FIEBRE AMARILLA: Un antes y un después no solo en San Telmo
Según lo detectado históricamente, la epidemia de fiebre amarilla se inició el 27 de enero de 1871 en un conventillo de lo que hoy es Bolívar 1272, donde se diagnosticaron tres casos de la enfermedad.
Fue así el comienzo de la terrible peste que soportó nuestra ciudad, en sus inicios y que se prolongó alrededor de cinco meses, costándole la vida a más de 13.000 habitantes lo que -para ese entonces- fue casi un exterminio de la población, sobre todo en los barrios del sur.
Por la enorme cantidad de muertes, el Cementerio Público del Sud (ubicado donde hoy se encuentra el Parque Florentino Ameghino, Av. Caseros 2200, CABA) así como también el Cementerio de la Recoleta (Junín 1760, CABA), fueron superados en su capacidad lo que obligó a habilitar un nuevo lugar: el cementerio de la Chacarita (Av. Guzmán 680, CABA).
En esta zona de la ciudad, originariamente, se concentraba la mayor parte de la población debido a que las viviendas estaban superpobladas por el rápido crecimiento demográfico. La tragedia cambió la vida de las familias que la sufrieron, de los habitantes del lugar y de la sociedad toda, ya que a raíz de la epidemia las personas que pudieron hacerlo -porque su poder económico se lo permitía- se trasladaron al norte de la ciudad (por ejemplo, al actual barrio de Belgrano) que era donde tenían las quintas de fin de semana o se situaban los lugares habituales de paseo social. Eso produjo cambios en las mejoras sanitarias y en la infraestructura urbana de los nuevos sitios, que fueron habitados permanentemente.
Esto en contraposición de los barrios del sur, donde se quedaron los que no podían «huir», ya que la población era de clase media y baja y terminaron instalándose en las viejas casonas, lo que produjo la aparición de los conventillos donde cada cuarto era alquilado por una familia o un grupo de hombres solos y el baño y la cocina eran comunes para todos los habitantes del lugar.
En el siglo XXI aparece nuevamente esta enfermedad, en algunos lugares de Brasil, que vuelve a «sacudir» nuestra memoria barrial.
Isabel Bláser