La mística de la edad

La mística de la edad

El desafío consiste en ayudar a una cultura obsesionada por fantasías de juventud eterna, que permitan alejar las fronteras del envejecimiento. Es hora de liberarnos de esa idea contraproducente y paralizante que dice “que envejecer es el peor de los fracasos”.

Ni aferrarse desesperadamente a una imagen de falsa juventud, ni rendirse prematuramente a lo que el proceso de envejecimiento tiene de inevitable.

Es necesario dejar de ver a la “tercera edad” solo como el momento de esperar la muerte y empezar a considerar esa etapa como otro período de la vida.

Nos obsesiona la patología del envejecimiento a pesar de que los estudios demuestran que la mayoría de las personas no presentan signos de deterioro sino hasta después de cumplir los 80 años, si es que alguna vez los presentan. De hecho, el segmento de la población que aumenta con mayor rapidez es el de aquellos que superan esa cifra. Sin embargo, hay personas de 85, 90 o más años que son totalmente vitales, con sus cinco sentidos a pleno.

Es importante destacar que hay individuos que, después de los 60 años o de jubilarse, se embarcan en proyectos completamente nuevos. Generalmente, se trata de actividades que siempre quisieron hacer, pero que descartaron por falta de tiempo o por no atreverse en su momento.

Freud dijo que hay dos cosas importantes en la vida: el amor y el trabajo. Creo que en la tercera edad ocurre lo mismo, pero ¿acaso hay que amar y ser amado como a los 20 años? ¿Hay que trabajar de la misma manera que a los 30 años? ¿Se necesita siempre tener la fuerza de los 40 años? ¿Hay que resignarse a ser una víctima pasiva e imposibilitada o un objeto que necesita asistencia después de los 60 años?

Otros interrogantes son: ¿Por qué las mujeres envejecen más tarde y mejor? ¿En qué se diferencia el enfoque que tienen los hombres y las mujeres con respecto a la tercera edad? Las estadísticas demuestran que, además de tener una expectativa de vida más amplia, las mujeres cuentan con mayores probabilidades de llegar más vitales a una edad avanzada y son más capaces de mantener esa vitalidad, aún en el caso de las que padecen discapacidades.

En la época en que la única función de la mujer consistía en tener hijos, una vez que ya no estaba en edad de procrear, envejecer podía resultar muy deprimente. Hoy los cambios sociales que se produjeron la han provisto de un sentido de flexibilidad y cierta capacidad para volver a forjarse a sí misma. Actualmente, la mayoría de ellas tiene actividades fuera de su casa.

La mujer siempre ha tenido que volver a definir sus metas, aunque su paso por la vida estuvo trazado de antemano como el del hombre. Debido a la discriminación por sexo, para la mayoría de ellas, el ascenso en la escala social nunca ocupó el lugar central que tuvo en el hombre. A este se lo identifica con el éxito y la autoridad laboral, esa es la mística masculina, pero rara vez se menciona que nuestra concepción de la masculinidad en gran medida tiene como referente a los hombres jóvenes.

El interrogante a plantearle en el caso de los varones que están en edad de jubilarse y a los que son aún mayores, es el siguiente: ¿hasta qué punto es funcional la mística masculina?

Los hombres y las mujeres que siguen experimentando un crecimiento interno, pasados los 60 años son capaces de elaborar nuevas metas y objetivos. Esas personas presentan características cada vez más parecidas que ya no están diferenciadas por sexo.

Se podría pensar que es un enfoque demasiado optimista y que mucha gente seguirá equiparando el paso del tiempo con el deterioro y las enfermedades, pero se trata de proporcionar otro punto de vista que permita adquirir la capacidad de ver el conjunto y de no encasillarse. En definitiva, que permita que uno pueda elevarse por sobre el pensamiento polarizado.

Lic. Hugo Lavorano

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