Juguetes de ayer, de hoy y de siempre
Adrian Cellone, coleccionista de muñecas y juguetes antiguos desde hace veinte años, está al frente de “Los juguetes de Tati” (nombre que le puso en honor a su madre). Se reconoce como discípulo de Antonio Caro, el último restaurador de muñecas antiguas al que llamaban Petete “porque sabía todo”. El Sol lo entrevistó en su local del Mercado de San Telmo.
El Sol: ¿Cómo y por qué empezó a coleccionar juguetes antiguos?
A.C.: Empecé cuando conocí a Antonio. Después fui por primera vez a una compraventa y compré dos muñecas antiguas. Con él aprendí a reacondicionar los juguetes. Ya no quedan restauradores como Antonio. Actualmente hay algunos que maquillan a las muñecas y les cambian la expresión o le sacan “el espíritu”.
El Sol: ¿Dónde aparecieron las primeras muñecas?
A.C.: En Inglaterra. Al principio eran de madera, después se hicieron de cera, luego de cuero. Alrededor de 1850 surgieron las primeras muñecas de porcelana, que eran para una elite. Eran muy caras, se las veía en los palacios en Francia. A principios del siglo XX descubrieron el celuloide, un plástico muy finito que se podía lavar, pero era muy endeble y extremadamente inflamable.
El Sol: ¿Y cuándo llegaron a Buenos Aires?
A.C.: Alrededor de 1920. Eran rústicas y venían de Europa, principalmente de Alemania, Francia y España. En 1936 ingresa al país la primera “Marilú” (especie de Barbie de la época). Era una muñeca muy cara, por lo tanto solo accesible para las niñas de clase alta. La vendían exclusivamente en una boutique dentro de Harrods (centro comercial de la época, sito en Florida 877) y, en algún lugar de Mar del Plata. Después compraron la licencia y se empezaron a fabricar en Argentina, hasta finales de los ’40.
En el mundo estaban: “Mariquita Perez” en España; “Shirley Temple” (o “Ricitos de oro”) en Estados Unidos y “Marilú” en Argentina. En esos días las muñecas (y los juguetes en general) eran solo para ser exhibidas. Recién en la década del ’50, la Fundación Eva Perón empezó a regalarlos para Reyes y el Día del Niño. A partir de ahí, los chicos pobres o de clase media supieron de autitos con pedales y muñecas. Cambió toda la manera de jugar. Algunas nenas querían bañarlas y, como las muñecas estaban hechas de cartón piedra, se deshacían en el agua lo cual era traumático para ellas.
Por esa época apareció “Linda Miranda”, cuyo slogan era “Es linda, mira y anda”. A partir de la década del ’60 hubo una “explosión” de muñecas de goma, como la Rayito de Sol, Pielangelis o Kuklin, por citar las más comunes. Se podían peinar y bañar. Tenían pelo sintético, antes se hacían con cabello humano. Hoy en día las muñecas hablan, lloran, bostezan, entonces hay poco espacio para la imaginación. Nosotros trabajamos con la memoria emotiva de la niñez, que es la etapa más linda de la vida. Trato de educar a mis nietos con juguetes que no sean virtuales, para desarrollar su creatividad.
El Sol: ¿Y sus hijos van a continuar con el negocio familiar?
A.C.: Acá trabajo con mi sobrino, Hernán Cravero (25), a quien le fui pasando esta pasión por preservar nuestro patrimonio histórico. Vivo de esto, lo disfruto plenamente. No me gustaría que esto se pierda.