La memoria viva de San Telmo
Pedro Augusto Espelosín, antiguo vecino del barrio
Nació el 8 de febrero de 1947 en Balcarce 1023, entre Carlos Calvo y Humberto Primo. Hizo la primaria en la escuela Guillermo Rawson, frente a la iglesia San Pedro Telmo, donde fue monaguillo. Su padre era dueño de la Confitería Suiza, una de las panaderías más antiguas de la ciudad, que funcionó en Defensa 550, desde 1848 hasta 1970. Pedro Espelosín, cuya historia figura en el libro “San Telmo y su pasado histórico”, escrito por el párroco Manuel Sanguinetti en 1965, recibió a El Sol en su departamento de Garay y Bolívar.
Para la entrevista, Pedro buscó muchas fotos que muestran parte de su vida: desde el retrato de los empleados de la panadería de su padre (que perdió a raíz de una estafa financiera) que data de 1950, pasando por los eventos del barrio que él presentó -como el recital de rock de 1970 en la plaza Dorrego o la elección de la reina de la primavera-, hasta su trabajo como relator de fútbol desde la cancha del club San Telmo.
“Nací y sigo en el barrio” -cuenta Pedro, desde el living de su casa-. “Puedo cerrar los ojos y se qué hay en cada lugar del barrio”, agrega el periodista, quien trabajó en Crónica durante 29 años.
Fue celador-alumno de 5to. año en el colegio Joaquín V. González. “Luego, de los 18 a los 30 años, colaboré como secretario administrativo en la Universidad Popular de La Boca”, dice Espelosín, cuya vida está guiada por los dictados del corazón.
El Sol: ¿Qué recuerda de aquella época?
P.E.: Recuerdo que para ir a la escuela tomaba el tranvía 22, que iba por Defensa hasta Barracas y volvía por Bolívar. Sería bueno que San Telmo tuviera un tranvía con un circuito turístico, como el que tiene Caballito.
Lo que realmente me apasionaba era la locución. Por aquel entonces solo había 25 vacantes para ingresar al ISER y no pude entrar. Después tuve la oportunidad de estudiar periodismo en la Universidad de La Boca. Hasta allí fue el gerente de la Ford para buscar alumnos de mecánica y llevarlos a trabajar en la fábrica, cuando la planta estaba en la calle Villafañe 40. Él me tomó examen y entré. Estuve ocho años en ventas y luego me llevaron a Mercedes Benz, donde trabajé otros ocho años y, cuando llegó Alfonsín, pasé a Volkswagen.
E.S.: ¿Y cuándo pudo empezar a trabajar en lo que le gustaba?
P.E.: Antiguamente en el barrio había muchas fiestas, como las que organizaba la Asociación Amigos de la calle Defensa, entre los años 70 y 90. Se festejaban los carnavales, con el desfile de carrozas en la primavera y también había concursos para elegir las mejores vidrieras. Ahí empecé a presentar oficialmente los eventos, como cuando tocó el Club del Clan en el ex cine Cecil, ubicado en Defensa y Pje. Giuffra, que contaba con 1.800 localidades.
Más adelante, con el ensanche de las avenidas Independencia, San Juan y Garay, sumado a las casas que tiraron abajo por el paso de la autopista, mucha gente se fue del barrio y este perdió sus raíces. Ahora hay muchos turistas.
Pedro ama cada adoquín de San Telmo y, por eso, se enoja con emprendimientos como el Astor (proyecto edilicio ubicado en Caseros y Bolívar), “que van a cambiar la fisonomía del barrio”.
La conversación nos lleva a su otra pasión, el Club Atlántico San Telmo que anteriormente movilizaba a 12.000 personas, como lo muestra la foto histórica de la cancha llena en el último partido antes de pasar a la primera B (que publicó El Sol en la edición #97, por el Día del Hincha de San Telmo). En la actualidad, las actividades deportivas convocan a alrededor de 800 personas en las diversas actividades, como el handball o el jockey, cuyos equipos salieron campeones metropolitanos. “Pero, además del mérito de ganar campeonatos, lo importante es hay 800 chicos que no están en la calle”, asegura el hombre que ama la camiseta como periodista y como hincha.
E.S.: Usted que conoce tanto el barrio ¿Sabe algún “secreto” que nos pueda contar?
P.E.: Quizás muchos no sepan que nuestra sede social del Club San Telmo -Perú 1360-, es un edificio histórico que perteneció a Luigi Barolo (el mismo del Palacio homónimo ubicado en la Avenida de Mayo 1370, CABA). El empresario tenía dos edificios sobre la calle Perú: en uno vivía él y en el otro, justo enfrente, fue un regalo para su hija. Lo curioso es que había un túnel que iba por debajo de la calle y comunicaba las dos propiedades. Actualmente la sede consta de tres pisos: en el primero están las oficinas, en el segundo, las habitaciones donde concentran los jugadores antes de los partidos y en el tercero vive la casera del club. El edificio es realmente precioso, tiene escaleras de madera con detalles tallados, pisos de mármol y vitraux de colores. Invito a los vecinos que quieran pasar a conocerlo, ya que tiene un gran valor histórico.
Fue “la voz del estadio” cuando se inauguró la cancha en la Isla Maciel, en 2011. Durante años trabajó en su programa deportivo en las radios Argentina y Del Pueblo.
Hoy hay una placa con su nombre en la cabina de transmisión del estadio.
E.S.: ¿Qué es lo mejor y lo peor de San Telmo?
P.E.: Lo mejor es el sentido de pertenencia que tenemos los vecinos, cómo nos juntamos para defender lo nuestro, la familia. Y lo peor es la cantidad de casas tomadas, donde hay gente de mal vivir. Se habla de los famosos anticuarios, pero hoy en día el noventa por ciento no vive en el barrio y vienen solo a hacer sus negocios.
Todos los días, haga frío o calor, a las cinco de la tarde tiene una cita obligada con la mateada del kiosco de diarios de Juana Policastro (en la esquina de su casa), donde –desde hace años- se reúnen los vecinos para charlar. Desde ahí se va al club, donde trabaja ad honorem en el departamento de socios, hasta las 20:30.
Viudo desde hace tiempo; Florencia, una de sus amadas nietas, lo acompaña mientras batalla contra una grave enfermedad. “En general es una persona callada, solo habla tanto cuando se trata de San Telmo, el barrio o el club”, confiesa ella al referirse a su abuelo, una parte importante de nuestra historia barrial.
Texto y foto: Diana Rodríguez