“El ser humano necesita una mirada bondadosa”
Si tuviera que definir a José María Fernández Alara, despojándolo de sus títulos y actividades que realizó y realiza en su vida, diría que es un humanista.
Mi interés por conocer más de él, surgió luego de leer uno de sus libros -El invento argentino- porque sentí que había una sub-trama en sus cuentos, una observación social, un mensaje solidario. Por ello, le pregunté si esa fue su intención y me respondió: “Es una especie de guiñada al otro, busco la complicidad y si la obtengo empieza un diálogo. Es un poco jugar, como cuando éramos chicos, con nuestros amigos del barrio. Las historias que cuento no buscan ni tienen una moraleja, las voy relatando con esa mirada porque creo que existe esa realidad, la imagino y hasta la deseo así. Sé que la existencia es más dura, pero si podemos mirarla alejándonos un poco del ruido y buscando aceptar la limitación humana y las tonterías de nuestro orgullo y seguridad, podemos hasta sonreír y respirar mejor.
¿Tus lectores interpretan esa propuesta?
Trato de hacer ese juego donde me siento un chico y puedo decir lo que quiero cuidando que el otro me entienda, porque ese es el objetivo. El hecho de que se rían de lo que cuento, lo confirma. Otros entienden literalmente lo que escribo y preguntan si esa historia me sucedió. Les digo que no, pero que las vivo en mi imaginación.
¿Esos personajes viven en vos?
Creo que sí. Me parece que tengo facilidad para hablar usando diferentes códigos, los de un obrero, un profesional o el que tiene mucha plata. Los entiendo, capto sus formas de sentir y expresarse y, en consecuencia, me es fácil transcribirlo. Los oigo hablar y el tratar de entenderlos produce una apertura mental, que me ayuda. Tengo personajes que son psicólogos, barrabravas, curas, presos, jueces… Siento que conozco su idiosincrasia, su lenguaje. Pienso que la vida es una vidriera donde todos estos personajes tratan, dificultosamente, de comunicarse. La mayoría de las veces sin entenderse mucho, pero logran acercarse un poco.
¿Cómo se te ocurren?
Están en mi cabeza. A veces me pregunto: ¿Qué locura es esta? Si me divierte y me “hablan” de cosas que me importan trato de relacionarlos, los ubico cerca de lo que conozco. Por ejemplo escribo mucho del barrio, porque quedan pocos y los que hemos vivido en alguno tenemos como un sello, porque fue nuestro primer grupo de pertenencia, nuestra familia ampliada. Muchas veces la nostalgia tiñe los recuerdos y dulcifica hasta nuestras rabias y enojos. El vecino al que odiábamos, porque rezongaba cuando jugábamos a la pelota frente a su casa, hoy lo recordamos como a alguien al que no dejábamos dormir su siesta y lo vemos con una mirada más comprensiva.
¿Querés decir, sin juzgar?
¡Claro! El ser humano necesita una mirada bondadosa. Está solo, nace solo, le cuesta mucho aprender las cosas, tiene muchas obligaciones, la vida no le es fácil. Creo que esa es la mejor mirada. Además, me hace bien a mí.
¿El humor te ayudó? ¿Cómo decifrás lo racional del disparate?
Me río bastante de mí mismo, de metidas de pata, de decisiones que tomé. Hay gente que no puede aceptar que se equivoca, yo sí. No volvería a repetir la misma vida, aprovecharía para cambiar lo que me equivoqué. El humor ayuda a entenderse y aceptarse, tanto a uno mismo como a los demás.
Trabajé bastante con el psicoanálisis y este te obliga a escuchar las otras cosas que está diciendo la persona. No te podés quedar con el discurso manifiesto, hay que buscar eso otro que cuenta. La otra verdad. Esto se engancha con una vieja pasión mía por conocer. Es uno de mis gustos preferidos. A veces lo otro que está diciendo parece un disparate.
¿La sociedad tiene una mirada pesimista?
Sí, los distintos fracasos de nuestro país nos inclinan -en general- a ver todo trágicamente y con una resignación depresiva. Así se manifiesta nuestro humor social. Quizá si se bajara el nivel de violencia y agresión latente, disminuiría nuestro nivel de estrés y mejoraría nuestra calidad de vida.
Fuiste seminarista, sos abogado, psicólogo, trabajaste en el área de Recursos Humanos de una importante empresa, publicaste libros… tu camino es vasto.
Fui dando vueltas con diferentes visiones de cómo es el ser humano. Creo que las distintas aproximaciones que viví, enriquecieron mi “biblioteca” y mi visión de la vida.
¿Encontraste mucha gente afín en ese camino?
Sí, por suerte la encontré. Siempre me fue fácil relacionarme. En algunos lugares me sentí más que cómodo, por ejemplo en el Hospital Evita (ex Araoz Alfaro) trabajando dificultosamente con psicóticos. Los que trabajamos en Recursos Humanos en los años noventa tuvimos que despedir gente y eso fue muy doloroso. Pero en las empresas también hubo largas “primaveras de Praga” (1968 – Checoslovaquia, libertad ante las estrictas normas impuestas por el régimen soviético), donde poder ayudar en la participación de los obreros enriqueció mi vena social. Yo quería que la gente creciera, se desarrollara y viví el poder trabajar en ello con mucha alegría. Tuve experiencias humanamente muy ricas, cuando hacíamos grupos de gestión participativa con los obreros. A veces se solucionaban los problemas o se implementaban proyectos propuestos y otras no se podía. Pero, aún en estos casos, la gente se sentía bien porque era respetada. Era emocionante oír que agradecían, porque era la primera vez que se los escuchaba.
¿La vida pasa por las pequeñas cosas?
Sí, creo que nos movemos dentro de pequeñas historias como común denominador. Uno nace, va al colegio, trabaja… y muy de vez en cuando una gran historia: un amor, los hijos, un dolor grande. El ser humano es un conjunto de historias pequeñas. Creo, firmemente, en la trascendencia de las pequeñas cosas. Esa es nuestra vida y allí está la posibilidad de poder vivir un poco mejor. A los problemas y conflictos que nos rodean se les puede bajar el nivel de los decibeles, el tono, si entrecerramos los ojos y tratamos de entender al otro, aceptando que todos buscamos cosas parecidas.
¿Estamos dispuestos a entender al otro?
No, creo que no. Pero estoy convencido que existe esa otra mirada. A medida que crecemos tendríamos que ser más tranquilos, más pensantes. Si el otro tiene una opinión y yo intento decirle algo diferente pero no lo logro, la solución no es el conflicto porque después nos vamos a sentir mal. Se pueden buscar caminos de encuentro. No me gusta la imposición, ni el apostolado, ni el marketing, ni el contubernio.
En tu libro El invento argentino, desmitificás el trabajo como centro de nuestra vida ¿es una crítica social?
Sí, sobre todo porque cada vez se trabaja más, con más ataduras, con los sistemas que han extendido el control fuera del lugar de trabajo (mail, celulares, watsApp). Esto atenta contra sentirse bien trabajando y haciendo cosas creativas, saliendo un poco de las exigencias y rutinas que tiene el trabajo formal. Se ha impuesto un sistema de mucha exigencia, de mucha supervisión y poca dirección. Se hace difícil independizarse del trabajo y descansar o disfrutar de otras cosas. No es bueno una visión tan unilateral. No es que piense que no se debe trabajar, sino que cada uno lo haga como pueda o quiera. ¡Si pueden también tocar la guitarra que lo hagan, es más divertido!
¿Muchos no se atreven por seguir un mandato familiar?
Lo importante de la vida no es de quién se es hijo, sino quién se llega a ser. Los mandatos existen, algunos deben continuarse, pero quizá convenga recordar que si uno no sale de la madre, de la familia, de esa historia, es muy difícil que llegue a ser alguien aunque lo parezca. El deber ser del hombre es olvidarse de quién se es hijo; lo vas a llevar en tu bagaje pero el desafío es ser uno mismo.
¿Cuánto hace que vivís en San Telmo y cómo te llevás con él?
Hace cuarenta años y me llevo muy bien con esa visión de la vida. Observo a la gente, escucho sus historias y “juego” con ellos afectuosamente. Trato de vivir mis historias y de entender las de ellos. Extraigo observaciones que me enriquecen. San Telmo tiene una idiosincrasia muy especial: bohemia, cultura, hijos de inmigrantes pobres. Es un barrio con personalidad fuerte. No cualquiera vive en él, porque tiene su historia y sus leyes pero siempre vas a tener la libertad de pensar y hacer lo que quieras, hasta salir vestido como te parezca. Nadie se mete con nadie y todos nos conocemos un poco. No somos amigos, somos compañeros de ruta. Formamos parte de una gran familia.
Texto y foto: Isabel Bláser