¿Le dan valor al patrimonio histórico?
A veces nos sorprenden definiciones que no sabemos si las vierten livianamente o si son pensadas para generar una ola de aceptación que luego terminará resumiéndose en “todo lo que se va a hacer, lo dijeron”, como si esto avalara o justificara la acción.
Ahora bien, ese adelanto de decisiones tomadas no quiere decir que hayan sido estudiadas o consensuadas con los vecinos de los diferentes barrios de la ciudad que “sufrimos” los cambios del paisaje urbano, a veces tan drásticamente que da la sensación de que “entramos” en otro barrio, no en el que vivimos -muchos de nosotros hace más de sesenta años-.
Esta sensación no es tan desacertada cuando leemos o escuchamos que las autoridades circunstancialmente a cargo tienen como objetivo “cambiarle la vida a la gente”, concepto que muchas veces da para preguntarse: ¿Quién se lo pidió? ¿A quiénes le preguntaron si quieren o no quieren? ¿Por qué se sienten “iluminados” para tomar decisiones que involucran a miles de personas en su vida cotidiana, sin planificarlas consensuadamente para que -por lo menos- la mayoría de ellas se puedan asimilar antes de salir a la calle y encontrarse en medio de una obra?
Por otra parte, no es menos sorprendente escuchar razonamientos como “lo hacemos para conservar el verdadero patrimonio”. Entonces surge inmediatamente el recuerdo de la casona de la familia del Arq. Pedro Benoit en Bolívar 793, demolida parcialmente en 1978 por la ampliación de la Av. Independencia y, definitivamente -ignorando el pedido de diferentes asociaciones vecinales representativas y a pesar de la indignación de la comunidad santelmeña- en 2008.
Asimismo, la destrucción innecesaria en 2018 del edificio Marconetti -Paseo Colón 1598- construido en 1929 por la familia del mismo nombre, propietaria de la fábrica de pastas que allí funcionaba y habitado -originariamente- por los empleados que trabajaban en ella (hecho histórico y patrimonial, si los hay) alegando también que “se desmontarán aberturas, rejas y pisos para reutilizarlos”, lo que lleva inexorablemente a preguntar: ¿Dónde están?
O la Escuela Taller del Casco Histórico -antes en Brasil al 200- demolida en 2021, también -como el caso arriba citado- para abrir paso al Metrobus del Bajo.
Solo estos tres ejemplos, de muchísimos otros (el adoquinado histórico / las vías y los durmientes de madera de los tranvías que circulaban por la zona / la arboleda añosa de la Av. Paseo Colón / los bancos de madera e hierro / las farolas históricas / las rejas / los inmuebles irrepetibles que mostraban el patrimonio cultural de una ciudad cosmopolita, etc.) que formaban parte del acervo de un recurso no renovable y por lo tanto que debía ser conservado porque era imposible su reemplazo, nos hace afirmar -sin temor a equivocarnos- que en el momento que los destruían, pensaron que estos no eran nuestro “verdadero patrimonio” ¡Craso error! ¿Y ahora cómo remediamos el destrozo patrimonial ocasionado?
Podemos decir también que cada uno viene con su librito bajo el brazo y creyendo que sus ideas de conservación son irrefutables, lo que hace que terminemos perdiendo la identidad, que la sociedad se prive de reconocerse como parte de una historia forjada por hombres y mujeres a los que se los menoscaba destruyendo sus huellas en esta pequeña aldea donde habitaron y muchos de ellos dejaron sus descendientes.
Cuando se piensa que todo tiene que ser “productivo” se está anteponiendo el usufructo al valor de recuperación patrimonial y eso ha transformado a nuestro barrio histórico en un lugar para comer y beber, en vez de un sitio donde tanto los turistas internos como externos puedan recorrerlo poniendo el ojo en lo que representó y representa -aunque a muchos no les importe- que son las huellas de parte de la historia del nacimiento de nuestra actual Nación.
Mejorar San Telmo no es refundarlo, es comprender su idiosincrasia, sus valores y requerimientos; dejar de lado la mercantilización para respetar la forma de vida de sus vecinos que lejos están de ser individualistas; entender que los turistas no son residentes permanentes en nuestro barrio histórico, por eso no se puede poner el foco solamente en sus necesidades superficiales.
Si todo se ve con la mirada de “producto”, ese todo termina siendo un mero objeto circunstancial que no trascenderá ya que sin duda otro sujeto en el futuro cambiará el foco, lo desechará como “una hoja en la tormenta” (sic, Lin Yutang) y perderemos el rastro de la civilización
Isabel Blaser
