La vida lo premió

Por Lilita Vives

Convoque a Marta Abraham en su puesto de antigüedades del viejo Mercado de San Telmo y conversamos sobre las características y modalidades del barrio, descubriendo una historia digna de ser contada con la modalidad serena y afectiva de su narradora.

Su historia de vida y costumbres es bien diferente a las que ahora nos suceden. Marta nació en una precaria casa chorizo de la calle Garay, esquina Balcarce. Sus abuelos, de origen italiano, muy humildes, deciden casar a una de sus hijas -de 15 años- con un árabe de 25, sin dinero pero muy trabajador.

¿Qué sabemos de el? Fue embarcado a los 8 años junto a dos hermanos de 10 y 12 años. Lo llevaron al barco sus padres, sin saber a dónde iría, pero queriendo alejarlo del momento que se vivía en su país de origen. Nunca más supo de ellos.

El barco atraco en Uruguay, pues en Buenos Aires no había calado suficiente, pero luego -como muchos llegó a nuestra tierra. Traía en sus manos un libro del que jamás se separó. Su familia nunca supo de qué se trataba, aunque sí que era un libro religioso. ¿El Corán? Figuraba en sus papeles como Abraham (en árabe ميهار – Ibrāhīm), nombre que le dieron en Migraciones porque creyeron que era analfabeto al no saber cómo contestar -seguramente porque no conocía el idioma- y luego él se hizo llamar así. Fue a vivir a La Boca con una familia que lo recibió. Ya mayor, ingreso en la CHADE (llamada desde 1936 CADE -Compañía Argentina de Electricidad-, que controlaba y prestaba el servicio eléctrico en el Gran Buenos Aires y Rosario).

A los 25 años se casó con Cristina, de 15. No se conocían hasta ese momento, no se habían tratado. Pero en la familia de ella, una hija casada era un alivio para la humildad del hogar. Paso el tiempo y compro un terreno lindero al que vivía la familia de ella y edifico una pieza. Pero luego fue otra y otra, ya que tuvieron siete hijos. Su casa la iba construyendo cuando salía del trabajo, con materiales de descarte de otras obras y para ganar un poco más porque tenía que mantener a su familia, iba a la puerta de la Panadería Canalé, con una valijita y vendía (honrando su raza) peinetas, cintas, peines y otros elementos similares.

En medio de tanto esfuerzo, podemos destacar algo bello de esta relación humana: !Cristina vivió enamorada de el desde que se conocieron! El amor fue mutuo hasta que, a los 42 años, Abraham murió. Su esposa nunca se volvió a casar.

Así paso la vida. Los hijos crecieron, son abuelos pero la imagen de ese árabe que formo una familia humilde pero digna, con valores morales, con amor al trabajo y respeto por el otro, permanecerá en todos ellos.

Esta es una de tantas historias que dieron identidad y esencia al barrio. Nuestro homenaje a las razas que lo poblaron a través de Don Abraham que habito SanTelmo y dio origen a una preciosa familia.

Pero qué Pasaba?

¿Cómo era san Telmo entonces?

Marta recuerda que cuando estaba cerca la Navidad, el Correo entregaba juguetes, pan dulce y sidra. Se planchaba con plancha con carbón. La Panadería Gamas regalaba pantallas para avivar el fuego. Luego planchas que se calentaban sobre el fuego, luego a nafta, luego eléctricas.

La cocina llamada “económica” funcionaba a leña, que se compraba en la carbonería de Garay y Bolívar (donde hoy está la sede de la Comisaría 14).

Al almacén (Cochabamba y Balcarce) se llevaba el envase para vino o cerveza que se vendían “sueltos”. Todo se vendía “suelto” y para llevarlo se envolvía en papel blanco. Marta nos dijo que Cristina planchaba esos papeles y con cartones e hilo hacía los cuadernos, para la escuela, que usaban sus hijos.

El paseo era al Parque Lezama, para jugar y ver los peces de colores que había en la fuente principal.

En el Mercado, se elegían los pollos que ¡estaban vivos! Y había una zurcidora de medias (en realidad “levantaba puntos” de las medias de nylon, cuando se enganchaban). La asistencia médica era gratuita, en el Patronato de la Infancia (Humberto Iro. entre Paseo Colón y Balcarce) donde había óptimos profesionales. Incluía también la atención odontológica. La escalera de mármol de Carrara era tan pulida que las mamás no podían dejar subir solos a los niños por si se resbalaban.

La diversión era la kermese de la Iglesia San Pedro Telmo. El premio principal era un gran fuentón de latón, lleno de paquetes con arroz, fideos, galletas, etc.

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