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Desde hace 17 años Pedro y Bertha se levantan a las 4 y media de la mañana en Lanús y viajan hasta San Telmo, donde se los puede encontrar en el puesto de diarios “La Feria” de Humberto I y Anselmo Aieta.

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Desde hace 17 años Pedro y Bertha se levantan a las 4 y media de la mañana en Lanús y viajan –antes en tren, ahora en coche- hasta San Telmo, donde se los puede encontrar en el puesto de diarios “La Feria” de Humberto I y Anselmo Aieta.

Testigos del paso del tiempo y de cómo fue afectando el barrio, pareciera que ya nada los sorprende, cuando hablan –sobre la gente del barrio, el cambio que implicó la lectura de diarios en Internet y su consecuencia en las ventas y en su trabajo- parecen estar más allá de los cambios. Así, Pedro me dirá: “sí, me robaron, pero fue este año, imaginate, en 17 años, una sola vez, es un record”. Así, su discurso muestra sabiduría, y dan ganas de quedarse a charlar por más tiempo al amparo del frío, bajo el techo del puestito que tiene en el frente el nombre fileteado y al que, me cuentan, “los turistas le sacan fotos, nos piden el nombre del fileteador”, y riéndose, “esas fotos deben recorrer el mundo”.

Cuentan que aquí, “los diarios no se venden, se despachan, porque nuestros clientes ya saben lo que quieren, no les tenemos que vender nada. Eso sí, la diferencia la hacés con el saludo, la buena onda, la charla”, y les creo porque mientras charlamos todos los que pasan por la vereda los saludan y todo el que compra el diario se queda un ratito más.

En la charla, hablan de cómo les gusta bailar tango y de cómo se hace para cumplir 46 años de casados: “no hay que pelear, pelear a veces se hace costumbre, ¿no?”.

¿Cómo decirle que no a Bertha? Si no deja de abrazar a Pedro, “y eso que hacemos todo juntos eh”, me dice mientras Pedro sonríe, humilde y orgulloso, de la mano que le calienta el brazo.

Yo me había estado preguntando qué era lo que los hacía viajar desde hace tanto tiempo todos los día al barrio y descubro –ellos, aunque lo saben, por humildad, no lo reconocerán- de a poco que es el diálogo que cultivan todo el tiempo, el reconocimiento al otro, sea quien sea, que hacen en cada saludo, en cada sonrisa sin doblez, la apertura al barrio y al mundo.

Nosotros agradecemos su gesto, que le aporta al barrio lo que necesita –lo que todo lugar necesita-: una mirada, una palabra, un saludo que nos reconozca como vecinos, compañeros, amigos. Con ese sencillo y afectuoso ejercicio ellos nos hacen parte, cada día, de ese mundito de 2 metros por 2 que comparten y al que nos invitan si no estamos apurados, si tenemos las orejas lo suficientemente abiertas para escuchar la invitación, si aceptamos el mate que siempre ofrecen.

—Foto y texto: Lisandro Gallo

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