Lino Patalano
Una charla íntima con el dueño del Teatro Maipo y vecino de San Telmo
Por Diana Rodríguez
Llegó de su Italia natal a los 5 años, a los 9 ya hacía teatro en Lanús Oeste y siendo aún muy joven, dejó de ser Pasqualino para ser simplemente Lino Patalano. A principios de los ‘70 fundó en San Telmo el legendario café concert El Gallo Cojo, donde actuaron Carlos Perciavalle, Antonio Gasalla, Niní Marshall, Nacha Guevara, Enrique Pinti, entre muchos otros artistas populares.
Este vecino de San Telmo hoy está al frente del teatro Maipo, un hermoso edificio de cuatro pisos con dos salas remodeladas a nuevo, donde también se encuentran las oficinas comerciales de su productora. La sala de reuniones del cuarto piso -recién pintada-tiene una gran mesa en el centro, rodeada de sillas y, en un rincón, conviven el aire acondicionado y una extraña armadura, del estilo de la que usaba El Quijote. Como el personaje de Cervantes, Lino sabe de peleas contra los molinos de viento…
¿Cómo era San Telmo en la época de El Gallo Cojo?
San Telmo en ese momento estaba en ebullición, había dos o tres lugares emblemáticos, como el restaurant Don Carlos, que era de culto y El rincón de Marsella, un restaurant francés muy paquete. Después, un loco abrió Michelangelo con sus tres cuevas y allí comenzó el cambio en San Telmo. En una cueva había tango, desde Piazzolla hasta Pugliese pasando por Troilo. En otra folklore, donde actuaban -entre otros- Mercedes Sosa, Jaime Torres y en la tercera, música contemporánea donde podía escucharse a Marikena Monti, Susana Rinaldi, Nacha Guevara.etc. Era maravilloso, pero no funcionaba bien. El 18 de diciembre de 1970 hicimos un arreglo con el restaurant Don Carlos y, en la parte de abajo, abrimos El Gallo Cojo. A partir de ahí fue tal la revolución en San Telmo que porla calle Defensa se cortaba el tránsito vehicular los días de semana. El domingo descansábamos, al revés de lo que es ahora. Después -obviamente durante la época infame de la represión- a algunos de los artistas que eran transgresores los mataron, otros se tuvieron que ir y muchos estaban prohibidos. Entonces empezó la debacle de la noche cultural, no solo en San Telmo sino en todo el país.
Patalano vive en un antiguo edificio señorial de la calle Tacuarí, entre Carlos Calvo y Estados Unidos. “Vivo allí desde 1985. Son dos pisos unidos. Una parte la compré con Facundo Cabral y la otra con Julio Bocca (su socio actual)”, nos dice.¿En tu vida tuviste altibajos muy importantes, no?
Sí, tuve una experiencia nefasta en el ’82: donde estaba el viejo teatro Chacabuco, abrimos el teatro Bambalinas, pusimos la opera El Malandro y nos fundimos. Pero también hubo épocas maravillosas, como cuando hicimos Las mil y una Nachas, en el teatro Margarita Xirgu. Yo creo que a San Telmo le falta la actividad nocturna, porque eso es lo que va a evitar que pase lo que está pasando ahora que, salvo la Plaza Dorrego, la noche de San Telmo es “tierra de nadie”. Creo que habría que poner más luz y una policía propia del barrio, pero no una policía represora sino que nos cuide.
¿Algo así como la Metropolitana?
La Metropolitana es una policía de la ciudad. Yo digo algo como la policía de los teatros que hay en Broadway. Es una “policía teatral”, cuida al público que va al teatro en Times Square. San Telmo es maravilloso, de día es impresionante. Amo San Telmo. En todos lados hay riesgo de que te maten, que te roben, pero no tantas posibilidades. Eso es lo que habría que cambiar. Añoro la garita del policía en la esquina, al menos para que nos mire…
¿Qué creés que pasó con Facundo?
Lo mataron seguramente porque no les gustó lo que decía. Para mí es una mentira total que haya sido una casualidad. Facundo era querido y odiado tanto por la izquierda como por la derecha, porque él no se callaba la boca. Pienso que habrá dicho algo que importunó a alguien y lo limpiaron. Y además creo que es lo mejor que le podía pasar porque, en definitiva- yo que he sido su compinche durante muchos años-, creo que Facundo siempre fue un gitano y un mártir. Nosotros llenábamos el Luna Park y un día me dijo: “Todo lo que sube baja, estoy harto de que venga tanta gente a verme, así que me voy por los caminos solo con la guitarra”. ¿Dónde hay un artista que hace eso?. Era un loco, un gitano, él no se iba a morir de viejo en un geriátrico, tenía que morir como un mártir… Yo no creo en la muerte, creo en los cambios de estado y creo que Facundo se debe estar cagando de risa…
Los pacifistas que fueron asesinados, como John Lennon o Luther King, pasan a la historia como mitos…
Facundo era un narrador, un juglar, o sea que contaba lo que pasaba y, en el fondo, era un predicador. Había gente que iba a agradecerle porque, por ejemplo, había dejado la droga después de haber ido a un espectáculo suyo. Cuando decía “rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita”, realmente lo pensaba. Una vez fuimos a una convención de banqueros en México, donde le habían pagado una fortuna y en medio de la función dijo: “Bueno ahora les quiero hacer una pregunta, ¿quién es más ladrón, el que roba un banco o ustedes que lo fundaron?. Nos tuvimos que ir de raje. Otra vez, fuimos al programa de Neustadt con un disco de Cabral y el musicalizador puso el disco justo en la parte en que decía “Si Neustadt hubiera participado del éxodo de Moisés, lo hubiera hecho fracasar porque hubiese estado de parte del faraón”. Siempre fue así.
Hay quienes piensan que los productores son artistas frustrados, ¿coincidís?
En mi caso no, porque si hay algo que nunca quise fue subir a un escenario. Creo que para subir a un escenario hay que tener un don, que yo no tengo. Cuando era un chico querían que cantara, tomé clases y cuando me escuché casi me descompongo. Después intentaron que fuera actor, pero antes de articular una palabra me cagué encima…
Siempre te gustó producir…
Yo soy bueno para hacer quilombo. Como cuando en el teatro Margarita Xirgu, Nacha le cantaba a Manrique, que era ministro de Bienestar Social: “¿De qué se ríe, señor ministro, si la gente se muere de hambre?”. El problema vino después con la triple A. Antes te cagaban a golpes, pero también vos podías pegar. Nosotros teníamos El Gallo Cojo en Balcarce y México primero y después en Defensa y Chile y todas las noches venían corriendo los estudiantes con los policías atrás y detrás de ellos, más estudiantes tirándoles cascotazos. Era ataque y defensa, no era ataque y secuestro o desaparición.
Mucho más delgado que en otras épocas, recuerda que a los 36 años conoció la depresión, regada con bastante alcohol: “Te digo, no sé cómo me repuse de lo del Bambalinas. Pensaba que se había terminado todo, que ya no tenía nada más que hacer… Fueron dos o tres meses nada más, pero para mí fue como un siglo. Después volví al ruedo: en el ’82, en plena guerra de Malvinas, armé en el Regina: Astor Piazzolla, Roberto Goyeneche y el Cuarteto Supay, con Soriano. Siempre digo “todo lo gané con el teatro, se lo puedo devolver”. Creo que uno también necesita las crisis, bajar a tierra, volver a tocar fondo. Si uno sabe capitalizarlas, las crisis son lo mejor que te puede pasar, en todos los niveles.