Homenaje y adiós a Norma Guerra
El 21 de noviembre nos ha dejado definitivamente Norma Herminia Guerra de Mele, maestra y ex directora del Colegio Guillermo Rawson, en el que se desempeñara como tal durante más de veinte años.
Todos sus amigos y conocidos le rendimos un sentido homenaje por su larga trayectoria como docente y como persona afable, siempre dispuesta a la acción con una gran eficiencia profesional.
Muchas serán las madres de San Telmo y sus hijos quienes la recordarán con cariño y verdadera unción por sus dotes naturales y su justa bonanza delineada con los márgenes necesarios y precisos para una buena enseñanza. Su presencia imponía respeto y fue siempre considerada una “señora directora” de su querida escuela, allí en la calle Humberto Primo, con sus centenarios árboles de magnolias que ella tanto quería, frente a la Iglesia San Telmo.
Fue secretaria de la Junta de Estudios Históricos de San Telmo en su nueva etapa y a su vez del Ateneo Popular de La Boca, teniendo además a su cargo junto a su esposo Julio Mele, Presidente del Club Oriental en Buenos Aires, la organización y presentación de actividades culturales de literatura, audiovisuales y cine en dicha institución.
Pero además de sus cargos cumplidos con gran idoneidad, queremos referirnos muy especialmente a su personalidad, que la definía por entero: precisa e inteligente, sabía captar de inmediato un factor menor o preponderante, dándole, si era necesario, una pronta solución. Muchas de sus decisiones se imponían amablemente, sin estridencias, sólo por razonadas y justas. Otras, tal vez más delicadas, en intricados laberintos de ámbitos superiores, eran encaradas de frente y sin tapujos.
Solía referirse a la enseñanza y el aprendizaje deficientes en la educación, factor preponderante en una mujer docente con miras a una formación íntegra del estudiante, partiendo desde sus padres hasta la institución. Sobre este tema ofreció diversas charlas con gran beneplácito del público asistente.
Consustanciada con sus alumnos, a quienes dedicó una parte importante de su vida, día tras día, hora tras hora como maestra y directora, los consideraba sus hijos. Se sentía feliz con sus alegrías o méritos y apesadumbrada con sus problemas. Aspecto que debe ser señalado, no por mera alabanza anecdótica, sino por el real sentimiento materno que trasuntaba.
La hemos visto en la puerta de su querida escuela acompañando, cada tarde con su mirada atenta, hasta al último alumno que salía de su segunda casa.
Seguramente todo lo señalado, que es de suma importancia en un ser humano, no alcanzó a agradecerse con una retribución mensual de docente. Va más allá, entra en el espacio inconmensurable del espíritu, en el que pocos confluyen para bien de otro ser, parte de ese gran total que es la humanidad.
Querida Norma, la recordaremos como era y damos las gracias, sus amigos y conocidos de tantos años, por la imborrable estela de amor y enseñanza que nos ha dejado. Sabemos que su sabiduría ha cundido en muchos. Rogamos paz por siempre a su espíritu.
—Olga Reni, vicepresidenta de la Junta de Estudios Históricos