Fermín González: la persona detrás de la vidriera de L’ago
En San Telmo, casi todos conocen su trabajo, muchos conocen su nombre y muy pocos conocen su esencia.
Cordobés, escenógrafo, fanático de lo retro y de los muñecos inflables, amante de las fragancias de jazmín, implacable detallista. Fermín González es dueño de las tiendas L’ago y máximo artífice de sus vidrieras (a las cuales, simplemente, hay que pasar a ver por Defensa 970 y 919).
Hace diez años, “era insólito abrir una tienda moderna e innovadora en tierra de anticuarios”. Sin embargo, Fermín y su socio Luis Ricci no dudaron y eligieron el nombre que rememora a un pequeño pueblo del Sur italiano. “Vivía en San Telmo y me encantaba la idea de tener un espacio en el barrio. Sin haberlo proyectado o planificado, fue un éxito desde el comienzo”.
Sillas, sillones y banquitos, carteras o bolsos; cuadros y cuadritos; muñecos inflables, de tela, o de madera; ceniceros, mates o tazas; anotadores, bolígrafos, llaveros o imanes. Todo esto y mucho más se puede encontrar en esta especie de bazar fantástico donde la disposición de la iluminación y los colores son el eje fundamental,lo cual no es casual. Antes de la era L’ago, Fermín se dedicaba al diseño de objetos lumínicos e incluso asegura que celebrities como Diego Maradona, Moria Casán y Eleonora Casano fueron iluminados por lámparas que llevaban su firma.
¿Cómo se crea y se sostiene este mundo?
Constantemente rastreamos objetos, arte y productos innovadores por todo el país y el exterior. Antes era otro tipo de investigación, más ardua, ya que no había tanto diseño. Hoy, el diseño se encuentra masificado, pero persiste nuestra búsqueda de originalidad. L’ago fue precursor. Y sigue vigente porque lo tomamos como un juego. Nos gusta transformar las cosas. Es un placer hacer lo que hacemos. Te puede gustar o no, pero siempre es fiel a su estilo. No se trata de que por estar en un lugar turístico nos casemos con conceptos como el tango, por ejemplo. En ese sentido, seguimos pensando con la cabeza y no con el bolsillo.
¿Cómo se transforma un simple escaparate en una instalación artística?
El tema de hacer una vidriera como llamador, al margen de que sea comercial, siempre estuvo de base. Con eso no transo. Nuestras vidrieras funcionan como una pequeña galería de arte. Eso es nato. Si bien hay diseño, por encima de todo es un hecho artístico. Además, ayudamos a los diseñadores dándoles un espacio privilegiado, las vidrieras de L’ago son un buen medidor por la cantidad de gente que pasa y por cómo mostramos el producto. Es un agradecimiento y un intercambio con los diseñadores. Tenemos archivo para armar unas diez o quince vidrieras con materiales que fuimos juntando y trayendo del exterior, que esperan a que les demos forma y los presentemos. Las vidrieras se cambian cada quince días. Mis amigos dicen que soy un especialista en sacar las cosas fuera de contexto y hacer que algo se luzca aun cuando no luce tanto por sí mismo. Donde meto la mano, algo saco. Yo no dudo. Es olfato puro para lo que hago.
Según Fermín, sus tiendas son como “una sala de juegos que atrae a niños y adultos”. Y agrega que “para tener lo que tengo, pasé las de Caín. Me jugué por un proyecto siendo del interior, sin un apellido que me respalde, sin contactos. La prensa y el reconocimiento llegaron después. Mi infancia no fue fácil, ni tuve tantos juguetes. Pero esto no es una revancha. Estoy muy agradecido de vivir bien de lo que me gusta hacer”.
¿Qué sucede con la llegada de otros espacios de diseño al barrio?
Me pone muy contento el cambio que vive San Telmo en cuanto a las tiendas. Sobre todo, cuando se trata de gente joven. Lo veo como un crecimiento natural, las cosas van mudando y cambiando. Incluso, nosotros estamos armando un nuevo proyecto, que se va a llamar L’ago, La vidriería (en Bolívar 644). Va a ser otro mundo único, un lugar integrado todo de objetos de vidrio.
¿Qué es lo que más te da tu trabajo-juego?
Satisfacción. Lo que más me emociona es el reconocimiento del anónimo. Lo que veo en la gente cuando llega. Me súper emociona ir a Ezeiza y ver gente con bolsas de L’ago en el aeropuerto. O la señora que pasa con la bolsa del mercado y me pregunta cuánto falta para la próxima vidriera.
—Victoria Starke
L’ago
Defensa 917 y 990