La columna vertebral del barrio: Los vecinos

Editorial

Ojeando el libro “San Telmo: Alma de Barrio” -producido en 2012 por la asociación civil Rumbo Sur y nuestro periódico, donde se muestran 30 retratos, en texto y fotografía, de vecinos, comercios e instituciones barriales la identidad y el espíritu tradicional de esta comunidad- siento una gran nostalgia.

Recuerdo a muchos actores sociales de ese entonces y de hoy, que estaban en la presentación realizada en la casa del Virrey Liniers, que aplaudían con énfasis la iniciativa y que, como siempre sucede en esos casos, fueron las caras de las fotos.

 Son esos mismos que ahora dicen que hay que aggiornarse o que todo evoluciona y que debemos adaptarnos a las nuevas propuestas, porque -en definitiva- la Plaza Dorrego no es igual que la de su origen y tampoco la calle Defensa era adoquinada sino de tierra, etc.etc.

 Obviamente que es así, solo que lo que no tienen en cuenta es que con cada nuevo edificio de vidrio o con cada lechada de cemento sobre las callecitas empedradas, están matando el alma de este maravilloso lugar de la ciudad. Lo están mimetizando con otros impersonales, ahuyentando así a los vecinos que caminan sus calles recordando que esas baldosas fueron pisadas por sus abuelos o sus padres o sus hermanos. No tienen en cuenta que por eso lo aman, porque no son ellos solos los que van por sus calles, sino que lo hacen trayendo en sus cuerpos, ya no tan ágiles, el recuerdo de historias humanas de trabajo y juegos compartidos.

 Es inútil querer transmitir esa experiencia de vida a los que se encandilan con las nuevas luces que parecen que iluminan mucho, pero que -en realidad- dan más sombra. No porque no entiendan, sino porque no respetan. Por eso piensan que el irreverente es el que defiende la identidad, aún a costa de que piensen que es autoritario, que no acepta la modernidad o la evolución o el cambio. Están equivocados. Seguramente los vecinos se adaptarían fácilmente a eso si se conservara el paso de la historia y no se quisiera borrar, con una topadora ilegal, la memoria de los ancestros.

 Pobre historia de la humanidad si eso se hiciera en todos los lugares del mundo. Perderíamos nuestras referencias, no sabríamos cómo vivieron los que habitaron antes, qué usaban para comer, en qué casas vivían, cómo se relacionaban; en definitiva, cómo hicimos para llegar al siglo XXI. A veces pienso en extremo e imagino que estos actores sociales serían capaces de quemar las antiguas escrituras, porque son libros “viejos” o derrumbarían el coliseo romano porque es “viejo” y está “roto”.

 Muchos se preguntarán por qué en nuestras páginas aparecen historias cotidianas de diarieros, barrenderos, almaceneros, peluqueros… y es porque queremos mostrar la historia de los que han sido y son los que comparten nuestra vida cotidiana y dan forma a la idiosincrasia del lugar donde vivimos. Queremos rescatar la cultura barrial de hombres y mujeres que forman el tejido social, que es lo que nos caracteriza por su diversidad. Al mismo tiempo la idea es que nos conozcamos, que sepamos quién es nuestro vecino para poder reconocernos en él y que no nos sea indiferente.

 En el prólogo del libro citado ut supra, el Arq. José María Peña, dice: “Un auténtico barrio es aquel que puede actualizarse sin perder su identidad y su carácter, sin convertirse en ‘fashion’ por poco tiempo o hasta que otro barrio retome el centro de la novedad”. Escuchemos al Maestro, lo demás es cháchara.

                                                                                               Isabel Bláser

 

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