Encuentro de encajeras
Bolillos
El encaje de bolillos es una técnica textil -que en España data del siglo XVI- donde se entretejen hilos que están enrollados en bobinas, llamadas bolillos. A medida que se teje, el tejido se sujeta con alfileres clavados en una almohadilla («mundillo»). Se trabaja de a pares, se enhebra el hilo bobinándolo en ellos y se van colgando en un patrón dibujado. No se sabe su origen, porque se han registrado tejidos en diferentes partes del mundo como Italia, Bélgica, Francia y Portugal.
En el Casal de Catalunya (Chacabuco 863, CABA), desde hace dieciséis años, se realizan encuentros donde se reúnen profesoras, alumnas y quien quiera participar -con la condición que tenga conocimientos básicos- para compartir técnicas nuevas, intercambiar patrones y tejer juntas.
Para conocer más esta actividad poco difundida, conversamos con la profesora Alicia Torres y las tejedoras: Carmen Pose, Silvia Machadinho y su madre Amalia, Claudia Silva y Rosa María Stella.
Con respecto a la organización de los encuentros, Alicia dice que “vienen –profesor@s y alumn@s- de muchos lugares. El primero fue en Villa Devoto y me invitó mi profesora. Fue una sorpresa, porque me había costado encontrar quien me enseñe y ahí había entre 50 y 70 tejedoras. Ahora hacemos lo mismo, invitamos a todos los que conocemos y ellos a su vez también y así se forma el grupo”.
En cuanto a cómo se iniciaron en este arte de tejer, Alicia recuerda que “cuando era chica, vivía en San Martín y las madres de mis amigas vecinas, en verano, tejían en el pasillo de la casa con bolillos, Yo las miraba, pero sin saber qué hacían. Años después, en la revista Burda, encontré un cuadernillo que enseñaba, pero era una clase avanzada. Y finalmente, en un diario barrial de Flores, vi un aviso que promocionaba clases de encaje de bolillos; llamé por teléfono y ese mismo día fui. Era alrededor de 1997”.
Por su parte Carmen Pose, quien orgullosamente cuenta: “Soy de la parte del pueblo de Camariñas -provincia de la Coruña- que daba el nombre a los encajes que se hacían en toda Galicia. Mi madre me mandó a aprender a tejer con bolillos cuando tenía 8 años -ahora tengo 71- pensando que iba a ganar un poco de plata con ese trabajo y nunca gané nada, siempre gasté” se ríe. Y agrega: “Vine de España, traje unos de allá pero trabajé en otras cosas más de cuarenta años. Después que quedé viuda fui a una exposición de bordados en la Asociación de Bordadoras y vi a una mujer que estaba bolillando. Me dijo que enseñaban en Casa Raquel (Lavalle 2665, CABA) y fui. Empecé otra vez a tejer pero como sabía de chica, me fue fácil. Es como la bicicleta, cuando sabés empezás a recordar. Podés perder agilidad o velocidad, pero no la técnica. Es más difícil aprender computación” acota y vuelve a contagiarnos con su risa.
Claudia Silva -que lleva un colgante al que le introdujo una imagen tejida por ella- relata que vio “en una revista de bordados, española, una foto de una señora con los palitos que me llamó la atención. Siempre que la abría, miraba esa foto. Un día una vecina me mostró una toalla con encaje de bolillos, que había hecho su comadre y me acordé de la foto. No sabía dónde estudiar, empecé buscando en OSCUS -Obra Social Cultural Sopena- de Avellaneda (España 620) y encontré. Comencé a los 37 años, hay puntos que me cuestan más que otros, pero -en general- me fue fácil”.
Amalia y Silvia Machadinho, son madre e hija. A ellas el tejido a bolillos las unió más porque cuando “quedé viuda, empezamos a buscar algo para hacer juntas”, dice Amalia. Pero los tiempos de cada una fueron diferentes. A Silvia no le fue difícil porque “cuando uno tiene interés en aprender algo, resulta más fácil. Empezamos a asistir a los encuentros, como principiantes e incluso aquí nos invitaron en las Trobadas y para La Noche de los Museos a realizar demostraciones de lo que hacemos”, explica.
En tanto Amalia recuerda: “Me conecté con los bolillos a través de mi hija. Ella comenzó con el curso en un lugar donde pasamos y vio que enseñaban. Me dijo: ´Esto es lo que siempre quise aprender´ y entramos a preguntar. Habló con la profesora para averiguar dónde podía aprender cerca de la casa y se anotó en la Asociación Finisterre en Avellaneda (12 de octubre 629). En cambio yo comencé uno de tapiz bordado pero como la acompañaba a los encuentros, me entusiasmé aunque no me resultó fácil la técnica”.
Por último, Rosa María Stella, comenta que cuando viajó a Italia en 1995 vio tejer a una señora y “me gustó tanto que quise aprender y traerme los bolillos, pero me dijo que tenía que quedarme dos o tres días para que pudiera enseñarme, si no no tenía sentido traerlos”. Fue su dentista quien -en 2006- sin querer, la iba a acercar a lo que tanto le había gustado. Él le comentó que su señora tejía con bolillos y “me dio la dirección del Casal, donde iban a hacer un encuentro. Vine y encontré a una profesora del OSCUS que vivía a la vuelta de mi casa. Luego, mi hijo, en el 2007, me trajo todo el material de Italia y acá estoy”.
Con relación a la técnica, Alicia, explica que “no son nudos como el macramé, la almohadilla es como un pequeño telar, ya que tenemos una trama y una urdimbre, pero se van cambiando los puntos, cosa que en el telar no se puede. Se trabaja de a pares, por ahí necesitas 60/80 bolillos conforme el trabajo que tengas que hacer. Se cuelgan los pares de acuerdo al patrón, uno será el par guía que tejerá a los restantes. Se teje con dos pares por vez, el guía es el que va tejiendo a cada uno de los restantes”. Y Silvia agrega que hay “que dedicarle mínimo tres o cuatro horas por día, depende del trabajo que quieras hacer”.
Con respecto a los bolillos, Rosa María señala que “el peso depende de las distintas formas de tejer, los de origen gallegos son más pesados porque los usan colgando y los van arrastrando sobre el trabajo, en cambio otros lo toman en la mano, por lo que no es necesario que sean tan pesados”. Y Carmen acota: “Cada región tiene su modelo de bolillos, hay más finos, más gordos, de palo blanco, de madera de boj que es más antigua y teóricamente la original. Pero a mí me gustan los gallegos, son los que me van mejor para mi mano, como es lógico como buena hija del lugar”.
Esta fina artesanía, no tiene demasiado mercado interno para venderla ya que -como en todo- la máquina suplantó el trabajo del hombre, aunque -obviamente- no es lo mismo. Por eso cuando presupuestan su trabajo les han llegado a decir “con ese precio me compro un rollo de puntilla en la mercería. No tienen en cuenta el tiempo que lleva y los materiales. No lo valoran, aunque muchos reconocen que no podrían hacerlo” aclara Alicia. Por otro lado, algunos creen que la técnica es como el crochet y “no tiene nada que ver”, acota Carmen. Les dicen que cobran “muy caro, pero es un trabajo que lleva mucho tiempo y no te lo quieren pagar”, recalca Claudia. Y Silvia subraya: “Este tejido es algo exclusivo y más aún si se diseñan los propios patrones”.
En cuanto al tipo de hilo, es mucho más fino que el macramé, pero también se puede tejer con soga, hilo metálico y Alicia sorprende cuando confiesa: “Me encantaría hacer los cercos de alambre con bolillos, como vi”.
Con relación a los bolillos, la profesora recuerda que “tiempo atrás como no conseguíamos quién los hiciera porque no eran rentables, el esposo de Rosita se puso a fabricarlos y los hace hermosos (c/u sale, aproximadamente, $ 8)”. Entonces esta cuenta que “cuando mi marido se jubiló, para ocuparse en algo, comenzó a hacerlos para mí y todo el mundo se los pedía, entonces ahora los fabrica y yo los pinto. Al principio tenés que tener, por lo menos, treinta”.
El entusiasmo las lleva a perfeccionarse, por eso participaron de un curso intensivo de cuatro horas por día -durante dos semanas- en el seminario organizado por el ´A.B.C. del Partido de Corcubion´ (Venezuela 2164, CABA) con una profesora que envió la Xunta de Galicia y que -según coinciden todas- “fue muy productivo”. Asimismo, para una Trobada de Casales catalanes en San Telmo, vieron trabajar a profesoras de Barcelona que “mostraron su técnica de blonda, que se realiza con hilo súper finito y es muy complicada”.
Recalcan que están muy agradecidas con el Casal de Catalunya que, desde hace años y a través de una persona que era socia, les da el espacio para reunirse teniendo en cuenta que esta artesanía también tiene que ver con su cultura.
Es una pena que ningún diseñador valore el trabajo de estas tejedoras, tomando contacto con ellas, que han rescatado una difícil manualidad ancestral, solo por amor al arte.
Texto y fotos: Isabel Bláser