La experiencia de hacernos vecinos
Dicen los memoriosos que antes era distinto. Los vecinos se veían como compañeros de vida: padrinos de los hijos, testigos de casamiento, confidentes, amigos. Pasaron muchas cosas en nuestra sociedad y cuando quisimos acordar el vecino se transformó en un saludo a la mañana, una charla del clima en el ascensor, un reclamo por un caño que pierde, una molestia por su música a la madrugada…en el mejor de los casos la complicidad de un rumor compartido por un copropietario indiscreto. En eso estábamos cuando por Piedras al 600 pasó algo fuera de época. Es que San Telmo y Monserrat tienen esos anacronismos que nos resultan tan queribles. Será por eso que elegimos vivir acá.
Recuperar el legado de un inmigrante
En 1937 Jaime Grinberg, un inmigrante que trabajó desde que bajó del barco, construyó tres edificios de renta de similares características que les dejaría como herencia a sus hijos. Se ubican en las calles Córdoba y Junín, Alsina y Combate de los Pozos, y el nuestro, en Piedras y México.
Nacer en el Casco Histórico de la ciudad hizo que, con el correr de los años –y particularmente desde 2001- muchos de los 55 departamentos pasaran a manos de personas que buscaban en la estética de sus vitraux y los mármoles de sus escaleras un refugio entre tanta torre que comenzaba a construirse en otros barrios. Fue así como artistas y diseñadores, profesionales, científicos y militantes de diversas causas comenzaron a mezclarse con los herederos de Jaime Grinberg. Algunos adoptaron el lugar como vivienda, estudio o hasta laboratorio de biología, otros decidieron reciclar sus unidades para alquilarlas temporalmente a extranjeros.
En 2008, tras décadas de descuido, con el impulso de los nuevos propietarios que observaron los cambios que paulatinamente transformaban a la zona en uno de los puntos preferidos por el turismo internacional, comenzamos a interesarnos por recuperar el edificio. Fue así como empezamos a conocernos y compartir ideas acerca de cómo queríamos ver nuestro lugar en unos años.
Hasta ese momento planificábamos con relativa tranquilidad las obras a encarar. Sin embargo, hubo un hecho que precipitó la marcha de los acontecimientos: la madrugada del 6 junio de 2009 sufrimos un incendio. El siniestro fue un punto de inflexión. Para hacerle frente a sus consecuencias las reuniones se intensificaron y la participación de los vecinos se amplió. Progresivamente todos nos fuimos conociendo las caras, primero en los pasillos, luego en los cafés históricos de la zona y en Bellissimo, el bar de la esquina, que pertenece a nuestro edificio y donde es habitual escuchar jazz en vivo.
En estos encuentros fuimos venciendo prejuicios y descubrimos que incluso propietarios que se habían ganado injusta fama de estar en contra de las mejoras compartían la idea de que un edificio mantenido es más lindo, y también es mejor negocio. No hubo grandes secretos para terminar con esos preconceptos: plantear las ideas de manera transparente y sincera, discutir sin pelear, buscar el consenso. Este proceso nos permitió ir más allá del saludo y la aceptación del vecino. Nos llevó a confiar y poder trabajar juntos, dedicándole horas a investigar cuestiones legales, arquitectónicas, financieras. Tuvimos que aprender de lo que no sabíamos.
Pocos meses después, en una asamblea anual de propietarios, firmamos el acta mediante la cual el consorcio recuperó el control del mantenimiento del inmueble. Para eso, designamos a un administrador que nos pudiera asesorar sobre las prioridades en los arreglos, los aspectos de seguridad y la mejor manera de financiarnos para afrontar los gastos. Al finalizar esa jornada una vecina expresó: “Este edificio debería llamarse `5 de Noviembre, Día de la Abolición de la Esclavitud’”… es que con el tiempo aprendimos también a reírnos de nosotros mismos y de todo lo que nos pasó.
Embellecer nuestra casa y crear lazos comunitarios
A lo largo del camino recorrido invertimos mucha energía en temas de infraestructura y batallas legales que ya están dando sus frutos: mejoramos la seguridad edilicia y regularizamos cuestiones administrativas y financieras. Durante la asamblea anual de 2010 logramos un 85% de consenso en las acciones a tomar.
Además, entre propietarios e inquilinos llevamos adelante jornadas de limpieza de la terraza, el patio y el sótano, donde nos dedicamos a mejorar el aspecto de paredes y pisos que habían quedado maltrechos y vaciar estos espacios de escombros acumulados durante años. Estamos buscando fuentes alternativas de financiación para mejoras estéticas que no son urgentes pero sí importantes.
Entretanto, la vida sucede. Es por eso que un par de vecinos elaboraron y colgaron una cartelera en la planta baja donde se anuncian nacimientos, bodas y eventos culturales barriales y gratuitos. Contamos también con una página de Facebook donde se reúnen reflexiones, fotos y trailers de films que nos recuerdan nuestra experiencia a través de algún guiño humorístico (No hay vecino a quien alguien no le haya dicho: “¡La historia de tu edificio se parece a la película La comunidad!”). Además, por la red social nos contactamos con gente de nuestro barrio y de otros que lucha por la preservación del patrimonio histórico-cultural. El “Edificio Piedras” tiene ¡más de 350 amigos! Y en su información hasta alega ser miembro fundador de la Red Internacional de Edificios Sensibles (RIES). ¿Alguien puede negarlo?
Por otro lado, cuando nuestro encargado anunció el casamiento con su actual marido –con anterioridad a la Ley de Matrimonio Igualitario- decidimos organizar un brindis y contamos con la colaboración del SUTERH, que nos cedió un salón en el Centro Cultural “Caras y Caretas”, donde el vecindario acudió con una torta casera y un regalo comprado entre todos. El evento fue todo un suceso y hasta fue cubierto por un corresponsal de la prensa italiana. Cabe destacar, que tras la aprobación de la ley también acompañamos al encargado a recibir un premio por su compromiso en favor de los derechos civiles igualitarios.
Asimismo, durante los días previos a la última Navidad participamos de una colecta solidaria que tuvo como destinatarios a los niños de la Sala 29 del Hospital “Muñiz”. Entre todos los departamentos juntamos ropa, juguetes, alimentos no perecederos, golosinas, libros y útiles. Reunimos un total de quince bolsas y, como si esto fuera poco, nuestro encargado habló con la encargada del edificio contiguo y los vecinos de esa otra propiedad horizontal se sumaron a la cruzada. Al día siguiente ambos consorcios recibieron cartas de agradecimiento firmadas por los Voluntarios del “Muñiz”, la Fundación “Buenos Aires SIDA” y la Federación Argentina GLTB, todos ellos organizadores de la actividad.
¿Y el futuro?
Falta. Claro que falta. Por eso muchas veces alguno de nosotros se agota. Y entonces los otros – en persona, por teléfono, por e-mail – le hacen sentir que su presencia es importante, que lo esperamos pronto de vuelta en las reuniones, que mientras tanto seguimos trabajando. Y así el cansancio pasa más rápido.
Somos jóvenes de veintipico, jóvenes de casi noventa, amantes del asado, vegetarianos, peronistas, radicales, de centro, de izquierda, porteños, provincianos, extranjeros, ateos, agnósticos y fieles de credos variados. Aquello que nos une es el propósito de cuidar el edificio y embellecerlo cada día más a partir de proyectos de restauración arquitectónica; desarrollar iniciativas artísticas que contribuyan a valorar y fortalecer nuestra identidad y nuestros lazos comunitarios; y continuar promoviendo prácticas que fomenten el respeto por la diversidad, el buen trato hacia las personas mayores y los derechos del niño.
Es por ello que celebramos nuestras diferencias y defendemos un objetivo muy claro: vivir mejor y devolverle al edificio su antiguo esplendor, tal como lo soñó aquel inmigrante que un día decidió erigirlo.
—Los vecinos del Edificio Piedras