Juan el “cuidacalle” o “cuidagente” de EEUU y Balcarce

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Salgo a la calle y ahí está él: en la esquina, con su sonrisa siempre dispuesta en primera línea y con su brazo revoleando la bienvenida. A veces, un gesto lo dice todo. Con Juan es así, su esquina, su cuadra, su calle, mi casa, tu casa, nuestra casa. Hace tanto frío.
Le respondo con el saludo. Hay que ver esa sonrisa. ¿A fuerza de qué se mantiene? Me pregunto cómo hace. A veces, incluso así, supeditado a las insanas e incómodas costumbres de la calle, pienso que Juan le pescó la vuelta; ese límite indefinible, o lo entendió todo o está completamente loco. “O ambas cosas”, imagino que diría él si lo estuviera entrevistando en este instante.
Pregunto y respondo para adentro, el sacrificio quema las entrañas y debe ser alto. ¿Quién lo impuso? ¿Será destino, será karma, será asignación, será decisión, será necesidad? Como sea, siempre da la impresión de que Juan no es lo que puede, sino lo que quiere.
De lo que puede o pudo poco sé. Escuché en alguna ocasión que no se le escapa el conocimiento del bandoneón, que en el arte culinario se desarrolla exquisitamente, que tiene tres nietas por las que suspira y respira. De lo que hace puedo decir bastante más, aunque es más importante el cómo lo hace, que es lo que enaltece y hace respetable la diferencia entre su vida y la de cualquiera. juan2
Para empezar, es probable que sus dientes rechinen al punto de producir un cataclismo de bruxismo. Así y todo, lograrán decir: “¿Todo bien? Vos cada día más linda… ¿Cómo está el novio..? ¿Y el hermano, qué cuenta? Me alegra. ¿Y tu mamá? Hace mucho no la veo, qué guapa que es tu mamá… ¿Tu amiga viene esta semana? Avisame, así le guardamos un lugar, para ella siempre hay lugar”. juan3
Otro piropo o refrán, según el día; nuevo revoleo de pañuelo y a continuar… eso si no hubiera una bolsa pesada que cargar o algún mandado que hacer, ya que en esos pequeños grandes detalles es el primero en fijarse y ofrecerse. Desde cuando necesité un cigarrillo antes del colapso, o desde algunas palabras que cambiaron el curso del día, hasta cuando fue una caja de cartón porque yo tenía que enviar una encomienda, o cuando me ayudó a juntar bidones de cinco litros vacíos para reciclarlos y convertirlos en candelabros. Ni hablar de cada vez que preciso esa especia que tanto escasea llamada “monedapalbondi”.
Así es Juan, siempre dispuesto. Y eso no es todo. Era un día caluroso. “Amerita tener bici para pasear”, comenté. Bastó un segundo para que dijera: “Apenas me entero de algo te aviso”. Bastaron un par de días para que hubiera una bici en la puerta de mi casa. Era una noche de luto nacional y me dijo, “¿No te enteraste?”.  “No, es que no tengo televisor”, le contesté. “Te doy una, si yo tengo dos. Siglo veinte cambalache”, remató. Me acuerdo de la vez en que mi novio y yo estuvimos en la encrucijada de hacer un trámite en la mentada Dirección Nacional de Migraciones, conocida por sus eternas filas y para el cual había que pasar una noche haciendo fila sin garantías de poder ser atendido. Fue Juan que dijo que iría, y rechazó nuestra oferta de dinero por el favor, sólo aceptando un sándwich de milanesa como gesto simbólico.
Así es Juan, el “cuidacoche” (definición que le queda chica, sería mucho mejor para su oficio “cuidacalle” o “cuidagente”) de Estados Unidos y Balcarce, un vecino y amigo fiel, como pocos, muy pocos.
—Victoria Starke, vecina de San Telmo y diseñadora de ropa, www.vekadice.com.ar

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