitud del narrador es lo que atrapa. El cuento tiene un final y hay que llevar al que escucha ¨de las narices¨ hasta ese momento, porque si no se queda sin saber qué quisiste decir. Hay que atraer la atención de otra forma, porque lo importante es el cuento. El es el protagonista”.
Cambré, ante mi conjetura de que el director va llevando al narrador a esa instancia donde se despoja de sí mismo para que el texto tome vida, confirma que eso “Se siente. Es muy distinto cuando uno lo dice frente a un público que no es el habitual -que generalmente son los compañeros que sugieren o critican- porque el sentimiento es diferente y posiblemente hasta uno lo diga de otra forma. En mi caso, siempre cuestiono ¿Por qué me tengo que reír cuando el texto es denso? Y sin embargo el director va marcando la mejor manera de expresarlo, que no siempre es la transmisión literal. El mérito del narrador es poner su ductilidad para modificar sus actitudes, su voz”.
Dice que le gustaría editar sus escritos, pero también enseñar a leer: “Soy maestra y escucho cómo lee la gente y a veces es terrible. Es importante leer bien, de una manera divertida, entendiendo el texto y dándole sentido. La lectura te lleva a otro mundo, te transforma. Si no disfrutás, simplemente leés”.
Su “oficina”, como ella denomina al bar El Federal, es el ámbito de encuentro con amigos -como María Rosa a la que conoce desde el Normal- o el lugar que elige para leer un libro o, simplemente, para disfrutar del paisaje barrial que quizás transforme -dando rienda suelta a su imaginación- en un cuento o poema que luego narrará, liberando su alma para transmitirle esa intensidad al espectador. Doy fe que lo logra.
Texto y foto: Isabel Bláser