Guillermo Fernández. El eterno retorno
Pelo azul ultramar, cara de ángel de los lupanares, ojos de águila, manos de matricero tardío.
El tango es un modo de decir el tiempo; debe ser conciso para un ritual amoroso de tres minutos. El paso del tiempo en el tango y en la vida es misterioso… circular, impreciso ¿Se puede ser más joven con más de 60 que a los 13?
“Cuando yo tenía 13 años era un niño viejo, harto del tango” nos dice, con su risa de pibe eterno. A los seis había debutado en TV y ya era Guillermito, pequeño astro del 2×4, un niño prodigio del tango. Ahora, con más de 60, afirma: “Jamás me quedo quieto, soy una máquina de reinventarme. Pero debajo de cada invento, si sacás capas y capas de pintura, lo que queda es esto” y extiende la tarjeta que dice, secamente: Guillermo Fernández. Cantor de tangos.
Nació y vive en San Telmo, hijo de una argentina descendiente de tanos y de un gallego de pura cepa que a los 7 años, en 1926, llegó a Buenos Aires desde Vigo, en el vapor “Mosella”. “El viejo se crió en el barrio; vendía periódicos en la calle y no le esquivó a ningún trabajo; se hizo dueño de una librería y juguetería y creó y dirigió la Cooperativa de Crédito San Telmo”, cuenta.
En mayo de 2018 Guillermo viajó a Galicia, donde fue nombrado hijo adoptivo del Ayuntamiento de Navia de Suarna, en Vilameixide. En la casa donde nació su padre pusieron una placa y plantó un castaño en el patio. Volcó la reminiscencia de ese hecho en la canción “Las Dos Orillas”. Galicia y Buenos Aires son dos riberas, “otoños tristes y alegres primaveras”, de esas mujeres que lavaban en los ríos y se bañaban en las rías.
El tango se escribe en una partitura circular que siempre vuelve y retorna. Guillermo Fernández es el cantor del “eterno retorno”. En el Mito del Eterno Retorno, Federico Nietzsche plantea “vivir con tal intensidad, en la plenitud del Ser y así volver a vivir otra vez y siempre lo mismo. Esta es la tarea en nuestra vida -revivir siempre y en todos los casos-”.
Guillermo siempre revive, como un niño pródigo que se inmola en su propia máscara y que alguna vez, para combatir el olvido, enarboló cierta ideología postanguera para descontracturar al estereotipo. Justo él, que cuando era “Guillermito” encarnó el estereotipo perfecto, la esperanza blanca del tango, el modelo catódico nacional y popular.
La historia es conocida y tan trajinada, que dan ganas de pasarla por alto. Arrancó a los 5 años cantando de todo: se hizo fuerte en el Rincón de los Artistas, aparecía en la televisión bajo el ala de Roberto Galán. Construyó un nombre y una fama en la edad del Nesquik, provocándole una crisis existencial que lo empujó a querer dejar el tango antes de los 20. “La estaba pasando mal… tenía trece años y estaba harto de la vida”. Estando en la previa a un concierto en la Federación de Box se me presenta Hugo del Carril. Yo lo admiraba, mal. Hugo me miró y me dijo: ¨¿Así que vos cantás, pibe? A ver, cantate algo¨. Le hice el pedacito de un tango, no dijo nada y me quedé mudo. Al rato, en medio del concierto, Hugo empezó a hablar maravillas de mí y me invitó a subir al escenario. No lo olvido más: hice “Bandoneón arrabalero” y la Federación se vino abajo. Impresionante. Hugo se acercó, me abrazó y me dijo al oído: ¨¿Viste que no te tenés que ir del tango?¨. Al día siguiente llamó al capo de Grandes Valores para que me contrataran”.
Transcurría 1969. Guillermo debuta en Canal 9, a dúo con Floreal Ruiz. Va a cantar con Marino y con Goyeneche; brinda serenatas a Azucena Maizani, actúa con Luis Sandrini. Junto a Rosita Quiroga, compartió una versión de “Naranjo en flor”, con Homero Expósito recitando los versos y Virgilio Expósito acompañándolo al piano. En ese mismo programa Julio De Caro y Sebastián Piana le escribieron y dedicaron un tango; entabló una amistad, más allá de la diferencia de edad, con Irineo Leguisamo. Una noche de 1978, en una mesa del programa, vieron el debut de la Selección Argentina, en vivo, junto a Diego Armando Maradona.
En 1973 Guillermo Fernández fue invitado por el Gral. Perón a almorzar en la Quinta de Olivos, compartiendo la mesa con Osvaldo Pugliese, Horacio Guarany, Mercedes Sosa y Edmundo Rivero, entre otros. Guillermo no dejaba de mirar, asombrado, a Perón que riéndose le dijo: «Pibe, no me mires más así que me vas a ojear». También, en la misma jornada, sus ojos jóvenes fueron testigos de un momento singular: Perón cruzó la mesa para darle la mano al maestro Osvaldo Pugliese y le dijo: «Discúlpeme Maestro por esos asuntitos» (en relación a las detenciones que había sufrido en su primer gobierno). Pugliese respondió, con su agudo tono de voz: «No es nada». Y el general concluyó diciendo: «Solo los grandes saben perdonar».
“A los diecisiete años me fui a vivir solo, me puse de novio y empezó otra historia…Grandes Valores se volvió una payasada. Estuve hasta 1978. Me alejé de la tele y me dediqué a otras cosas y otras músicas”. El pequeño prodigio mutó en gran bestia pop. Fue una degeneración. Se dejó crecer el pelo, cambió la biaba de Glostora por sombras en los ojos; para el ambiente de tango, más que una mutación, fue una traición. Anduvo por Nueva York, Los Ángeles y Las Vegas. Trabajó con el coreógrafo Kenny Ortega y con el músico Eduardo del Barrio, ganó buen dinero como productor discográfico y como cantante de casinos. En Nueva York, perfeccionó su técnica interpretativa con los mejores profesores. Ganó un concurso en la televisión, en el ciclo Star Search por la cadena CBS, con una versión del tango “Nostalgias” en inglés.
En 1988, en Las Vegas, lo reconocen como el mejor cantante de musicales de la temporada. Lo contactan con Roberto Livi, viejo zorro de la balada romántica, que era una máquina de hacer y vender chorizos: “¨Vas a ser Julio Iglesias¨, me dijo. Hicimos un disco que pegó en todos lados. Y agregó: ¨Mirá, voy a comprar una avioneta te subís, la avioneta se va a caer en el Amazonas y nadie va a saber nada de vos… ¡Cómo Gardel! A los dos meses vamos con las cámaras y aparecés rodeado de indios…¨. Cuando le dije que me parecía un disparate, me contestó: ¨Así no vas a llegar a nada¨…volví vencido a la casita de mis viejos, en San Telmo”. La misma casa que les había podido comprar de pibe, cantando tango.
La vieja guardia de aquellos años observó su sinuosa incursión pop como una traición, pero lo aceptaron porque Guillermo era “un tanguero de ley”. Regresaba la oveja descarriada, otro giro del eterno retorno. “Cuando volví no tenía un mango. Me pegaban por todos lados. Decidí reírme de todo. Escribí una milonga con todas las cosas que se decían de mí: Guillermito se la lastra, Guillermito le da a la milonga, a Guillermito se le subieron los pájaros a la cabeza. Dejé de tomarme en serio. Me molestaba que me llamaran Guillermito ¡Exigía que me dijeran Guillermo! Atilio Stampone me presentaba en Caño 14 y una noche le dijo al público: “Con nosotros, Guillermo Fernandito”.
Se tuvo que reinventar, en su eterno retorno. “Tenían razón -nos dice Guillermo-, yo escuchaba las críticas pero estaba feliz de estar en mi país. Canté por boliches de mala muerte, grabé un par de discos, volví al Rincón de los Artistas, recuperé viejos amigos como el Paya Díaz, Rubén Juárez y Alberto Morán”.
Guillermo, como un príncipe, siempre se codeó con los más grandes del tango. Cantó con Lucio Demare al piano, en su templo “Malena al Sur” de la cortada San Lorenzo, en San Telmo. Trabajó dos temporadas con Mariano Mores. Fue un hijo pródigo de Aníbal Troilo, quien le enseñó los secretos del cantor de tango y también lo fue de Osvaldo Pugliese, de quien era compañero de truco en las largas giras que emprendían con la orquesta por todo el país.
En su eterno retorno, Guillermo asumirá la producción discográfica y de bandas de sonido para varias películas y el canto con nuevas perspectivas. En pleno siglo XXI, será el cantor de tango más trascendente, un puente entre el cantor clásico y los nuevos intérpretes que lo miran con el respeto que genera un hermano mayor que supo picar en punta.
Guillermo, con su canto, puede evocar el perfume de las glicinas de un patio de barrio o ser el tornillo de una maquinaria abstracta de fueyes encadenados a sonidos electrónicos elevando, en instantes, toda la temperatura que condensa un tango con deseo.
En 2002 Guillermo va a protagonizar la opereta criolla de Alejandro Dolina: “Lo que me costó el amor de Laura” y “El romance del Romeo y la Julieta” de Julio Tahier, un original musical que narra el texto de Shakespeare en forma de tango y abordará, con Horacio Ferrer, un disco conceptual grabado en Francia donde presentaron la ópera “María de Buenos Aires”.
Recibió dos discos de platino y tres de oro, el premio Gardel a la Música en 2002 y en 2005 recibió el Diploma al Mérito de los Premios Konex a la Música Popular, como uno de los mejores cantantes de tango de la década.
Se consagra como cantor nacional con “De criollos y tangueros”,un disco casi folklórico con temas propios; junto con Luis Longhi, arreglos de César Angeleri y Federico Mizrahi. Con ellos realiza “El Tango es puro cuento”, comedia musical para niños y, en radio, “Demoliendo Tangos”, donde participó comprobando “in situ” el respeto y cariño para el hombre que transitó los últimos cincuenta años de nuestro tango.
Fernández se va a destacar en la ópera “Crimen pasional” conocida también como “La ópera de un solo hombre” adaptación escénica de Astor Piazzolla con puesta de Marcelo Lombardero. “Este es uno de los proyectos más interesantes de mi vida, un desafío participar en el andamiaje dramático de una ópera”.
Ahora en el instante ya no es un fugitivo; en el éxtasis temporal, Guillermo se eleva como artista único y eterno.
Cuando Gardel y Le Pera concibieron “Volver” plasmaron en un tango el “Mito del Eterno Retorno”.
“Gardel es un símbolo: es un adverbio -dice Guillermo- siempre estuvo en mi vida. A los cinco años no sabía escribir, mis primeras palabras escritas fueron Carlos Gardel”.
Inventó aquello que amamos. “Amar a Gardel es como adorar a un dios. Lo tengo en mi cabeza desde que nací. Tengo sus ojos, tengo su imagen. Tengo su risa, su carcajada de fuego en el corazón”.
Guillermo Fernández asume la responsabilidad de ser Carlos Gardel en un deslumbrante musical argentino escrito por él, con Longhi y Mizrahi. Lo abordará con toneladas de herejía y un exceso de pulcritud. El estreno, en el Moliere de San Telmo, donde Guillermo Fernández fue Gardel.
Guillermo es mi amigo y un artista sublime que vive el compromiso de su pueblo, además del reconocimiento de sus colegas y el amor de su público. Texto e ilustración: Horacio Cacciabue