“Les escribo con mucho respeto”
María Fernanda Ferrero Mejía Gómez, es “escritora y cuentacuentos” como ella misma se presenta y, con relación a San Telmo, dice: “Me enamoré del barrio sin haberme criado en él y de grande, cuando pude elegir dónde vivir, fue mi primera elección”.
Con estos datos, mi curiosidad se alertó. Más aún cuando leí su libro, “Juanchi y los Animales Marinos” donde desarrolla la historia de un niño, que tiene el don de hablar con algunos de ellos como la ballena, el cangrejo, el delfín; entre otros. Además de ser entretenido y divertido, sin ponerse solemne va dando pautas de solidaridad; respeto; afecto; las características propias de la especie y el concepto de ecología. Por eso quise saber más de ella y su trabajo.
Aún con una molesta gripe, Fernanda entusiasmada comenta que escribe desde los siete años y que realizó “voluntariado en diferentes hogares y me conectaba con los niños a través de los cuentos”. Y agrega: “Hacía mis propias versiones de los clásicos y ellos se divertían mucho”. Pero todo se profundizó cuando tuvo a sus hijos y fue “desarrollando ideas que inventaba para entretenerlos y para volver a ser niña”, confiesa.
Con relación a si tiene una técnica para escribir, revela: “No tengo una técnica precisa. Mis cuentos me buscan como un mensaje que busca una vía de manifestación. Para describir una escena, cierro los ojos y simplemente la veo y la vuelco en el papel. A veces aplico las que aprendí en la carrera de Comunicación Social, pero cuando escribo cuentos para niños intento ponerme en el lugar de ellos. Cuido mucho el mensaje, las formas de transmitirlo, investigo para que la información sea correcta. Les escribo con mucho respeto, considerándolos inteligentes y sensibles. Los niños se están formando y todo lo que les llegue los puede influir. Quiero hacerlo en forma positiva, con un mensaje que puedan recordar. Con buenos valores”.
Teniendo en cuenta su obra, noto su interés en introducir mensajes de ecología, solidaridad, etc. en los textos, por lo que le pregunto si es una moda o lo cree necesario. Y ella responde categóricamente que: “Es lo ideal. Pero no todos los escritores priorizan esos valores en sus textos, aunque no está mal que así sea siempre y cuando también haya de los otros, de los que dejan una enseñanza, forman y pueden servirnos para nuestro camino. Al menos eso es lo que elijo a la hora de comprarles libros a mis hijos. Entre un libro que repite lo mismo, que cosifica banalmente ciertos aspectos de la realidad o uno tal vez menos comercial pero que tenga un mensaje profundo con una enseñanza, prefiero esta opción”.
Mi duda es si los chicos leen o miran solamente los dibujos o fotos en un libro y la escritora señala que: “La cultura de la instantaneidad que reina en la sociedad de hoy en día, también se extiende a los chicos. Algunos son muy hiperactivos y hacen una suerte de zapping entre las diferentes actividades que tienen a su alcance. Un rato juegan a la play, no terminaron el juego y están con el celular, lo abandonan y pasan a la tele. Si agarran un libro, es casi un milagro y si no tiene dibujos es más difícil que los atrape, ya que si los tiene solo le dan una mirada y a otra cosa. Otros, cuyos padres los motivan en lo que es la literatura, pueden leer un libro sin dibujos, pero no creo que sean la mayoría”.
Y concluye: “En mi primer libro incluí relatos con descripciones vívidas de los lugares, pero no hay dibujos. Fue para estimularlos para que construyan las imágenes en su mente. En los talleres que doy, los hago dibujar sobre lo leído y me sorprenden -para bien- los detalles que incluyen. Si uno les da todo fácil, pre-digerido, no los hace pensar. De todas maneras, también son lindos los libros con ilustraciones sensibles, por lo que mi segundo trabajo tiene dibujos hermosos sin dejar de lado las descripciones bien elaboradas”.
La consulto si cree que -en general- los adultos tratamos de conducir a los chicos al mundo de las letras o no nos preocupa porque tampoco leemos demasiado y Mejía, claramente, responde: “La situación de los niños es un reflejo de lo que sucede entre los adultos. No mucha gente grande lee, como hábito. También están pegados a las nuevas tecnologías y a veces la ansiedad y la vorágine cotidianas los aleja de disfrutar de un buen libro, gozando de la quietud y la tranquilidad que implica leer. Muchos necesitan estar en continuo movimiento. Veo gente muy acelerada y me dan ganas de decirles: ¡Pará! Por qué no te sentás un ratito y respirás”.
Luego destaca: “Es lindo conectarse con uno mismo y con el silencio. Tomar un libro y poder ¨volar¨ un rato. Nosotros somos un ejemplo para nuestros niños por lo que, si ellos nos ven leyendo y los motivamos a que lo hagan, probablemente lo lograremos. Un buen punto de partida es armarles una biblioteca a su alcance desde que nacen, así siempre la ven; no hace falta que sea algo sofisticado. También leerles o contarles cuentos desde pequeños. Hay chicos que no tienen ni un libro en la casa y no me refiero -precisamente- a personas que no cuentan con recursos para comprarlos”.
Su escritura es simple, concreta y divertida. Con relación a esto, Fernanda señala: “Es mi forma de escribir. Me gusta mechar un relato divertido, que al mismo tiempo enseñe algo didácticamente, porque me interesa que los niños aprendan con un lenguaje simple y directo, pero no como si fueran bebés. Escribo desde mis experiencias, no les hablaría de algo que no practico. Creo importante predicar con el ejemplo”.
Recuerdo los personajes de Juanchi y son «casi» reales. Le pregunto si la idea es que los chicos los reconozcan en lo cotidiano, a lo que Mejía responde: “Claro. Juanchi está inspirado en mi hijo mayor, que es afrodescendiente. La idea es sacar al afrodescendiente del lugar que tiene en muchos cuentos, donde hace el ridículo o vive en ¨paños menores¨ en la selva, para que puedan ver a un súper héroe inteligente y sensible que, además, es afrodescendiente y puede ser cualquier amigo o compañero de aula. Juego mucho con los roles y/o personajes de la vida diaria y los plasmo en mis cuentos. Son historias tangibles”.
Imagino que el mejor testeo de su obra será a través de sus hijos, lo que Fernanda confirma al decir: “Tengo dos hermosos hijos, Abayomi de once años y Adewumi de tres. Aman mis cuentos, les leo las historias y es un momento mágico. El mayor me da ideas y le pido su devolución sobre lo que escribo y los talleres que doy”.
Teniendo en cuenta que se está desarrollando la Feria del Libro, aprovecho para preguntarle si cree que da oportunidad a los escritores jóvenes o poco conocidos o es -simplemente- una vidriera snob y ella contesta: “Sinceramente pienso que no da oportunidades. Cada uno las tiene que armar, sobre todo si es desconocido. Si estás con una editorial importante y sos un escritor reconocido, lo que no quiere decir que seas bueno ni malo per se, se te abren muchas puertas. El sistema es muy complejo, en mi caso soy socia de la Sociedad Argentina de Escritores y expongo mis libros a través de su stand. La SADE me brinda la oportunidad de darme a conocer, me apoyan y reciben mis trabajos con mucho respeto. Por otra parte, siempre doy talleres en la Feria del Libro, tanto en la Internacional como en la Infantil a través de la Fundación el Libro”.
Haciendo referencia a las editoriales, le consulto si ayudan a los escritores a publicar su primera obra y su opinión es que: “Seguramente las hay. Especialmente cuando son personas conocidas y ven el tema desde una perspectiva comercial por las potenciales ventas que pueda llegar a tener el libro; quizás haya varias editoriales peleándose por editarlo o hasta -incluso- ofrecerle esponsorearlo, para motivarlo a escribir. En mi caso estuve dos años buscando, hasta que encontré a Tinta Violeta que es una editorial acorde a mi estilo, con la que me gusta mucho trabajar”.
No podía despedirme sin preguntarle cuál es su proyecto y me comenta: “Mi próximo libro será Juanchi y los Animales de la Selva, para lo cual estoy planeando irme a conocer mejor dicho hábitat. El clima, los animales, la vegetación, los paisajes; para poder ofrecerle relatos muy vivos a mis lectores”.
Mientras tanto, seguramente, seguirá su rutina familiar de los fines de semana, vendrá desde Barracas -donde ahora vive- “a pasear por San Telmo. Tenemos muchos amigos en el barrio, vamos con nuestros hijos a escuchar candombe, a caminar la feria artesanal, a pararnos frente al señor de la marioneta que cuenta una historia al ritmo del 2 x 4. Mi sueño es comprarme una casa por ahí”, cuenta y recuerda que conoció el barrio cuando comenzó “el curso de ingreso al Nacional Buenos Aires. Después hice amigos en la escuela de comunidad de la Iglesia San Ignacio de Loyola, todos vivían en San Telmo, donde los visitaba. Mi adolescencia la pasé tomando mate con ellos en Parque Lezama, íbamos al Museo del Cine que quedaba en Bolívar y San Juan o a alguna otra actividad cultural de la zona. Es un barrio hermoso, bohemio, lleno de arte y cultura. Las calles empedradas, angostas, las cortadas, las construcciones antiguas…”.
No dije nada más, pero pensé: “El que calla, otorga”.
Isabel Bláser