“El libro es una construcción que incita”
Sábado a la mañana, día soleado y ventoso típico de primavera. Me paro en la vidriera, observo los libros que en ella se exponen e intuyo que la charla con el librero de la librería Galerna -Perú 1064, CABA-, será muy interesante.
Llegué a él porque una vecina me comentó que Fernando Llera sabe lo que le interesa leer y cuando entra le dice: ¨Tengo un libro que te va a encantar¨ y muchas veces es así. Pensé, entonces, que no era solo un vendedor de libros y eso me atrajo.
El barrio está cambiando su fisonomía, tanto edilicia como humana, pero todavía existe ese tipo de relaciones personales que lo distinguen y es precisamente ese tema el que abre nuestra charla, cuando Fernando dice claramente: “Estamos en un momento vacuo de la historia argentina en que solo importa el cascarón y no el contenido. Uno puede saber mucho o poco, pero lo que sabés es muy importante porque es tu identidad. El saber te da la identidad como persona, como librero o lo que seas y como pueblo”.
El Sol: ¿El hábito de la lectura puede cambiar a las personas?
F.L.: La lectura tiene algo muy importante y es que produce en el cerebro humano cuatro cosas al mismo tiempo: informa, entretiene, crea juicio abstracto y genera juicio crítico. Está comprobado médicamente que cuando uno lee en una pantalla, el ojo necesita ajustar la distancia óptica y surge un parpadeo imperceptible por el reflejo que produce y, además, la atención se concentra en los efectos placebos, anulando el pensamiento y generando reacciones de estímulo-respuesta. Si pienso la librería diferente al contexto, estoy fuera de la realidad, pero sí puedo ayudar a formar a la gente en la práctica del pensamiento, de la cultura.
¿Los que gerencian las editoriales son idóneos en la materia?
En general en los grandes grupos editoriales los que resuelven son licenciados en administración o doctores en economía. No saben nada de libros, se concentran más en el negocio, no son del “métier”. El que es de la profesión tiene paciencia, va orientando al que toma las decisiones pero -al mismo tiempo- sabe que hay que cuidar al negocio y al cliente, porque este es un recurso que hace viable al establecimiento.
¿Hasta dónde influye un libro?
Hay personas que se van formateando de esa manera. Entran a una librería y dicen: quiero un libro que me sirva para… o que me enfoque en… o que me ayude a… No tienen el concepto de investigar, piensan que el libro es algo mágico. Leer no es fácil, el libro es una construcción que incita y es una proyección en el tiempo. Eso con la supuesta modernidad, instantaneidad, se está perdiendo.
¿Cómo ves a los chicos en ese sentido?
Un día viene un abuelo y compra un libro para la nieta que estaba sentada en el escalón de la entrada. Cuando se lo da, la nena mira el libro y con dos dedos de la manito hace el movimiento como si estuviera abriendo una pantalla. Fue tremenda la imagen. Allí entra la responsabilidad adulta, porque se deciden los estilos de vida de las sociedades futuras. Un padre responsable no le puede comprar un celular a un chico de seis años o de catorce y si se lo compra, tiene que enseñarle para qué usarlo. Luego está el contexto, porque todos sus amigos lo tienen y ahí hay que hacer hincapié en que no todo lo que es masivo es bueno y tampoco necesario. Porque eso pasa por el tener y no por el ser. Además, estos elementos tienen un concepto tecnológico que se llama obsolescencia programada o sea que cada dos o tres años necesitás uno más actualizado. No estar “pegado” a eso te hace más libre y tu forma de comunicarte es variopinto.
¿Las librerías tienen un toque de autor?
En general tienen un toque de autor. Nosotros ponemos lo que queremos que la gente lea o lo que tenemos ganas que se diga. Transmitimos. Los titulares de una librería, son las vidrieras. Hay muy poca gente que viene sabiendo lo que quiere leer, mucha otra hojea o consulta qué podría ser.
¿Qué libro sí o sí debe estar en sus estanterías?
Si es argentina tiene que estar el Martin Fierro, algo de Borges. Tiene que haber autores argentinos y debemos recomendar escritores como Haroldo Conti, Marshall Berman, Arturo Jauretche, Manuel Baldomero Ugarte, Norberto Galasso, que quizás para la academia son cuestionados como Osvaldo Soriano. Muchos de los jóvenes son producto del mercado y el marketing, no tienen lenguaje propio y, en ese sentido, todavía falta la construcción de una nueva literatura que nos represente plenamente en cuanto a nuestros conflictos sociales internos. Más allá de detestables publicistas de modelos políticos y económicos, que existen y los vemos en medios de comunicación. El Legado del rey Tsongor de Laurent Gaudé, me parece bellísimo porque habla de la eternidad. Y el que no pondría nunca es “Mi lucha” de Adolf Hitler, como tampoco ningún libro que incite al odio.
¿Cuáles libros no se piden tanto?
Los clásicos griegos, los clásicos de la literatura argentina. Pero también tiene que ver con la política editorial, que no los vuelven a editar. Hay una mala información en la gente, porque cree que un libro está eternamente en una librería y -en realidad- están cuatro años. Luego tienen que buscarlos en los lugares de saldo o segunda mano. Por otro lado, piden libros que vieron en una página de internet, de otro país y le tenemos que explicar que no llegaron acá, que no tenemos todo lo que hay en el mundo.
¿Ser librero es un oficio?
No, es un arte. Es un artista que hace muchas cosas. Cuando armo una vidriera -la hago los domingos a las siete de la mañana, cuando no hay nadie en San Telmo-, estuvimos una semana antes con los chicos de la librería para ver cuáles son los libros que vamos a exponer, qué argumentos tenemos para ponerlos. No están exhibidos porque sí, están ahí porque queremos decir algo, porque queremos que la gente lea esos libros y se interese en esos temas. Tenemos que preocuparnos, para poder ocuparnos en vender.
¿Qué preparación necesita un librero?
Un librero se forma después de veinte años. Esto es como en la ferretería donde pedís una arandela de tal forma y el ferretero busca en el cajoncito que corresponde. Uno que recién entra no lo puede hacer, porque hay una estructura, necesita un tiempo de preparación. En ese sentido es un oficio, se aprende. Cuando superás esa etapa, es un arte porque ves la manera de hablar con la persona, conocerla un poco, “preocuparte” por lo que quiere y luego sale decirle el libro que quiere o tiene que llevarse. Ese mecanismo, ese arte se desarrolla, se aprende.
Entonces es cierto que guiás al lector…
Muchas veces sí. Nuestros clientes nos cuentan cosas, sabemos cómo son, lo que leen, cómo es su grupo familiar. A veces, a los conocidos y “ubicables” le decimos: “Llevátelo y después me lo pagás”. Somos como una familia.
¿Qué pensás de la Feria del Libro?
Que sirve para vender libros y para promocionar al autor, pero es un hecho comercial. En realidad no se venden más libros y tendrían que valer mucho menos y no cobrar la entrada. Pasa como La Noche de los Museos. Ese día hay miles de personas, pero esa no es la realidad del uso de los museos. Los que vamos a los museos o al cine o cada tanto a ver una obra de teatro, somos siempre los mismos. Lo otro es generar una ilusión de que hay cierta cultura; es alimentar algo que no es real.
O sea que eso no demuestra la cultura del pueblo…
La cultura, las ideas, están en la calle, en los bares. El contenido es lo que da la identidad. Ser más culto es un trabajo de años de formar y educar esa identidad, tiene que ver con no cortar el subsidio a la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) para que pueda seguir el Programa de Lectura de Verano para que los chicos lean; defender más y mejor la educación pública; no privatizar los sistemas de educación; sacarle los privilegios a los colegios confesionales, que aunque algunos cumplen muy bien sus objetivos otros son un negocios. Y la educación no es un negocio, es una actividad estratégica del Estado para formar la identidad de nuestro país.
¿San Telmo es tu barrio?
No, vivo en Parque Patricios, que ahora se está transformando mucho, voltean casas y levantan una torre. Pero por otro lado, el gobierno anterior tenía el proyecto de llevar el Archivo Histórico Nacional en el predio donde estaba la cárcel de Caseros y ahora parece que lo están haciendo así que yo, como soy Profesor en Historia, estoy feliz.
¿Cómo pasaste de Licenciado en Historia a librero?
Mi vínculo con el libro fue antes del profesorado y empecé por casualidad a los 17 años cuando un amigo vendía libros en la playa y como en el verano yo no tenía nada que hacer, lo acompañaba y le llevaba los libros. O sea, fui changarín de libros. Luego comencé a venderlos por paqueteo, iba a un barrio, tocaba el timbre y ofrecía; fui un gran vendedor de diccionarios enciclopédicos. Entonces estudié para ser librero, en la Scuola per Librai Umberto e Elisabetta Mauri en Milán y me enseñaron de todo. Allí conocí a mi maestro Romano Montroni, Director de la cadena de Librerías Fertrinelli, increíble, otra cultura. La gente se dedica a consumir libros como parte de su vida cotidiana.
¿Y luego?
Volví, empecé a trabajar oficialmente en esta profesión que te hace crecer porque -como decía Montroni- el librero es un obrero renacentista, tiene que saber de todo: poesía, economía, mujeres, electricidad, limpiar una vidriera, aconsejar, poner la oreja y ese es el último oficio renacentista. Y también, como él decía, es un gran celestino porque casa el alma del autor con el espíritu del lector. Poder sugerir un libro y luego que te digan que lo siguen recomendando, implica que cumplís una misión. Es como ayudar a alguien a que su vida tome un rumbo distinto. Los libreros leemos mucho, porque tenemos que descubrir el espíritu de los autores.
¿Alguna vez tuviste tu librería?
Sí, cuando trabajaba en Mar del Plata en una librería con café -cosa que no me gusta ya que se convierte en un revistero de lujo, porque la gente hojea los libros y los usa para pasar un rato- vino una mujer uruguaya, que volvía a su país después de 30 años de estar exiliada y compró muchos libros. Dijo que le encantaría tener una librería así en Uruguay y le di mi tarjeta para que me llamara si necesitaba algo. Al poco tiempo había comprado un local en Montevideo, en una esquina (San José y Dr. Barrios Amorin) como yo le había sugerido y quedamos que ella ponía la plata y yo mi conocimiento. Era un sueño hecho realidad, porque le dibujé al carpintero -sobre las mismas paredes- las estanterías que necesitaba, tenía juego de luces… funcionó muy bien y debido a eso estoy yendo un vez por año a dar seminarios de venta y marketing. Pero la señora se quiso ir, porque no se adaptó a la realidad de su país y deshicimos la sociedad.
¿Cómo llegaste a Galerna?
Es una cadena de librerías que tiene 14 sucursales y esta es la más grande, en cuanto a literatura infantil. Yo estaba trabajando en una de Palermo y como los marplatenses -en general- no somos personas fáciles, hacía un esfuerzo para adaptarme a esa pretensión de alcurnia de esa zona de la ciudad pero quería cambiar. Por eso, hice circular mi tarjeta y me llamó uno de los dueños de acá, el Dr. Daniel Razzetto. Charlamos y desembarqué en noviembre de 2013, estoy muy agradecido a él pues me dio una amplia libertad para trabajar.
La librería no era como se ve ahora, pusimos libros, la arreglamos, tengo la suerte de trabajar con un personal increíble: Alhena Bello una chica venezolana que maneja toda la parte infantil porque muchos jardines y escuelas vienen los días de semana a hacer actividades y también está Andrés Wittib que aprendió mucho de libros y es como mi mano derecha (con perdón de esto último).
Fernando dice que “San Telmo cuenta con librerías increíbles como: Club Burton; Walrus Books; Fedro; El Rufián Melancólico; Caburé; Nueva Librería. Son mágicas y es bueno que así sea porque los libros, cuando los abrís, te van generando ideas, proyectos, te sopapean para que cambies. El libro aunque no te haya gustado te hizo bien porque provocó en vos la reafirmación o el rechazo de un concepto. Una librería es un pequeño universo. Siempre fueron una trinchera ideológica muy fuerte y se nota mucho en las vidrieras”.
Me sorprende cuando cuenta que en la editorial Sudamericana, estaba Francisco –Paco- Porrúa (editor y traductor literario, 1922-2014) “al que nadie todavía le ha hecho un homenaje”, quien en 1967 leyó dos originales: el de “Rayuela” y “Cien años de soledad”. Iba a tomar café al bar Caracol -Bolívar 1101- con Gabriel García Márquez, quien decía que no volvió más a Buenos Aires porque tenía miedo de despertarse del sueño.
Salgo sonriendo y con una certeza: siempre debo hacerle caso a mi intuición.
Isabel Bláser