El Mercado de San Telmo. No pudieron con él.

Texto y fotos por Elida Ramirez.

Mercado San Telmo

Defensa, Carlos Calvo, Bolívar y Estados Unidos. Cuatro calles, tres entradas,115 años, mucha historia.

 

María Sánchez, 64 años, profesora jubilada, compra verduras todos los sábados por la mañana. “Desde niña venía con mi papá. Ahora estoy aquí con mi nieta. Quiero que ella traiga a sus hijos, cuando sea adulta, para que conozcan la historia de la ciudad a través del mercado”.

Ubicado en el más importante espacio comercial del barrio, El Mercado de San Telmo hoy mantiene viva la historia del lugar y, por qué no decirlo, la historia de Buenos Aires.

Su construcción marca la llegada de los inmigrantes de Europa. La creciente población en la región hizo necesario la implementación de un lugar para abastecer a los moradores locales. Fue entonces que José Ocantos decidió emprender la construcción de un gran espacio, donde los vecinos pudieran comprar sus artículos de primera necesidad cerca de donde vivían.

Mercado San Telmo - esquina

El lugar elegido fue un galpón que había albergado una alfarería, fondas y billares; sitios para el ocio popular. El arquitecto italiano Juan Antonio Buschiazzo, se encargó del diseño y creó un edificio con base de pilares de acero medio punto con un techo vidriado para lograr una claridad natural y las entradas dispuestas de manera que  el flujo de la ventilación sea constante. El piso de mármol de carrara fue utilizado tanto en los halls centrales como en las estructuras interiores, produciendo un tono italianizante que le dio una impronta de modernidad. El 14 de febrero de 1897, fue inaugurado y pronto se convirtió en el punto de encuentro de los vecinos del barrio.

Con el correr de los años se lo vio un poco abandonado y perdió parte de los clientes que concurrieron a los modernos supermercados, mercados chinos y otros negocios alternativos para abastecerse. El edificio también estaba en malas condiciones de conservación y fue restaurado dos veces (en los años ´20 y en los ´70). El piso de mármol, donde pasaban los carritos con las mercaderías hoy está desgastado, pero fue mantenido. El techo de vidrio fue recuperado y las paredes pintadas. Eso devolvió la buena energía al lugar y un respiro para el local, pero en los ´90 surgió otro problema:

el cambio de los hábitos de compra de la población, que comenzó a concurrir a las grandes cadenas de supermercados que al negociar la mercadería en cantidad obtenían precios más bajos para los consumidores. Sumado a esto, el auge de los shoppings

que ofrecían variedad de comercios y seguridad en un mismo local y el concepto de globalización que trajo la inclusión en el mercado de las grandes marcas, dejando olvidada la particularidad de los mercados de los barrios.

Por eso fue necesario adaptarlo a las nuevas necesidades de la ciudad ya que, pese a la gran crisis económica que asoló a la Argentina desde comienzos del nuevo milenio, el auge de los supermercados o de los shoppings y el cambio de hábitos de compra de la población en general, el Mercado de San Telmo supo subsistir.

Primero fue la inclusión de los artesanos dentro del mercado. Muchos de los que vendías sus trabajos en la feria del domingo comenzaron a usar el espacio para sus productos. Después, la creación del paseo de la antigüedad que trasluce el nuevo concepto del barrio que se tornará un polo de venta de objetos históricos y de arte. El sostenimiento

de las tradicionales carnicerías y verdulerías se produjo por los fieles clientes del barrio que mantuvieron el hábito de comprar alimentos frescos. Los puestos de café, picadas y comidas típicas también quedaron, manteniendo la tradición de la compra seguida por la charla entre amigos.

El amor y dedicación son algunos de los secretos de la resistencia de la vitalidad del Mercado de San Telmo. “Yo quiero el mercado como quiero a mi casa y creo que está distinto, pero mejor ahora que antes. La antigüedad sumo cultura y cada pieza se refiere a personas, situaciones y por eso a las historias de Buenos Aires”, cuenta el comerciante

Eduardo Puentes, que tiene un puesto de ventas de arañas y otras rarezas. En su puerta hay un muñeco de Gardel en tamaño natural que “invita” a -quien quiera- sacarse fotos gratis junto a él. La esposa de Eduardo, Iris, explica que no es una cuestión de plata. “Carlitos nos representa. Por eso lo dejamos, para que todos lo disfruten”. Agregan que “Ni la crisis de 2001 derrumbó nuestro mercado y ese mismo año fue declarado Monumento Histórico Nacional por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ingresando al legado cultural y, lejos de convertirse en un museo, el Mercado está más vivo que nunca”.

Luego de la ampliación y restauración de su estructura clásica, la renovación de los puestos acompañando las transformaciones del barrio, su mercado predilecto incorporó ese nuevo rubro, atrayendo así a turistas, viajeros, nostálgicos que ahora conviven con los vecinos de siempre.

Matías vive en San Telmo. Le gusta tomar vino y comer una picada por la tarde. Cuando hay basura en los pasillos, la levanta y la tira donde corresponde. Si hay una escoba libre, limpia el piso. Nos dice, “Mi vida es aquí. Mis amigos, familia, recuerdos. Y cambié, el Mercado también cambió, pero nuestra esencia es la misma. Las cuido a las dos”.

 

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