La mejor herramienta para combatir el deterioro social
Solo con salir a la calle y tener contacto con otras personas, notamos categóricamente una gran decadencia en la sociedad. No podemos decir que pasa únicamente en nuestro derredor, pero eso no es un consuelo sino agrava la preocupación.
Ahora bien, por qué una persona que ha tenido la suerte de ir a la escuela no cuenta con la instrucción elemental de agradecer una conducta generosa de otro o un gesto de educación básico como es el dejar pasar; el abrir una puerta y esperar que el que viene atrás pueda sostenerla y no “tirársela”; levantarse del asiento -inmediatamente- ante una persona mayor o una madre con su pequeño hijo o un discapacitado que apenas puede mantenerse en pie.
Todas estas conductas sociales, sumadas a tantas otras como el enorme bostezo frente a todo el resto sin tener la delicadeza de taparse la boca o hablar a los gritos de temas que solo le interesan a los involucrados, incluso cuando cada dos palabras la predominante en el diálogo es el famoso latiguillo: boludo, que aunque sabemos está en el diccionario no por eso deja de ser -francamente- un insulto hacia el escucha, intervenga o no en la conversación.
Cruzar la delgada línea del respeto hace que todo se desmadre y los integrantes de la sociedad, de una u otra manera, la hemos cruzado quizás hasta sin darnos cuenta. Por eso se ve a muchos jóvenes que no tienen incorporadas las elementales conductas sociales, pero también a muchos mayores que nunca las han tenido -y por eso no fueron transmitidas a las nuevas generaciones- o que las han resignado cansados de luchar “contra la corriente” o que creen que por ser mayores están exentos de ponerlas en práctica y terminan mimetizándose con los mismos que critican. Cada uno está en su “mundito” y el registro del otro se ha perdido.
La educación comienza en la familia y se potencia en la escuela. Hace ya muchos años que en la mayoría de los núcleos familiares no se las transmite como virtud, ni en el común de las instituciones educativas se las resalta y valora.
Estamos naturalizando conductas, contestaciones, expresiones, gestos, palabras que nos han hecho involucionar. Eso se llama decadencia. No le podemos echar la culpa a otros porque todos somos parte de la sociedad y fuimos, de una manera u otra, forjándola. Quizás en pos de “dejar hacer” para ser menos intransigentes, no supimos transmitir o crear los valores que son la base de la convivencia. No podemos ser tan simplistas y echarle la culpa a la pobreza, porque en diferentes etapas de la historia también hubo, pero muchos de nuestros antepasados supieron -aún en la hambruna misma- tener la enorme dignidad de saberse personas y comportarse como tales.
Mi “olfato” docente me dice que los maestros tienen nuevamente, al inicio del año escolar, otra oportunidad para inducir en las almas pequeñas el buen trato, el respeto, la generosidad, la solidaridad… porque cuentan con la mejor herramienta: LA EDUCACIÓN.
Isabel Bláser