El grupo como forma de integración

Por Tatiana Michalski y Gregoire Fabre

¡El argentino es muy curioso! Recordamos, cuando llegamos a Argentina hace dos años, la cantidad de preguntas que nos hacía la gente que acabábamos de conocer. Preguntas que uno no está acostumbrado a escuchar en el ´viejo continente´. Después del “¿De dónde sos?» o del «¡¡¿¿Para qué te viniste a vivir acá??!!», sigue -casi siempre- la pregunta «¿A quién votas?» «¿De qué barrio sos?» o «¿De qué cuadro sos?» y todos estos interrogantes tienen que ver con el hecho de que muchos argentinos, de una u otra manera, necesitan pertenecer a algún grupo.

Entendimos, rápidamente, que teníamos que formar parte de uno de esos grupos para estar integrados a esta sociedad. Entonces comenzamos a tomar clases en un taller artístico, pero en realidad era mucho más que un curso de arte. Todos los artistas que se reunían allí compartían el ambiente, la música, el mate, las galletitas, horas de discusiones muy íntimas y los chistes del profesor. Era como ser parte de una familia.

Antes de mudarnos al barrio de San Telmo vivíamos en Boedo, en un conjunto de viviendas de principio del siglo XIX. Había un pasaje que tenía salida a dos calles. Pasar por una de las puertas para introducirnos en él era como entrar en otro mundo, un mundo donde la gente se saludaba, compartía asados que se hacían el domingo sobre los techos y hablaba mucho tiempo a la sombra, hasta la tardecita.

Una vez el vecino de enfrente se dio cuenta que teníamos bastante tos y nos dejó, por debajo de la puerta, un papelito escrito a mano que decía «Vin Brulé, receta mía (comprobada con todo éxito)». ¡Nos emocionó mucho!. Era como vivir en un pueblo.

Y ahora que estamos en San Telmo, esa solidaridad barrial se nota tanto como en Boedo. La gente acá todavía sabe compartir tiempo y amor.

Algo importantísimo, que también es muy típico de este lado del planeta, es tener un grupo de amigos/amigas del mismo género. Tienes una novia, pero antes de la novia está el grupo de amigos de siempre, los que conocías antes que a ella y que, seguramente, seguirás teniendo después de tu novia. Y es igual para las mujeres que tienen sus amigas de la infancia, del trabajo o de donde sea y que se reúnen una vez por semana para tomar mate y hablar de todo durante horas. En esas reuniones de amigas, es muy impresionante ver como las chicas pueden conversar todas al mismo tiempo, pero escuchando lo que dicen las otras… Y logran entenderse, ¡increíble!. Para los chicos también es un momento privilegiado para poder decir cosas bien machistas, que no ´deben´ escuchar las chicas…

Pero el grupo más importante, el que todos los extranjeros que viven en Argentina tratan de integrar, es el grupo de los argentinos. Tienes la impresión, cuando llegas a un país tan cosmopolita con gente de todas partes que vinieron en distintas épocas, que va a ser muy fácil ser visto como un lugareño. Y eso debe ser una de las cosas que más seduce en Argentina. Pero después de un tiempo, te das cuenta -por ejemplo- que al hombre que atiende un restaurante, que vino de España a los tres años y hoy tiene ochenta todavía se lo distingue como «el gallego».

Otro ejemplo podría ser que cuando uno siente que empieza a hablar bien el idioma cada vez que conversas con alguien, después de un rato, te dicen «pero vos tenés una tonada… ¡tu rrr suena a franchute! «. Y eso, hay que admitirlo, duele un poquitito… Porque el sueño nuestro, al final, es integrarnos a este grupo, el de la gente del hermoso país que elegimos para trabajar, vivir y desarrollar un proyecto bien argentino: ¡una pulpería!.

Nos dicen «No, pero déjate de joder, ustedes extranjeros… ¿Abriendo una pulpería? ¿Ah, pero van a vender vinos y quesos franceses?”. A lo que contestamos: “No, solamente productos argentinos. Porque lo mejor para la Argentina es un argentino con una buena baguette francesa”.

 

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