HORACIO FERRER – AEDO

Ojos borravino, manos de linotipista celestial, espalda de águila guerrera.

Era un jailaife que vestía galera y pajarita,  que  habitaba en el Hotel Alvear y que  todos los días caminaba por la ciudad que él poetizó.

Por su pinta poeta de gorrión con gomina/ por su voz que es un gato sobre ocultos platillos/ los enigmas del vino le acarician los ojos/ y un dolor le perfuma la solapa y los astros.

Horacio Arturo  Ferrer Ezcurra nació en la ciudad de Montevideo, el 2 de junio de 1933. Estudió arquitectura en la Universidad de la República, fue periodista en el diario El Día,   en la   radio uruguaya y,  con el fin de promocionar las nuevas tendencias del  tango, fundó el club de la Guardia Nueva y la revista Tangueando.

En 1961 se estrena en el Teatro Circular de Montevideo  su obra  El Tango del alba, sobre  la vida de Ángel Villoldo. En 1964 publica Discepolín, poeta del hombre de Corrientes y Esmeralda. En 1965, Historia sonora del tango. En 1967 presenta “Romancero Canyengue”,  recitando como «un aedo».

En la antigua Grecia los aedos, artistas ambulantes que cantaban  epopeyas, recitaban sus poemas  acompañados de una cítara.

“Yo aprendí  a ser como  un aedo, que imitaba a Verlaine, a Darío, a los franceses” confesaba Horacio Ferrer.

Grita el águila taura que se posa en sus dedos/ convocando a los hijos en la cresta del sueño,/ a llorar como el viento, con las lágrimas altas/ a cantar como el pueblo, por milonga y por llanto.

La poesía de Ferrer era innovadora, de corte  surrealista, usando términos  estrambóticos que sonaban tangueros. Fue muy bien recibida, tanto en Montevideo como en Buenos Aires. La crítica proclamaba que el libro marcaba el nacimiento de un nuevo lenguaje en el tango.​ Astor Piazzolla había vuelto de Europa con un  gemido de notas disonantes, “tengo una carga de  dinamita en cada mano”, gritaba “el Gato”.

Fue a Montevideo a buscarlo y le dijo: “mi música suena como tus versos. Si no venís a trabajar conmigo sos un imbécil”.

En 1967 Horacio Ferrer largó todo y se vino a Buenos Aires, dónde por las noches caminaba   en una ciudad espectral   en busca de La Ultima Grela.

Del fondo de las cosas y envuelta en una estola de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho, vendrá la última grela, taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.

Ferrer la había escrito para  Aníbal Troilo,  pero Piazzolla hará «la grela»  con Amelita Baltar, quien también será “María de Buenos Aires”.

La  monumental operita, estrenada en 1968 en la Sala Planeta con una orquesta dirigida en vivo por Astor Piazzolla,  el canto de Héctor de Rosas y Amelita  y en el papel del Duende, recitando como un aedo: Horacio Ferrer.

María de Buenos Aires fue un suceso y,  con  los años,   será  la obra

del teatro argentino más representada en todo el mundo.

En 1969, a partir de un valsecito infantil compuesto por Piazzolla, Ferrer escribió  una letra inspirada en un pibe de la calle que vendía flores en los restaurantes de la zona de los teatros. Nacía el Chiquilín, un angelito que por las noches  vendía rosas en las mesas del boliche  de Bachín. La temática social, una poética cotidiana, la utilización de neologismos incompatibles con el tango, anunciaban una  estética nueva para la cultura popular.

«El tango, los amigos, el amor, la patria, la aventura, la bohemia, el sentido de la libertad son la misma cosa», decía Horacio  Ferrer.

Una clase nueva llegaba al tango hipnotizada por la revolución

permanente del Gato Piazzolla.  A su lado   una “felina de pura

cepa” llamada Amelita  lo   arañaba provocativamente  y  Horacio

Ferrer poetizaba el trance.

 Piazzolla repetía a cada rato la frase: «ya sé que estoy piantao». Así surgió la letra de Ferrer  con ritmo de valsecito y dos recitados entre parlamentos y áreas cantadas  que van a sacudir los cimientos del tango.

La Balada para un Loco fue estrenada en San Telmo, en el Michelángelo de la calle Balcarce.

En 1969 la balada será presentada  en  el Primer Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción que se realizó en el Luna Park  del 9 al 14 de octubre y va a llegar a la final. Pero, escándalo mediante,  será desplazado el jurado internacional (Vinicius de Moraes y Chabuca Granda)  por un «jurado popular» que en la final del 14 de octubre declaró ganador a otro tema. Igual, Balada para un Loco  ya había provocado un revulsivo imposible de calmar.

“Yegua y puta” son las dos palabras que más recuerda Amelita Baltar de la noche que presentó la Balada en el Luna Park.

 La Balada para un Loco  fue un éxito, tan extraordinario como extraño, que nadie pudo parar: la ciudad negra había  parido dos locos y una loca que deliraban con la luna rodando por Callao.

“Piazzolla es el Picasso del Tango”,  dijo Horacio Ferrer  y Buenos Aires era su “Guernica”. Compusieron juntos más de cuarenta tangos.  La relatividad del tiempo vuelve efímero lo agradable, en 1972 en  el escenario del teatro Regina, Amelita Baltar, con sus piernas de seda y su voz intrusa en un mundo de machos, estrena “El Gordo Triste”,  la poesía de Horacio Ferrer  en homenaje a Aníbal Troilo, presente en la sala.

Del brazo de un arcángel y un malandra, se va con sus anteojos de dos charcos a  ver por quién se afligen las glicinas. Pichuco de los puentes en silencio. Pichuco de la misa en los mercados.

En 1975 Horacio Ferrer  compuso con Horacio Salgán  el  Oratorio Carlos Gardel para Orquesta Sinfónica, obra clásica de ocho movimientos que recorren la vida de Carlos Gardel. En 1990 será reeditado y grabado en l992 con Simón Blech como director de la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Polifónico  y la participación  de Horacio Ferrer en el recitado.

Ferrer amaba el tango y  sabía expresar con rigurosidad su pensamiento. El hombre que vino de Montevideo a revolucionar la música de los porteños, también  será un filólogo que  volcará su saber  por el 2×4 en profundas investigaciones  fundamentales para el estudio del tango.

En 1959, El Tango su Historia y Evolución, fue el anuncio  de una serie de  rigurosa erudición del estudio del tango.

Le siguieron en 1965  Historia Sonora del Tango;  en  1970    el Libro del Tango: Arte Popular de Buenos Aires que  en 1980   amplía la edición en tres tomos  y en 1996 con El Siglo de Oro del Tango  y El Inventario del Tango con Oscar del Priore.

 Horacio  Ferrer tenía un sueño: crear la Academia Nacional del Tango en la República Argentina, con el objetivo de desarrollar un movimiento cultural federal e internacional para difundir y estudiar el tango.

Sueño  que pudo concretar  en 1990, por Decreto del Poder Ejecutivo Nacional.  Horacio  será su presidente y, en su gestión,  la Academia va a fundar  otras treinta sedes en diferentes países (Chile, México, Cuba, Holanda, Bélgica, Francia y España).

Durante su  gestión la Academia adquirió  el Palacio Unzué en la Avenida de Mayo 833, donde funciona la sede central de la Academia que en 2003 inauguró el Museo Mundial del Tango  sobre la base,  idea y proyecto arquitectónico  del libro de su autoría El siglo de oro del tango.

De qué Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre, que en un fósforo ha visto la tormenta crecida, que camina derecho por atriles torcidos, que organiza glorietas para perros sin luna.. Horacio Ferrer se nacionalizó argentino en 1983, con motivo de la reconquista de la democracia en el país. Recibió todos los galardones posibles   y  será distinguido en 1992 como Ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

Era un porteño que  amaba Buenos Aires. Desde 1976 vivió en una suite del Hotel Alvear en pleno Recoleta, en cuyo mítico cementerio estaba sepultado su abuelo.  Caminaba  por sus calles buscando, como un loco, “la luna” rodando por Callao.

Pero San Telmo fue el barrio que  marcó su vida. En  el Michelángelo de la calle Balcarce se estrenó  su Balada para un Loco. Allí nomás, en la misma Balcarce e Independencia, Horacio Ferrer daba sus primeros pasos a poco de llegar a Buenos Aires, recitando sus poemas en El Viejo Almacén. En San Telmo  Horacio conoció, según su propia definición, a  «la mujer de la que soy el hombre»,  Lulú Micheli.

Esa mágica noche en San Telmo / Buenos Aires urdió nuestro encuentro, tan romántica y dulce Lulú.

El lugar del encuentro fue en La Poesía, el bar de Chile esquina Bolívar.

La poesía fue  la razón de ser de Horacio Ferrer. Vivió con y por ella  hasta el 21 de diciembre de 2014.

Moriré en Buenos Aires, será de madrugada / guardaré mansamente  las cosas de vivir/ mi pequeña poesía de amores y de balas/ mi tabaco, mi tango/ mi puñado de esplín..

Texto e ilustración : Horacio – Indio – Cacciabue

Horacio Arturo Ferrer Ezcurra

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