Historia de la iluminación vial.
Introducción:
Al tratar el tema del alumbrado público en calles, avenidas, parques y paseos, tomamos en consideración varias ideas, una de las cuales es la diferencia entre alumbrar e iluminar. Alumbrar es permitir una buena visión en la vía pública para quienes la transitan, mientras que la iluminación tiene que ver con resaltar determinadas fachadas, monumentos, iglesias, puertas, etc., como ocurre en la llamada “Manzana de las Luces”, que no recibe su nombre por estar alumbrada sino porque en ella, históricamente, funcionaron importantes establecimientos educativos y funcionarios con “luces” propias.
1) Período Prehistórico, hasta la llegada de los españoles al Río de la Plata (año 1536)
Para los habitantes de esta zona -los nómades querandíes-, la fuente primordial de luz era el sol. Los primeros intentos de iluminación artificial incluyeron el fuego, tanto para evitar las tinieblas de la noche como para el interior de las tolderías (ver detalles en “Historia de la calle Defensa”). El fuego no solo los iluminaba, sino que les daba calor en invierno, cocción para sus alimentos o cacharros y les proporcionaba un arma defensiva contra los enemigos, como puede verse en viejos grabados, cuando quemaban embarcaciones o arrojaban lanzas encendidas hacia el Fuerte.
Con el fuego también encendían antorchas de llama corta (para no quemar los cueros del toldo) y hacían grandes fogatas afuera, para espantar a los animales peligrosos y a los mosquitos.
Otros tipos de iluminación en este período pudieron ser el candil y la tea. Podemos pensar que, a modo de candil (la famosa “lámpara de Aladino”) habrían usado cráneos vacíos. Las teas eran muy simples, astillas de madera resinosa que ardían con facilidad (algunas se conocen como “cuelmos”). Los tizones se hacían con paja o estopa envolviendo la madera, a veces untada con cera de abeja o resina. Otros recursos primitivos serían el uso de aceites, y a veces un cuenco con piedras y grasa, a modo de linterna primigenia.
2) Desde la fundación de Buenos Aires (1536) hasta el funcionamiento del Puerto de Barracas Sur (1870). Virreinato
Los europeos que llegaron al Río de la Plata a mediados del siglo XVI -principalmente desde España-, traían el conocimiento de los sistemas de alumbrado de las sociedades de donde venían. Los faroles (del latín “parís”, a su vez del griego “pharos”) se conocían desde hacía mucho tiempo en Arabia y también en China; las velas eran usadas por los egipcios 1000 años A.C. El primer registro histórico de alumbrado público es del año 1500, en Francia, con la primera ordenanza -seguramente con faroles y velas– y después en Londres, en 1807 y 1818, para reglamentar el alumbrado público a gas.
Durante el Virreinato del Río de la Plata, el Virrey Juan Francisco de Güemes ordenó a las pulperías encender faroles por la noche. Esta es una de las primeras acciones de alumbrado público, aunque en las calles ya había faroles a vela de sebo. Se encendían con el toque de oración (puesta del sol) hasta las 22 horas; en esa época hubo 160 faroles.
Este no era un servicio público, ya que se encargaban de mantenerlo los vecinos. Una de estas pulperías estaba en el llamado “Hueco de la Residencia” (actual Plaza Dorrego), de modo que esa ordenanza determinó el primer alumbrado que tuvo el barrio de San Telmo.
Era sabido que el grado de iluminación de una casa definía el estatus socioeconómico de la familia en la vieja aldea: “La gente importante, iluminada; los humildes, a oscuras”. Las candilejas, pequeños recipientes con aceite y una mecha, se usaban desde el 1600 y su abundancia también era símbolo de estatus.
Muy común en los hogares era el uso de candelabros portátiles, para sostener las velas que podían durar toda la noche. También se usaban en ceremonias religiosas, especialmente en iglesias.
En esa época, la influencia de la religión en la vida social era muy alta, con misas y procesiones que eran verdaderas ceremonias públicas.
Dentro de ese mundo se va consolidando la necesidad del alumbrado público para la seguridad y el bienestar de las zonas urbanas, en relación con el tránsito de carros, carretas, caballos y la circulación peatonal y también para el interior de las iglesias que abundaban en la calle que hoy llamamos Defensa.
En 1777, el Virrey Vértiz (a quien llamaron el “Virrey de las Luces”) nombra al empresario Juan Antonio Ferrero para la instalación de faroles de madera con velas de sebo, protegidas primero con papel -tal como lo atestigua el tango, “farolito de papel que alumbraste mi bulín”- y más tarde con vidrio.
El alumbrado, que no era gratuito, se extendía desde la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) hasta el Bajo de las Catalinas y a lo largo de la calle San Martín (hoy Defensa). Era un servicio bastante costoso: dos reales por puerta. Se apagaban a las 12 y los vecinos eran los encargados de volver a encenderlos hasta la salida del sol. El mantenimiento, en 1780, estaba a cargo de un vecino cualquiera. Más tarde, Vértiz tuvo en cuenta que los faroles se ennegrecían y decidió resolver el problema nombrando personal especial; así surge la figura del farolero. A veces, las velas eran reemplazadas por aceite.
En 1782, Miguel de Azcuénaga, quien formaría parte de la Primera Junta, vivía en una casa vecina a la Catedral donde, años después, se instalaría un gasómetro, iniciándose el alumbrado público a gas.
3) Desde 1780 -inicio del funcionamiento del Puerto de Barracas- hasta la Revolución de Mayo
Ya había buena iluminación a lo largo de la calle Defensa y en la Plaza Dorrego, pero el Parque Lezama era muy oscuro, tanto que los paseantes debían ir acompañados. Con carbón de hulla importado de Inglaterra, llega -en 1799- la iluminación a gas.
4) Desde 1810 hasta el levantamiento del tranvía a caballo, en 1902
Con la Revolución de Mayo cambia la historia en muchos aspectos, también en el alumbrado público y por supuesto la iluminación.
A lo largo de la historia siempre han coexistido diferentes sistemas, los más nuevos con los antiguos. Los faroles con velas protegidas por vidrio conviven en esa época con los que usan aceites, tanto vegetales (nabo) como de potro o ballena, como los que había en la calle Reconquista (hoy Defensa). Y mientras tanto, se sigue oyendo el pregón familiar: “Vendo velitas para alumbrar las casitas, vendo velas y velones para alumbrar los salones”.
Pero con un farol por cuadra todavía no era suficiente caminar, sin peligro, por la calle y los transeúntes eran precedidos por un niño esclavo: el “negrito farolero” que los alumbraba para evitar que sus “amos” tropezaran o se cayeran por culpa de los pozos o zanjones (como el Zanjón de Granados, en San Telmo) o iluminando una reja para saltarla, en una cita “non sancta”.
“Negrito candombero, no dejes de alumbrar, prende los faroles porque también los negros queremos festejar. Esta noche hay fiestas en todos los salones, por esa Patria nueva que está por nacer” decía el pregón. Por contraste, la casa donde se cantó por primera vez el Himno Nacional, en 1813, tenía una araña de plata de veintisiete velas de industria nacional. Eran ricos, pero patriotas.
Un pregón develaba la existencia de otro elemento: la antorcha. “Aquí vengo con mi antorcha para encender su farol. La luz que pongo en su calle se parece a la del sol”.
Aparece “una clase trabajadora”, la de las fábricas de velas, una de las primeras industrias nacionales del país. Tanto los vendedores de velas como los despabiladores -encargados de apagar las velas ahogando la llama con un elemento especial- estuvieron entre los primeros a quienes el alumbrado público proporcionaba trabajo.
En 1823, Santiago Bevans (arquitecto inglés / 1777-1832), contratado por el presidente Bernardino Rivadavia, instala 350 lámparas alimentadas a gas. Se inicia así otra era en el alumbrado, la de la iluminación a gas. Con este nuevo sistema, gracias al gasómetro instalado en el predio donde se encuentra la Torre de los Ingleses en Retiro, se iluminó la Plaza de Mayo de tal modo que tuvo una enorme repercusión.
La Compañía Primitiva de Gas fue la primera empresa de alumbrado público a gas en Buenos Aires. La dirigía el Ing. Guillermo Bragge y tenía un gasómetro en la casa de Azcuénaga, intendente de Buenos Aires, vinculado a los aristocráticos Basavilbaso.
El alumbrado a gas, que se hacía con hulla importada de Inglaterra, coexistía con los faroles a kerosene o alcohol.
A mediados del siglo XIX existían los Faroleros, encargados del mantenimiento de las farolas de kerosene.
Estos servidores públicos, también llamados serenos (“Las once han dado y sereno…”), constituían un cuerpo de vigiladores que funcionó entre 1864 y 1872. Cumplían varias funciones: se ocupaban de los faroles y a la vez de la seguridad, munidos de una escalera, un chuzo -palo con una púa de hierro a modo de lanza para ataque o defensa-, un silbato, una linterna, una alcuza y paños (“El sereno encendió la luz de la escalera, cerró el portal y volvió, dando golpes con el chuzo contra el suelo”).
Muchos de ellos venían de Galicia, España, vestían camiseta de punto, pantalón bajo la rodilla (sobre el típico calzón blanco, ancho), faja de colores y alpargatas blancas. Su tarea principal era cargar los faroles con kerosene y limpiarlos.
A determinada hora encendían los faroles con una caña que tenía -en la punta- una esponjita embebida con aguardiente. Esto ocurría en las zonas alejadas del centro, donde no entraban en escena los faroleros de gas y luego los de electricidad.
Los del cuerpo de vigiladores (primeros vigilantes) se daban voces entre sí, gritando la hora y el clima: “¡Noche clara y serena!”. Cumplían así otra función, la de pronosticadores del tiempo.
Si necesitaban auxilio tocaban el silbato y también aprehendían malhechores y avisaban cuando había un incendio o un accidente. La zona en la que actuaban, lejos del centro, era bastante ignorada por el intendente de entonces, Alberto Casares (1855-1906), quien municipalizó el alumbrado eléctrico entre 1902 y 1904. Esto explica la demora en el paso a sistemas más modernos de iluminación. Funcionaron hasta 1953, aunque la llegada de la electricidad no terminó con el romanticismo de los faroleros: “Soy un farolero de la puerta del sol, subo la escalera y enciendo el farol” y “Yo sería farolero si tú te hicieras farola, que me esperes por la noche, encendida pero sola”, eran los pregones más conocidos.
El motivo por el cual en las calles alejadas del centro se siguiera usando luz de kerosene era, también, la resistencia de las empresas de gas a instalar cañerías donde las calles no eran adoquinadas. No era el caso de la calle Defensa -ya se llamaba así- que ya estaba con este tipo de pavimento, porque pasaba el tramway (tranvía a caballo). Allí sí había alumbrado a gas, por lo menos hasta el actual Parque Lezama.
El candil, lámpara de aceite (parecida a la de Aladino e inmortalizada por Gardel en “La luz del candil”), era otro elemento que usaban los gauchos allí donde no llegaban los sistemas más modernos.
Cuando se instaló la iluminación a gas se pusieron medidores, que -como en la actualidad- despertó las protestas de los vecinos, lo cual determinó que se los retirase. Esta falta de control llevó a un uso desmedido del gas. En San Telmo, una de las calles más iluminadas era Bolívar, donde también protestaban porque después de las once de la noche se cortaba la luz.
En 1856, los obreros del gas hicieron su primera huelga y la ciudad quedó a oscuras, salvo en las calles que aún se alumbraban con faroles a kerosene.
Otro motivo de malestar entre los vecinos, en 1858 (presidencia de Justo José de Urquiza), era el impuesto del alumbrado a gas: $ 5 por familia y $ 10 los comercios o establecimientos. Esto hacía que muchos prefiriesen el viejo alumbrado a kerosene y este conflicto determinó el regreso de Urquiza a Entre Ríos.
En 1864, durante la presidencia de Bartolomé Mitre, nace “La Gas Argentina de Corrales”. El alumbrado de la ciudad de Buenos Aires avanza en modernización. En 1890 se registran nuevas compañías de luz a gas: “La Nueva”, “La Río de la Plata” y “Belgrano”, con cuatro gasómetros.
El proceso de renovación tecnológica se potencia con el desarrollo del alumbrado eléctrico, del cual era ferviente defensor el presidente Domingo Faustino Sarmiento. Durante esos años se realizan experiencias con el nuevo tipo de iluminación. El primer ensayo llega de la mano de Juan Etchepareborda -un dentista que ya había estudiado y experimentado con la electricidad en París- quien, en 1853, hizo la primera demostración de iluminación eléctrica en su casa y en los festejos de Mayo de 1854 puso dos reflectores en la Recova, produciendo un fenómeno inolvidable, que alguien describió como “una aurora boreal”, iluminando además la casa de su amigo el Ing. Felipe Senillosa, en San Telmo (Defensa y Belgrano). También se dijo en ese entonces de la luz eléctrica que “alumbra los espíritus y deslumbra sin herir ni fatigar”.
Pero, como no podía ser de otra manera, junto con el asombro de ver la noche convertida en día, llegó la contraparte: por un lado, nació una “grieta” con el alumbrado público a gas, que -hasta ese momento- mantenía el monopolio; por otro lado, fue tan impresionante el salto para los vecinos de San Telmo, que los asustó: era demasiada luz. Siempre cuesta aceptar los cambios y este no fue la excepción. Esta respuesta y los intereses creados en torno al gas, permitieron -incluso- la instalación de un gasómetro en el barrio.
Estábamos muy lejos del reinado de la luz eléctrica y así es como, en 1856, la “Compañía Primitiva de Gas” (inglesa) ya tenía usina en Retiro e iluminaba con gas el Cabildo, la Catedral, la Municipalidad y la Recova. Hasta 1860 (presidencia de Santiago Derqui) las opciones eran dos: luz a gas y con kerosene o alcohol, estas últimas en las zonas alejadas del centro y sin adoquinado.
En 1873 se instalan columnas de hasta cinco farolas a gas en las plazas y surge “La Compañía”, situada en Belgrano 1876.
En 1884 se iluminan “a giorno” Constitución y la demolición de la Recova en Plaza de Mayo. Para los festejos patrios, en mayo de ese año se colocan 25 reflectores en el techo del Club del Progreso (Sarmiento 1334, CABA). Seguía el monopolio del gas, apoyado por la Municipalidad, que decía: “Se hizo la luz”.
En 1880 se ilumina, por primera vez, la Avenida de Mayo con el sistema de alumbrado a gas. Buenos Aires sigue con miedo a la electricidad. En esa misma época, en cambio, la ciudad de La Plata, que no estaba dominada por los intereses de la producción de luz a gas, toma la delantera: su intendente Dardo Rocha (1838-1921) invita a Walter Cassels (1826-1907) para adoptar el sistema eléctrico de alumbrado público (1882, presidencia de Julio A. Roca).
La invención de la luz eléctrica seguía dando pasos. Thomas A. Edison (1847-1931) descubrió la lámpara incandescente y en 1882 la firma Fabry y Chauncy, con la licencia de la marca Edison, hace una demostración que es toda una paradoja: ilumina completamente la “Confitería del Gas”, en Rivadavia y Esmeralda -CABA- con luz eléctrica. Esta muestra poderosa pudo hacerse gracias a que su dueño, Francisco Roverano, era un admirador de la iluminación eléctrica.
Enseguida surge un emulador; el empresario Walter Cassels, titular de la empresa de electricidad Brush Electric Co. -cuya usina estaba en el Mercado del Centro, donde hoy se alza el Monumento a Julio A. Roca- ilumina con luz eléctrica y en forma gratuita, las calles Perú y Florida.
La llave eléctrica se ha encendido y ya no se apagará. En 1887 (presidencia de Miguel Juárez Celman) la Municipalidad contrata a Rufino Varela para instalar 28 focos eléctricos en el Parque Tres de Febrero. Hasta ese entonces, el alumbrado público era principalmente a gas (5.079 faroles) o a kerosene (3.160 faroles). Un año más tarde se iluminan los Mataderos Municipales, se agregan 77 lámparas en el Parque Tres de Febrero y se ilumina Puerto Madero.
A fines de 1891 ya es evidente el avance de la luz eléctrica, tanto en la Av. de Mayo como en muchas plazas, entre ellas la Dorrego en San Telmo.
En 1893, la “Compañía General de Electricidad” inaugura el alumbrado público con lámpara de arco, instalando 36 lámparas en Plaza de Mayo; el encendido aún no era automático. En 1894 (presidencia de José F. Uriburu) se colocan faroles ornamentales, especialmente en Av. de Mayo y en 1899 en Plaza de Mayo. En 1902, la “reconversión” le llega a la Compañía Primitiva de Gas, que inicia la provisión de energía eléctrica para el alumbrado. Esta masividad en el uso de la energía eléctrica tuvo una consecuencia muy importante para el transporte público, al hacer posible la llegada del tranvía eléctrico. Las estadísticas arrojan datos elocuentes del triunfo de la electricidad: en 1936 había 43.151 focos eléctricos, 39 de gas y, desde 1931, ninguno de kerosene.
Desde 1902. Inicio del tranvía eléctrico, hasta su levantamiento en 1963
El tranvía eléctrico tuvo gran influencia en dos desarrollos urbanos: la formación de nuevos barrios y la extensión del sistema de alumbrado público.
En 1900 asume como director del Servicio de Alumbrado de la Ciudad de Buenos Aires el notable Jorge Newbery, quien había sido alumno de Thomas A. Edison. Newbery, gran defensor de los intereses nacionales, introduce la lámpara de filamento de tungsteno, que reemplaza la de carbón. Son muy claras sus ideas sobre la municipalización del alumbrado en Buenos Aires: “La necesidad de tal intervención defensiva es una consecuencia directa de los medios de que hoy se vale el capital para obtener los mayores beneficios, pues en la actualidad estas poderosas agrupaciones han encontrado en el monopolio o en la unión una base más segura y productiva para obtener intereses mayores que aquello que les ofrecía hasta ahora la competencia entre sí”.
Durante esta gestión se radican en Buenos Aires varias compañías de electricidad: 1) La Compañía Italo-Argentina de Electricidad (que en realidad no era italiana); 2) La Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad (más tarde sería la CHADE); 3) La Compañía Hispano-Americana de Electricidad; 4) La CADE, Compañía Argentina de Electricidad.
Al comienzo, la potencia instalada era de 12 caballos de fuerza y en 1910, luego de diez años de gestión de Jorge Newbery, ya era de 140.000 caballos de fuerza.
En 1910, todas las empresas de gas se fusionan en una sola: la Compañía Primitiva de Gas. La ciudad contaba con doce gasómetros, el más grande estaba en la calle Malabia. Ese mismo año se termina la colocación de casi todas las luminarias en las principales avenidas y parques. Todavía se podía ver a los faroleros, pero solamente los de faroles a gas, con una vestimenta muy diferente de aquella que usaban los de la época de los faroles de querosén.
El alumbrado eléctrico, como dijimos, tuvo mucha importancia para el flamante servicio del tranvía eléctrico. Se aprovecha esta circunstancia para renovar algunos faroles que, en su mayoría, eran ornamentales. El tranvía era usado por miles de pasajeros a diario; contaba con una buena iluminación en su interior y su sola existencia lograba que la Municipalidad se ocupara de mejorar la luz de las veredas en las que descendía la gente.
En 1913 se inicia la instalación de artefactos para el Alumbrado Público con el diseño francés “Val d’Osne”. Estos modelos, más que elementos para iluminar eran pequeños “museos” al aire libre y conformaron un patrimonio escultórico urbano, con columnas de tres o cinco brazos, mástiles, esculturas y copones todo de fundición. Eran un conjunto abigarrado y excesivo, pero ese era el gusto de la época, ya que habían ganado medallas de oro en exposiciones de París.
Fueron instaladas en la Av. de Mayo, Plaza de Mayo, Congreso y las Diagonales Norte y Sur, quedando incorporadas a la identidad porteña.
La electricidad había hecho, a su vez, un importante recorrido en el mundo, a medida que se iba perfeccionando. Primero fue la lámpara de arco con electrodos de carbón a corriente alterna, que generaba mucho calor y necesitaba demasiado mantenimiento, por el desgaste de los electrodos. Luego vendrían -de la mano de Edison- otros tipos de lámpara, como la incandescente con filamento de carbono y al vacío que duraba 48hs.; el tubo fluorescente y las actuales lámparas de bajo consumo.
En 1921, con la llegada de la electricidad a algunos barrios, surge el gremio de los “Encendedores”, versión nueva de los faroleros de kerosene. Su función era abrir y cerrar la llave de paso de luz -a la que los vecinos no podían acceder- que iluminaba calles (una llave por cuadra), avenidas, parques y paseos.
En 1925, Carlos Noel (intendente de Buenos Aires, 1922-1927) pone en marcha el programa urbanístico llamado “Plan Noel” inspirado en iniciativas europeas; se imponía la cuadrícula pública mediante un sistema continuo de avenidas y parques y en él se incluía la iluminación. En esa época la ciudad presentaba dos caras (como ahora): un centro luminoso y una ciudad de extramuros bastante oscura.
Noel propuso la “Beautiful City” –que había tenido importantes desarrollos en ciudades de Estados Unidos y otros países- y dio paso a los grandes juegos de iluminación, en especial en los monumentos, pero que no tuvo en cuenta la iluminación de esa otra cara de la ciudad, que siguió en penumbras.
Las formas de alumbrar más habituales eran: 1) Columna con un farol arriba; iluminación especial en Avenidas y Parques; 3) En muchas calles, incluidas las que todavía eran de tierra, el alumbrado era con faroles que colgaban de cables en el medio de calle o en las esquinas que sufrían roturas por lo que fueron protegidas con tulipas llamadas canopias; 4) Con pescante (pieza saliente de la pared para colgar el farol) y 5) Con pescante unificado con columna.
En el año 1938 se retira la última farola a gas. En 1945 termina la Segunda Guerra Mundial y se producen muchos cambios, entre ellos el aumento del parque automotor. En Buenos Aires se incrementa el tránsito de vehículos y por razones de seguridad vial la iluminación de las calles debe ser replanteada. La ornamentación cede el paso a la funcionalidad, tanto en calles como avenidas, túneles y pasos bajo nivel.
El avance en la modernización da un nuevo paso, al implementarse el sistema de encendido y apagado automático de las luces. El invento de las fotocélulas permite este nuevo prodigio, ya que las lámparas se encienden solas tanto al llegar la noche como al caer la oscuridad por un fenómeno natural, como un eclipse. La ciudad ahorra energía y les dice adiós a los “encendedores”.
Las mejoras técnicas en el alumbrado público continúan al aparecer, en la década de 1960, distintos tipos de lámparas que permitían un consumo más bajo. (por la relación entre los lúmenes, que es la unidad de medida de luminotecnia, y los wat, unidad de medida de consumo de energía eléctrica). También hacen su aparición la lámpara de vapor de mercurio o de mercurio halogenado, la lámpara de vapor de sodio, las lámparas SBP (sodio a baja presión), el SAP (alumbrado con sodio de alta presión) y las más recientes lámparas LED.
Desde 1963 hasta la actualidad
Los tranvías eléctricos habían dejado de funcionar y los “encendedores” se habían quedado sin su empleo por el encendido automático, como ocurre cada vez que la tecnología reemplaza el trabajo humano.
En la actualidad hay 112.000 columnas de iluminación, de las cuales 11.000 son farolas peatonales y se siguen desarrollando nuevos tipos de iluminación eléctrica.
Consideración final:
Cada vez que trato el tema de los servicios públicos en la Argentina surge una misma pregunta: ¿Quién debe brindarlo, el Estado o el “Mercado”?
Creo que -tanto en el caso del transporte (ferrocarriles, subtes, tranvías, etc.-), agua corriente, cloacas, autopistas, baños públicos, alumbrado público, etc.- el Estado debe ser responsable de dar el servicio. No se puede dejar en manos de quienes solo se preocupan por sus negocios, la cobertura de necesidades tan básicas. Jorge Newbery lo entendió muy bien y actuó en consecuencia. El alumbrado, en este caso, no debe ser un privilegio de quienes pueden, sino un derecho de todos.
Y así, mientras vemos cómo hacer para que alumbrar sea lo mismo que iluminar -iluminar el camino para que todos puedan disfrutar de la luz, sin importar de qué sector social provengan-, nos imaginamos como en el tango: “Un farol recostado en la barrera y un misterio de adiós que siembra el tren”.
Ing. Vial Mario Briski