El uso privado del espacio público y el caso del Casco Histórico.

¿Uso o abuso?

No está mal que ciertos usos comerciales puedan tener una expansión hacia el espacio público. Esto puede generar un atractivo más y mejorar las condiciones del mismo.

De hecho esto pasa en muchos lugares del mundo. Sin embargo, los usos habilitados son aquellos que resultan compatibles y apuntalan las características del área. No la invaden.

El uso de la calle Chile por los locales gastronómicos es abusivo desde todo punto de vista. Allí se perdió la función básica de la acera: transitar y hacerlo libremente. Se puede admitir una convivencia amigable entre transitar y estar, pero la segunda no puede impedir la primera. Y lo impide. Se ha ocupado vereda, se han tapado fachadas, se han talado árboles…

Revisemos el caso de la Plaza Dorrego ¿Quién usa la Plaza Dorrego? ¿Para quién es la plaza? Yo solía ir a tomar algo allí, como a Via-Via -en la calle Chile- donde era más o menos habitué. Cuando ambos espacios se saturaron, dejé de hacerlo, porque la sensación es la misma que cuando sube una persona a cantar en el subte. Puede cantar muy bien, pero en medio del ruido lo único que hace es más ruido.

Todo requiere de cierto equilibrio. En el campo de la conservación se habla del factor de carga ¿Cuántas mesas soporta la Plaza Dorrego sin que se distorsione la percepción de una plaza y sin impedir que los vecinos puedan usarla como mejor la necesiten? Esto se evalúa.

Por otro lado ¿Por qué el uso del espacio público, en estas condiciones, tiene que ser gratuito? ¿Por qué no puede tener un costo que se aplique directamente a la conservación de ese mismo espacio? El mantenimiento de calles y aceras lo pagan los vecinos y lo disfrutan los turistas… No estoy pensando en que ese fondo, solvente el cambio de las lamparitas quemadas (aunque no estaría mal que lo hiciera). Pienso en que contribuya a sostener un plan de manejo y un órgano de aplicación serio y con posibilidades (y capacidades) para gestionar (y gerenciar) el Casco Histórico, que no tenemos.

Vamos al otro extremo, el de equipar calles y aceras de la ciudad con la pretensión de que “Ahora sí los van a usar los vecinos”. Son muchos los ejemplos de equipamiento urbano que solo sirve para entorpecer la circulación. Hay bancos en Belgrano al 1900/2000, donde el ruido es infernal, donde si te sentás y dejás de mirar el bolso, te lo roban (y por más que lo tengas agarrado con los dientes, si quieren también te lo roban).

Las calles son inseguras, por eso la gente dejó de salir a la vereda a tomar mate, a charlar con los vecinos. Me crié en barrios donde los grandes salían a la puerta, se sentaban a horcajadas de la silla de madera y mimbre a mirar pasar la vida, mientras los chicos jugaban a la escondida o “a la pelota”. Si hoy las calles fueran un poco menos ruidosas y bastante más seguras la gente volvería a la vereda llevando en la mano su asiento preferido.

El tema no pasa porque haya bancos de cemento por todos lados, sino porque no hay gente dispuesta a arriesgarse allí, sentada. Tampoco hay mucho paisaje atractivo. Falta verde. Cemento sobra.

Para que cambiemos se requiere de funcionarios que entiendan del tema, que tengan algún compromiso con la ciudad y su historia, que estén dispuestos a dialogar y acordar con los vecinos que, después de todo, son los que conocen los problemas del lugar, de su lugar.

Marcelo L. Magadan

Arquitecto / Master en Restauración de Edificios Históricos. Especialista en Gestión de Conservación Integrada a la Planificación de Centros Históricos / Coordinó equipos profesionales que, con diferentes niveles de responsabilidad, trabajaron en la recuperación de obras significativas del patrimonio arquitectónico argentino, entre las que se cuentan:  Edificio Kavanagh, Casa Rosada, Teatro Nacional Cervantes, Palacio de Justicia, Galería Pacífico, Mercado de Abasto, Teatro Colón,  Palacio de Justicia, Basílica de Nuestra Señora de la Merced, Catedral Metropolitana, Edificio Bunge y Born, Monasterio de Santa Catalina de Siena, Centro Naval, Rosedal de Palermo, Misión Jesuítico-Guaraní de San Ignacio Miní, el Hotel de Inmigrantes, Especialista en «Gestión del Patrimonio Cultural Integrada al Planeamiento Urbano / Master en Restauración de Monumentos, Conservación de patrimonio arquitectónico.

Texto:Marcelo L. Magadan/Foto: Arq. Alberto Martinez

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