Historia viva de San Telmo

Américo De Piñera

Si hablamos de familias históricas del barrio, tenemos que nombrar a los De Piñera. Por eso, voy al encuentro de Américo que, con sus 85 años, me recibe en su departamento de Perú y San Juan -con una vista panorámica hacia el río, como queriendo sobrevolar el lugar de sus orígenes- junto a su mujer Marta Hall, quien también nació en San Telmo.

Sus orígenes familiares se remontan a 1915 cuando sus padres (él argentino, ella uruguaya) la formaron y tuvieron siete hijxs de los cuales él es menor (Jorge, Pilo, Osvaldo, Azucena y otros dos que no conoció, porque fallecieron chicos).

Ofreciéndome un café, Marta dice que ella nació en Garay y Perú y que lo conoció “en la fiesta de 15 de una amiga que vivía en la calle Bolívar al 1300, pero ese día ni me miró porque era muy chiquita para él; tengo diez años menos. Comenzamos la relación cuando nos vimos en un baile de carnaval, en un club de Barracas y nos casamos hace 54 años”.

Docente por decisión de la madre -“eso antes no se discutía”, dice respetuosamente Américo- y pintor por vocación, cuenta: “Nací el 24 de junio de 1933 y viví hasta los tres años en Defensa 767, tercer piso, segunda escalera. En el segundo estaba mi tía Aída de Ibañez, con su prole de siete hijos cuyos descendientes también siguen en San Telmo. Son mis primos hermanos de leche, porque ella me amamantaba cuando mi mamá trabajaba. Estaba en Piccardo y papá en la Casa de la Moneda, operaba la máquina que hacía los billetes. El puesto se lo consiguió mi tío Ibañez; le dio una carta a Irigoyen -cuando con su chofer pasaba por la calle Perú-, diciéndole que su cuñado estaba sin empleo”.

Para tener una idea de la vida familiar de esa época, De Piñera señala: “Estábamos todos cerca: Independencia y Perú, Defensa 767, Paseo Colón 1169, la abuela materna con dos tíxs frente al Normal N°3. En verano, a la tardecita, sonaba el teléfono y todos arreglaban para ir a tomar una cerveza a ¨lo del Potro¨, en Estados Unidos y Paseo Colón”. Nombra a cada uno de los tantos familiares que poblaron el barrio, como su tío Luis Iceta -caudillo del partido Radical, sección 12-  “que tenía su linda casa en Independencia y Perú, al lado del edificio nuevo de la Marina, donde se festejaban la mayoría de las fiestas de la familia”.

Dice que su hermano Jorge, “era amigo del Ing. José Guitelman que construyó varios edificios de la zona. Frecuentaban la plaza Dorrego y viajaban juntos a La Plata, uno para estudiar ingeniería y el otro aprendiz de jockey. Jorge trabajaba en la sección deportes de Noticias Gráficas, pero dejó para dedicarse a su pasión: los caballos. Lo apodaban Wimpy y corrió en La Plata, Palermo y Tucumán”. Recuerda que “un día en el hipódromo se acerca él con otro señor y cuando me lo presenta era Julio De Caro”.

Antes los trabajos se heredaban. Cuando Jorge dejó su empleo en el diario, lo tomó su hermano Osvaldo “quien recibió de manos del presidente Menem la medalla de oro como periodista decano de la Casa de Gobierno”, destaca.

Pero sabemos que las familias tienen historias lindas y no tanto. Por eso recuerda: “A un hermano de mi madre que nació en España, lo llamaban “el pibe la puñalada” y bailaba tango -en 1910- en lo de Hansen (un punto de reunión de guapos, sobre la Av. Sarmiento en Palermo) representando a San Telmo. La historia familiar cuenta que en un Carnaval, pasó una comparsa por donde estaba y lo mataron. Seguramente alguna venganza”.

Y agrega: “En un cumpleaños de mi mamá, año 37 o 38, invitaron -como siempre- a toda la familia. Uno de mis tíos -de parte de mi papá- era socialista, trabajaba en una empresa de granos en el puerto y andaba siempre con una faca (especie de cuchillo). Se puso a discutir con otro que era radical, entonces mi madre los echó. Siguieron en la calle y el hermano de mi papá, sacó la faca y le cortó la cara. Yo era chico, lo veía con la cicatriz pero no sabía qué le había pasado hasta que -ya más grande- mi hermano Jorge me contó”.

Américo destaca a su hermano Pilo, ocho años mayor, “como una persona diferente, leía mucho, tenía una gran biblioteca con escritores rusos, que yo también leí y le gustaba cantar. Estuvo en la orquesta típica Florida y con Rodríguez, el tío de Soledad Silveyra. Recuerdo que me llevaba de la mano cuando le pedían que fuera a cantar serenatas, en los conventillos que luego fueron los Teatros de San Telmo del Arq. Osvaldo Giesso. La gente se juntaba en el patio central y luego servían cerveza para todos. Eran los años 40”.

Para demostrar lo que vivieron juntos, cuenta: “Un sábado a la noche mis padres habían ido a la quinta de Merlo, Prov. Bs.As. Luego de salir con Marta volví a casa, en Paseo Colón 1169 y me acosté. A la madrugada escuché ¨ ¡Levántese, leyes especiales!¨. Entraron y me preguntaban por mi hermano, yo no entendía de qué se trataba. Cuando vieron que no tenía idea, me dijeron: ¨Acuéstese de nuevo¨… y seguí durmiendo. Al día siguiente sonó el teléfono, era Pilo y me dijo: ¨ ¿Te fueron a visitar anoche…?¨. Él sabía que lo buscaban, por eso no fue a dormir. Años después le dije que había vivido en una época donde Dios lo ayudó porque si hubiese sido después, no contaba el cuento”.

“Era comunista, estuvo preso y la pasó mal. Fue presidente del partido y del SARCU (Sociedad de Relaciones Culturales con la URSS), se relacionó con Nikita Kruschev, Mao Tse-Tung y el Che. Tenía mucha influencia sobre mí, pero jamás tuvo intención de avasallarme con sus ideas porque sabía que me había criado religiosamente”, recuerda emocionado.

Fue al Rawson, pero reconoce que no le gustaba estudiar y que vivió una etapa adolescente en la que “estaba enamorado de la calle, era un atorrante”. Evoca una charla con su madre donde le dijo que quería ser pintor, porque siempre tuvo facilidad para el dibujo. Ella le contestó que quería que fuera maestro y casi lo obligó a entrar en el Mariano Acosta, donde terminó expulsado por falsificar la firma del padre ya que se rateaba para jugar al billar en la Perla de Once. Su mamá no claudicó y lo mandó al Santa Catalina para que los curas “lo enderezaran y me empezaron a ganar el corazón, al mismo tiempo que ella accedió a que estudiara pintura en la escuela Pedro de Mendoza en La Boca, donde tuve como profesor de dibujo a Benito Quinquela Martín durante un año”, dice orgulloso.

“En el colegio tuve un Padre Consejero que no me perdía pisada: “Pepe” Guerra. Sabía que mis padres tenían una casa en Merlo, donde iban los viernes y volvían los lunes a la tarde. Si no me despertaban yo seguía durmiendo, entonces Guerra llamaba todos los lunes temprano y me decía ¨tenés que estar a las ocho en el colegio¨. Era un gran observador, veía que tenía una buena persona enfrente, solo había que enderezarla. Los maestros podemos moldear a alguien, hacer que cambie. Eso hizo conmigo”; dice agradecido.

Como docente trabajó “en el colegio León XIII, pero el sueldo no alcanzaba. Entonces, luego de dar clase, iba a la oficina de administración y venta de propiedades de mi cuñado -el esposo de mi hermana Azucena, que era como una madre para mí- en San Martín 522. El negocio empezó a crecer y dejé el colegio para dedicarme de lleno a eso. Administrábamos, entre otros, los edificios de Paseo Colón 1395; Balcarce 1095/1369; Garay 350/358; Bolívar 1071. Cuando cumplí 50 años decidí independizarme, entonces alquilé un local en Bolívar 1069 y repartimos las administraciones que teníamos. Hace alrededor de treinta años, compré el local de Defensa 1309, donde estamos ahora”, detalla.

Américo recorre el barrio como la palma de su mano. Cuenta que sobre la calle Defensa, en la misma cuadra y vereda de su inmobiliaria, está la hermosa casa que hizo Canale a principios del siglo pasado, con departamentos de uno y dos ambientes. Enfrente, la casa de High quien se hizo millonario vendiendo a los nazis las joyas que robaba a los judíos y también la de la familia del que fuera presidente de Fiat, Roel Mora.

Recuerda que para los carnavales iba a bailar a un club en Barracas, sobre la calle Hornos, con los Sánchez, zapatilleros de Garay y Piedras donde todos los vecinos compraban; con el hijo del encargado del Registro Civil de la calle Bernardo de Irigoyen; con Titi González; Eleuterio Menoyo, hijo del dueño de la tienda La Mascota que estaba frente al colegio Santa Catalina (Piedras y Brasil, donde ahora hay un edificio).

En cuanto a la pintura De Piñera dice no saber “de dónde lo heredé”. Y remata con otra vivencia en este sentido: “Trabajando con mi cuñado, en la oficina de la calle San Martin, volví de almorzar una tarde y había un señor con poncho y sombrero, recostado en la baranda esperando que lo atendieran. Me dijo que tenía que pagar unas expensas de la calle Libertad 1032/1038, Cuando le pregunté a nombre de quién, me contestó: Castagnino. En ese momento por la calle Florida vendían el Martin Fierro ilustrado, el de lujo, con los caballos dibujados por él. Le dije que me gustaba mucho su pintura y le pregunté cómo dibujaba los caballos para transmitir tanta potencia, tanta fuerza. Me contestó que de chiquito vivía frente del stud donde criaron a Botafogo (famoso caballo de carrera, llamado “el caballo del pueblo”), un crack y que veía cuando lo paseaban. Pensaba que esa imagen fuerte lo impactó y lo transmitía en el trazo. Para mí fue toda una revelación y un lujo saberlo directamente de él”.

Con Marta tuvieron dos hijas: la mayor -su socia y ahora al frente de la inmobiliaria- vive en Chacabuco y San Juan y tiene dos hijos: Juan estudiante de filosofía e Ignacio que estudia en el Instituto Huergo y, la más chica, docente, profesora de arte, maestra del Leguas Vivas y del Normal N°3 donde estudió.

Américo se detiene en cada detalle de fechas, domicilios y nombres, en la recorrida emotiva de la vida de esta familia que ya tiene su cuarta generación en San Telmo. Pero lejos está de vanidades, lo hace para mostrarnos la historia viva de un barrio que cambió mucho estéticamente, pero mantiene la belleza de su gente.

Texto y foto: Isabel Bláser

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *