El tigre del bandoneón

Morocho engominado con raya al medio, ojeras de noches torcidas, manos con uñas azul cerúleo.

Compadrito de sombrero gris, traje a cuadros trencillado, pantalón con ancha franja con tres botoncitos de nácar en la bocamanga. Chaleco de fantasía, corbata plastrón con un alfiler de diamante y, en la cintura, un cinto de cuero con su nombre labrado.

Eduardo Arolas era un aristócrata del fango que se convirtió en leyenda.

Hijo de franceses analfabetos de Perpignan, nació un 24 de febrero de 1892 en un conventillo de la calle Vieytes.

“El Pibe de Barracas”, lo llamaban. Fue dibujante y decorador hasta que se entreveró con la música.

Estudió teoría, solfeo y armonía con José Bombig. Se inició con la guitarra, pero pronto se destacó tocando el bandoneón en cafetines y tugurios del sur que rememoran a Aquilea, la ciudad mítica que Jorge Luis Borges creará para el film “Invasión” de Hugo Santiago.

El nombre Aquilea refiere a la leyenda de “Aquiles en la guerra de Troya”, pero sus calles y bares eran los del barrio sur de la Buenos Aires de comienzos del siglo, poblada de hombres de a cuchillo.

En uno de esos bares, una noche de garufa, Arolas con apenas diecisiete años, estrena su primer tango deslumbrando con su fueye. 

En otro bar del barrio sur, en la calle Cochabamba, pleno San Telmo, se hace leyenda por su temperamental forma de tocar. Entre sus seguidores estaba el vecino Anselmo Aieta.

«Era tan temperamental que el fuelle no resistía sus manos, el bandoneón era poco instrumento para un corazón tan grande», dijo Enrique Delfino. «El Tigre del Bandoneón” llamaron a ese “refucilo” que solía romper el instrumento, víctima de su ímpetu al tocar. 

En 1911 integrará su primer trío con Ernesto Ponzio, el temible “Pibe Ernesto” en violín y Leopoldo Thompson en guitarra, para amenizar las veladas en los cabarets del centro.

En 1912 se unirá a Agustín Bardi y Tito Roccatagliata y deslumbra a Roberto Firpo, quien lo convoca para actuar en el Armenonville, donde va a debutar Carlos Gardel.

Gardel y Arolas tenían en común la pinta, la labia, el don musical y el glamour de ser ambos hijos de franceses. Juntos recorrían los tugurios de la noche porteña como dos dandis irredentos.

En 1917 Gardel canta “Mi Noche Triste” y el tango se transforma en una música mayor, una abstracción lerda y doliente. Eduardo Arolas será pionero en reemplazar la alegre acordeona italiana por el llanto del bandoneón como eje central de la orquesta.

Fue el creador del rezongo en el tango, el inventor de los fraseos octavados y los pasajes terciados a dos manos. 

“Le aterraban las estridencias instrumentales y la marcación machacona y monótona del ritmo cortante y acelerado”, dijo Julio de Caro.  

Logró imponer el sonido ligado y fue el artífice original de la potencialidad interpretativa del tango que, con él, se hace lerdo y tristón, “Arolas fue un creador afiebrado”. Su creatividad fue tan desordenada como fértil, tan inspirada como talentosa. Llegó a componer más de trescientos tangos: “Derecho viejo”, “La cachila”, “Maipo”, “El Marne”, “Papas calientes”, “Fuegos artificiales”, “Comme il Faut”. 

Continuó tocando con Firpo y luego con Julio de Caro, Rafael Tuegols, Luis Bernstein y el pianista Roberto Goyeneche y por las noches “el Tigre” recorría los mejores cabarets y prostíbulos de Buenos Aires, luciendo exquisito vestuario y un altanero desenfado para seducir a las mujeres. Pero era un “rufián melancólico”, que se mostraba irascible y pendenciero. Asumía sin complejos su condición de cafisho, aunque dice la leyenda que el bon vivant de la noche porteña sería precipitado a la ruina por una mujer -amante suya- que se dio a la fuga con su hermano mayor.

Eduardo Arolas nunca se recuperó de ese golpe y se fugó a París, donde anduvo a los tumbos tocando como un fantasma en boliches de mala muerte de la ciudad luz.

El deambular como un fantasma de su figura será eternizado en el film “Las veredas de Saturno” (1984),de Hugo Santiago donde retorna la Aquilea, la ciudad mítica y ausente.

Por lascalles empedradas y esquinas sin ochavas que mimetizan a París con un San Telmo fantasmal, un bandoneonista -Rodolfo Mederos- busca desaforadamente, hasta su muerte, el fantasma de Eduardo Arolas.

En el París de los años veinte, derrumbado por el alcohol y las drogas, Eduardo Arolas va a encontrar la muerte. El certificado de defunción atestiguaba que había muerto de tuberculosis en un hospital, el lunes 21 de septiembre de 1924. Pero la leyenda afirma, en cambio, que fue emboscado por una patota de macros que le propinaron una paliza y un tiro de gracia, en venganza por haber seducido a una bailarina con “dueño”. Versión más adecuada a la fantasía borgiana del guapo y suicida, que moría solo en la calle y en su ley.  

Dice José Gobello: “El Tigre del Bandoneón” era un creador afiebrado; como si supiera que su tiempo sería breve, reclamaba posteridad”.

                                                           Texto e ilustración: Horacio “Indio” Cacciabue

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