Gracias por el fuego

Muestra colectiva de ceramistas

Ignacio Sourrouille -también conocido como Naso- es un hombre rico. Y no lo es por el monto de su cuenta bancaria sino por la posibilidad de disponer de su tiempo, de los desayunos con café con leche en tazas hechas con sus manos, por escribir en su diario sus lamentos y deseos para luego releerlos -con un mate amargo- tirado en la cama, con la luz que entra por su ventana. Y, ante esta conciencia, según sus propias palabras, “no hay plata que valga tanta felicidad”. Gran parte de ese estado proviene del amor de su mujer, Gabi y el de sus hijas, Vilma y Luisa.

Luego de dedicarse a la fotografía, se hizo un lugar como pintor (sus famosos gatos están por todo San Telmo) y, más recientemente, probó las mieles de la cerámica. Hijo de la reconocida ceramista Gunga Bourbotte, dice “estar todavía aprendiendo”. “Estuve estudiando con el maestro Emilio Villafañe y mi vieja lleva 50 años con la cerámica”, comenta, mientras prepara un mate.

“Lo que más me llama la atención de este gremio, es la onda súper solidaria de los artistas. Cero ego. Nos juntamos y es fabulosa la onda de los ceramistas. No sé a qué se debe, quizá porque se trata de un fenómeno metafísico, pero lo cierto es que logramos un espacio abierto con muy buena vibra”. Así, con amigos, surgió la idea de plasmar la muestra conjunta que hicieron 10 ceramistas -con estilos muy distintos entre si- en el taller “NasoUare”, de Bolívar 842.

Bárbara Bourbotte, Verónica Pérez, Melina Machado, Iván Zárate, Luciano Polverigiani, Gunga Bourbotte, Mercedes Fidanza, Alicia González, Marita Begué y el propio Sourrouille compartieron el espacio durante el mes de septiembre. Bárbara -sobrina de Gunga y prima de Naso- es profesora de escultura de la Universidad Nacional de La Plata. Dedicada a la cerámica, está conectada con el barro desde chica: “Trato de mostrar la sensibilidad femenina y personal a través de mi obra” señala la escultora.

Pérez, por su parte, afirma: “Elijo esta disciplina por su amplitud, su plasticidad, por todos los mundos y posibilidades que van surgiendo en su hacer. Me parece mágico poder aplicar arte y belleza, un mensaje a los objetos de uso cotidiano como también a todos los espacios que podamos habitar”.

“La experiencia de la cerámica -explica Machado- es modelar el espacio. Hacer que algo pase de una forma a otra, en mi caso, sin mucha expectativa. Es mágica la fragilidad del material y lo impredecible. Es fascinante trabajar la paciencia y la frustración constantemente. En mi caso es aprendizaje constante, más allá de lo técnico; es encuentro con otros y otras, es compartir saberes alrededor del fuego. Creo que los ceramistas somos comunidad y eso es maravilloso”.

Zárate -quien trabaja con un estilo similar al precolombino-, opina: “El aire, la tierra, el agua y el fuego son los que guían mi camino y, en este caso, estos cuatro elementos fundamentales de la vida me han llevado a encontrar esta misión, que es rescatar o al menos hacer el intento de rescatar el legado de mis abuelos, de mis ancestros y de mis maestros, a través del barro modelando con las manos una nueva y antigua vida, descubriendo un universo que me alivia, me sana y me transporta por rumbos desconocidos”.

“La cerámica me acompaña hace más de 50 años, casi toda mi vida y compartir con colegas jóvenes y talentosos me encanta y me admira. Para mí la cerámica en su imprevisibilidad es mágica, siempre me emociona. Y también alimenta, sin metáforas”, asegura Bourbotte.

Sourrouille agrega: “No sé por qué será, pero hay algo del orden metafísico -fuera de la razón- que hace que los ceramistas -trabajadores del barro- nos unamos y compartamos experiencias sin temor a que nadie nos robe nada, sin que nadie trate de sobresalir, sino todo lo contrario, con el infinito placer de dar y compartir”.

Fidanza señala: “La cerámica me inició en un viaje hacia el interior cálido, hacia el origen de su materialidad, que es el nuestro. Porque somos de la tierra y este encuentro de ceramistas es una forma de celebrarlo. Un círculo de fuego me une a esta comunidad y es el barro quien sostiene y acompaña los movimientos del cuerpo/espíritu por las rutas que se expanden”.

Begué define: “El fuego es el centro del hogar, el lugar cálido donde buscar refugio, la magia que nos une a los ancestros de la humanidad. Esta muestra carga con esa energía, nos hermana y me devuelve la potente experiencia de lo grupal. El fuego griego es un arma. El arma que se lanzaba en bolas de cerámica. La mezcla de cal viva y petróleo que no se apagaba en el agua”.

“La cerámica es un buen territorio para encontrarnos”, sintetiza Polverigiani quien tuvo la idea de aprovechar el espacio de Naso para armar la muestra colectiva. Cada uno con su estilo -que van desde el mapuche hasta el mosaiquismo-, la cerámica ofrece miles de posibilidades ya que el componente orgánico del suelo varía según el lugar. La química de la tierra es lo que hace que en Misiones sea colorada y acá negra, por ejemplo. A su vez, el barro horneado cambia según si el fuego es a leña, a gas o eléctrico. “Hay distintos tipos de barro: el rojo, el blanco, el negro”, señala Naso y agrega que “la técnica es totalmente empírica, ya que se basa en prueba y error”.

Sourrouille destaca la idea de “comunidad”: Se acostumbra construir un horno a leña entre varios y, luego, que cada uno hornee su pieza. Desde que se inventó el fuego, el hombre viene repitiendo la ceremonia de juntarse alrededor de él en grupo. “Los cuatro elementos de la naturaleza se recrean en los cuatro tipos de piel: blanca, amarilla, negra y roja (como la de los “pieles rojas”).

“Para mí no hay diferencia entre la alfarería -modelar en barro- y la escultura. Miguel Ángel tallaba la piedra sacando de ella una forma humana, mientras que el que modela la va creando agregando el material”, señala Naso con una sonrisa, la que se dibuja en los rostros de aquellos que aman lo que hacen.

Diana Rodríguez

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