HORACIO

Ojos color de cielo nublado, melena rebelde de largas adolescencias, espalda de cochero de plaza.

Era Horacio para todos: para el mozo del Británico, para el alumno que se acercaba para una consulta o para el funcionario que necesitaba de su saber y sabía dónde encontrarlo.

Horacio era un hombre austero, de respuesta amable y sonrisa generosa que desplegaba, sin querer, la magia de su intelecto y erudición, cercanos a la sabiduría.

Disfrutaba una vida de romántica bohemia en el barrio, al lado de su amada, la sublime Liliana Herrero. 

San Telmo era su lugar en el mundo; el Bar Británico, su centro de operaciones y el Parque Lezama el ágora donde solía ser el orador en las asambleas populares, con frondosos discursos que abordaban de frente el drama nacional.

Horacio Luis González, porteño, nacido en 1944. Sociólogo, profesor universitario, ensayista, teórico estético. Publicó: La Ética Picaresca, Arlt, Política y Locura, Historia Crítica de la Sociología Argentina, La Crisálida: Metamorfosis y Dialéctica, Retórica y Locura, Paul Groussac: La Lengua Emigrada; entre muchos otros títulos.

Horacio cruzó, con un saber erudito, la filosofía, la literatura y las ciencias sociales con lo popular; interrogó las sagradas escrituras libertarias, socialistas, comunistas, autonomistas y populares sin nunca señalar a nadie con gesto acusatorio y usó la risa como estilete hermenéutico. 

Desde la cátedra de Sociales, González será decisivo en pensar lo social desde la literatura. Desde allí, empujará a malones de estudiantes a leer a Arlt, Borges, Macedonio o Hernández para acceder a los sistemas sociales y políticos.

Horacio enseñaba a pensar desde adentro, a meterse en lo popular. Desde el barro va a tensionar a Perón con Borges, a Cooke con Vallejo y Josefina Ludmer, a Viñas con Rozitchner, a Gramsci con Rancière, a Levi-Strauss con Alcira Argumedo -de quien escribió su último texto- señalándola como espejo de política e intelectual.

Su obra fue releída y debatida con exigencia crítica, por varias generaciones de apasionados seguidores y opositores. 

Horacio expuso sus posturas y su rigor crítico en varias revistas y publicaciones: Fin de Siglo, El Porteño, El Periodista, La Maga, El Artefacto; entre muchas otras. Con una prosa frondosa e intencionalmente críptica sometía la densidad del saber del panteón nacional, enfrentando casi siempre a los molinos de viento de la apoltronada universidad.

Su legado como “maestro” fue pensar lo universal a través de lo “nuestro”. 

Un día del año 2005, sonó el teléfono en el Bar Británico y el mozo le avisa a Horacio que el llamado era para él. “Hola ¿Quién habla?”, dice. “El Presidente”, le responden del otro lado. Era Elvio Vitale, quien le ofreció -de parte del Presidente-, la Dirección de la Biblioteca Nacional. Fue un acto de justicia poética.

Horacio entrevió que entrar en la Biblioteca de la Nación era abrir el catálogo de los libros para pensarnos y conmovernos, para dimensionar a los grandes y reponer a los olvidados y proponer nuevos textos, nuevas interpretaciones. Su rápido contacto y asociación efectiva con el mundo editorial, las cronotopías de la ciudad y las universidades, le permitieron a Horacio González insuflarle a la Biblioteca Nacional el volumen y la centralidad cultural que nunca había tenido.

La Biblioteca Nacional abrió plenamente su acceso al público, llenó de investigadores y lectores sus salas, editó y coeditó libros como nunca, releyó autores ausentes o descascarados y abrió el Museo de la Lengua.

Ese era el hombre que todos los días tomaba un taxi en la vereda del Parque Lezama para ir a su oficina en la renacida biblioteca de Las Heras y Agüero donde, por su iniciativa, se gestó el espacio intelectual: Carta Abierta, que durante largos ocho años fue el pulmón y las neuronas de una ansiada recuperación del movimiento nacional y popular en la Argentina.

En 2013, Horacio sufrió un ACV.  Regresó a la actividad rodeado por los jóvenes alumnos, que ya eran sus amigos y herederos, en el aula 100 de la vieja facultad de Sociales, convertida en un romántico y ensoñado colectivo de lectura de textos, que lo trajo de nuevo a la vida.

“Yo no soy fuerte, trabajo de fuerte”, decía Liliana Herrero. “Tengo miedo”, también afirmaba contando que Horacio estaba hospitalizado, víctima del maldito Covid desde el 19 de mayo.

Un frío 22 de junio de 2021, Horacio Luis Gonzáles se iba de esta vida.

No perdono a la muerte enamorada

no perdono a la vida desatenta

no perdono a la tierra ni a la nada

………….

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Párrafo de la Elegía del enorme Miguel Hernández, por la muerte de su entrañaba amigo Ramón Sijé, que bien sirve para esta despedida nuestra.

                                                                                   Horacio -Indio- Cacciabue

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