La Coruña: el auténtico bodegón de barrio
“Yo al salón me lo como”, dice como jugando a la literalidad Carmen Margarita Moreira López. “Con i latina”, anuncia, con su carácter que marca todo por las dudas, la mujer que está al frente del bodegón La Coruña, en el verdísimo local del Mercado de San Telmo, sobre la calle Bolívar.
Y Carmen, o Carmiña, dueña de La Coruña, uno de los 54 bares notables de la Ciudad de Buenos Aires, se levanta para hacer un sandwich de jamón, queso y tomate –abundante y barato, por cierto-, seguida por Cabezón, el pequinés que vive desde hace 14 años allí, para volver a su mesa preferida y contar la historia que ya la ve venir: ella es moza, cocinera y única heredera de ese café que sólo puede existir en un barrio donde estas cosas inexactas hasta la magia, existen. Trae un cortado en vaso de vidrio y no hay que explicarle cómo es el vaso de vidrio: que si es jarrito, americano o con manija. Es el vaso de vidrio del que se supone que todo aquél que se haga llamar cafetero de profesión, sabe traer.
“Este negocio pertenece a mis padres”, cuenta Carmen.
¿Y su papá?
José Moreira falleció hace ocho años.
¿Y su mamá?
Manuela López, la cocinera y mentora, famosa en la Coruña, no está bien de salud y hace tiempo que no puede ir a ver cómo está su vida, que no es nada más y nada menos que este bar. Sin embargo, “no sabés cómo dirige sin venir”, enfatiza su única hija.
En San Telmo había un bar y un papá por conocer
“Hace 47 años en este mismo local funcionaba un bar de “despachos generales”. Quizá se llamaba ´El progreso´ o ´El porvenir´, primero de asturianos y después de otros gallegos”, relata la mujer que, dice, siempre se confunde con el nombre.
El parto de la Coruña fue cuando su tío Manolo trajo a Buenos Aires a don José, el hermano, y andaban buscando un bar para comprar. Pasaron por sus ojos El Británico y el antiguo Bar Dorrego; pero éste fue el elegido y, “como el tío Manolo era fanático de su club, lo llamaron La Coruña”.
Cuando Carmiña se embarcó con su mamá, Manuela, allá en el municipio de La Coruña, famosa por el hermosísimo único faro romano en funcionamiento hoy día –la torre de Hércules-, tenía 6 años. Bajó del barco y vio dos hombres esperándolas. Manuela le preguntó si conocía a ese señor que las esperaba. “Sí, el tío Manolo”, respondió la chiquita. Pero al de al lado no lo reconoció. Era su papá. Y así se presentaron.
“A los ocho años yo pelaba una bolsa de papas todas las noches y lavaba platos”, cuenta hoy, con 55 años. “Pero esto fue hecho gracias a mi mamá, ella fue la que más laburó”, rescata con los ojos transparentes como el vidrio del vaso.
El local está lleno de recovecos, de pasadizos secretos, de depósitos y bohardillas. Y quizá el que sabe el secreto más hermoso es el altillo que la familia fue arreglando para vivir en él. Hasta hace poco tiempo Manuela se quedaba casi toda la semana allí.
¿Por qué?
“Porque le gusta más que Barracas, donde tenemos nuestra casa. El altillo también es la casa de ella”, responde, resignada. “Ella ama San Telmo, no hay cosa que no le guste de este barrio”.
“Mamá conocía a todos en la zona; y si no conocía a la persona, sí conocía su historia; los chusmeríos, todo. Porque este fue un bar de hombres hasta hace 40 años. Las pocas mujeres que venían lo hacían acompañadas”, acota.
Pero entonces, ¿los hombres son chumas?
Ella ríe con cara que hace recordar lo que esta cronista no vio: el rostro de picardía de una nena recorriendo las mesas de un bar de señores de los altos de San Telmo.
El bodegón y después
“Me acuerdo de cuando venían los portuarios… cómo se pelaban los capataces para llevar a los estibadores: ´yo quiero a fulano´, ´yo a mengano´; todos querían lo mejor y este era el punto de reunión. También venían unos curas, pero eso mejor no lo cuento; y la barra brava de San Telmo tomaba el vermout a las cinco”.
Eran los años en que en dos cuadras a la redonda existían La Coruña, El Caracol y El Aconcagua. Ahora hay nueve en dos cuadras.
¿ Sobrevivirá este tipo de bodegón?
No sé… Porque se van los viejos ¿ y qué? Yo sigo, pero no tengo hijos, nada. ¿Hasta cuándo? Me pasa algo a mi y se acaba todo. No tengo hermanos. ¿Cuánto tiempo más podemos perdurar’. Mi mamá me necesita ahora, el día de mañana ya no.
Si fuera sólo por los consumidores de hoy, ¿cree que sí pueden continuar?
A mucha gente le gusta lo auténtico. Lo reciclado se nota, ¿no?. Este tipo de negocios familiares son un poco como una casa, te interesa la vida del que viene, te cuentan sus cosas. No siempre se es tan comercial… eso se nota y hay gente que le gusta, que se siente bien… Si esto desaparece, quedan los lugares a los que sólo vas a comer o a tomarte algo: acá hay contacto entre la gente.
¿Por qué viene la gente?
Porque será que estamos medios… medios…. -ríe y gesticula-.
¿Medios qué?
Medios locos… O porque habrá buena onda. Viene mucha juventud. Por ahí se sienten identificados con eso de ser auténticos, no sé…
¿Por qué tantos jóvenes en un bar antiguo?
Y, que lo diga la gente… Esto es auténtico. Las estanterías, todo está de la primera época. No se ha modificado para nada. Se fue renovando alguna mesa, pero el mostrador y lo esencial son los mismos de siempre, y eso se siente, pasan cosas adentro de uno cuando ves que es así.
¿Cambiaría el mobiliario?
No. Hay cosas que no las tocaría. Esta mesa de madera, larga, no la tocaría. La gente se sienta seguido, le gusta… Acá se comparte la mesa y nadie tiene problemas de sentarse uno al lado del otro. En otros lados, hay gente que sí, que no le gusta, pero son los menos.
Con Juan
De a poco, van entrando habitués, muchos ex Británico, estudiantes de cine, solitarios y viajeros, parejas y amigos. Se llena. Mientras tanto, Crónica sigue fatalísima en la TV en lo alto de la pared y llega Juan, el mozo que desde hace unos diez años con unas cuántas décadas encima. Juan empezó como habitué y es famoso porque se le pide una soda y no responde. A los minutos la trae y entrega, además de la soda, una muestra de sonrisa. Carmen, Juan y el encargado de la mañana, de 32 años que está en el local desde la mitad de su vida, son todo el personal de La Coruña desde que Manuela no puede ir.
¿Por qué se gritan con Juan en público, Carmiña?
No gritamos. Hablamos en tono elevado, que no es lo mismo.
Ah. ¿Y por qué?
¡Porque él no escucha! –y se encoge de hombros como si estuviera diciendo lo más natural del mundo, pues.
El mobiliario no se cambia
Simple y fuerte, como un faro, se ve este bodegón con paredes y techos casi celestiales color crema de antaño, molduras de madera marrón por dentro y verde por fuera y la boiserie que reviste una parte de las paredes. Como en dominó, juegan mesas para todos los gustos pero, sobre todo, largas para compartir con quien sea. Un estaño y estanterías que denotan originalidad real.
Hay detalles fotografiados ya por doquier: una pizarra que ofrece el menú del día que no defrauda en ser similar cada vez; otro para las bebidas que incluye el vermout a 6 pesos y uno más para los postres. Ah: y una salivera que ya no está.
Este mobilario, aburrido y demodé para algunos, es parte del bar-restaurante-café bodegón del que Carmen, mientras no deba vender y despedirse de una buena parte de su vida y del gran amor de sus padres, jamás cambiaría. ¿
Por qué si ahora la gente busca modernidad y lo antiguo puede aparentar sucio?
“Porque hay gente que quiere estos lugares, se siente diferente y no busca sólo un bar cuando va a un bar”, responde, sin posibilidad de refutación alguna, ella, la gallega.
“Esto es como un boliche de campo; así, lindo, cálido”, acota Irma, clienta y amiga, dispuesta a tomarse algo, con sus dorados aros y su cara perfectamente arreglada.
El sueño de la heroína
Este es uno de los bodegones a los que todavía se puede entrar en ojotas y en exactos zapatos modernos de las más deportivas y archicaras marcas. Nadie mira mal a nadie. Quizá, sería bueno tener una cámara que registre que había una vez lugares donde la heterogeneidad podía convivir y hasta sonreírse.
Unas botellas de Otard-Dupuy, un cogñac que está en la estantería desde los años 70, regala, en secreto para la Francia de entonces, detrás de un poquito de polvo en semejante altura a la que Carmen hará malabares para llegar, la palabra cogñac. Eran las épocas en que por un conflicto de licencias con ese país, se la había reemplazado por la palabra brandi. Desde allí arriba, osadas, lucen en San Telmo y Carmen lo cuenta como heroína de su propia vida que de paso, recuerda que la etiqueta roja cero de La cubana era para los más pobres y, para los de mayor poder adquisitivo, la verde.
La Coruña fue locación de “El sueño de los héroes”, “Buenos Aires viceversa” y “La suerte está echada”. Para Carmiña es un orgullo, claro, pero ella quiere que se escriba otra película: “hay comerciantes que, más que comerciantes, son amigos”.
Es tarde y el bodegón estará abierto hasta que la gente lo pida, porque así funciona este tipo de lugares donde las mesas son largas y hay que mirarse a la cara.
Un lugar donde se pueden escuchar cosas tan bellamente insólitas como la frase de Irma, la bella mujer que durante años tuvo la casa funeraria sobre la calle Bolívar, la “Cochería San Telmo”. Vestida para la salida de la tarde –una vuelta por el boliche-, con sonrisa casi de purpurina, dice: “El velatorio fue mi vida”.
—Nora Palancio Zapiola
Dirección: Bolívar 982/94, San Telmo.
Muy buena nota, yo cuando iba a ese lugar me quedaba cointemplando los dibujos caricaturescos del perro tuerto (amo a los perros, tengo 2, malena y trotsky , pekinés y tuerto ) igualito a cabezón. Un lugar que hasta letrina tiene, me encanta, esa onda de los muebles viejos y el vinito siempre en la mesa, junto a las estanterías.
conoci del lugar por una nota del diario Hoy de la plata quiero conocer el lugar para que me cuenten la historia pertenezco a la C.E.M. (casa española de mujeres)y tenemos una muestra que se llama reencuentroa con nuestra raices españolas , seria muy interesante que Carmen nos quisiera contar su historia
Que bar!!!!!! noches y mil noches aferrada a esos bancos de madera… llegaba con mi novio y ni bien nos sentabamos, aparecia juan con la botellita de quilmes y los manies… no hacia falta pedir nada,
despues ella riendo y preguntandonos que tal la semana y como va el trabajo y el estudio…
amo san telmo, y ese bar que a dos cuadras de mi casa me acompa;o en mis noches portenas…
ahora, desde valencia, mando un singular saludo a la gente de mi barrio y sobre todo a juan y carmen que tanto me acompanaron…
espero llegarme este verano a buenos aires y poder tomarme una quilmes bien helada en compania de pirata (asi le llamabamos a cabezon) y de esa gente linda que tanto nos hacia sentir
un abrazo
mili
Q.E.P.D. Carmen, tu impronta en ese hermoso lugar no se olvidará jamás.
En este Bar «La Coruña» he pasado muchos lindos momentos, ya que mi abuelo Blanco Fariña, que vivía en Bolivar al 800 todos los sábados iba a jugar a las cartas con sus amigos y yo siendo menor jugaba en el Mercado de San Telmo, hasta que se oscurecía y ahi donde conocí a Manolo y Manuela quienes atendian el mostrador y me daban de tomar una gaseosa mientras esperaba a mi abuelo, tengo muy buenos recuerdos del BAR LA CORUÑA