La Puerto Rico

Los bares son para muchos de nosotros un lugar en la ciudad donde encontrarse, descansar un rato, estar con los amigos o sentare a ver pasar la vida ante un pocillo de café.

Eso fue por muchos años La Puerto Rico, cuando aún conservaba su clima de los años treinta con sus mesas oscuras en las que el nombre del bar incrustado en la tapa brillaba con destellos dorados y la figura del negrito que decora aún hoy las baldosas del piso, parecía darnos la diaria bienvenida.

A la izquierda estaba el mostrador y los envases que guardaban los distintos tipos de café que el vendedor molía ante la mirada atenta los clientes dejando escapar, para nuestro deleite, un aroma incomparable.

La boiserie de roble duplicaba nuestra imagen en la ilusoria realidad de sus espejos mientras, desde el techo, se insinuaba el día a través de los vidrios esmerilados de una claraboya.

Nos conocíamos todos los parroquianos que mirábamos con curiosidad a los ocasionales visitantes apurados en conseguir una mesa, ardua tarea en las mañanas o más tarde cuando los empleados de la zona salían a la hora del almuerzo y un pebete de jamón crudo y un humeante café con leche nos permitía esperar, sin problema, la lejana hora de la cena.

Cada uno de nosotros tenía su mesa preferida. El mozo que la atendía, con el tiempo, llegaba a ser un amigo solícito con quien hablar del tiempo, del partido del domingo o de las calamidades del día.

No faltaban los personajes, María una anciana humilde y sabia, a quien nunca le cobraban  y con la que charlábamos todas las mañanas.

En una mesa de la izquierda muchas veces veíamos, enfrascado en la lectura, al escritor Isidoro Blaisten; también solía aparecer Alberto Mosquera Montaña y su incomparable humor que nos acompañaba desde su mesa con largos monólogos sobre la actualidad, cuya irónica agudeza aún hoy recuerdo.

Los empleados del entonces Banco Hipotecario ocupaban dos mesas, no faltaba algún cura de alguna de las dos iglesias vecinas, los alumnos del Nacional Buenos Aires, una señora a la que bautizamos la lectora ya que siempre pasaba el rato leyendo y muchos más que un día desaparecían vaya uno a saber por qué.

Eduardo Vázquez

 

Nota

El señor Gumersindo Cabedo abrió un café, al que llamó La Puerto Rico, ubicado en un local de la calle Perú entre Alsina y Moreno. Luego de varios años, más precisamente en 1925, la actividad de trasladó a su actual local ubicado en Alsina 416. Dicho edificio construido en las últimas décadas del siglo XIX y en estilo italianizante mantiene, sin modificar, la fachada de la planta alta. En 1930 la planta baja y el local fueron modificados según los cánones del estilo art decó. En la actualidad los sucesivos cambios le hicieron perder el carácter de los años treinta.

 

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