Los árboles de Buenos Aires
DÍA DEL ÁRBOL -29 de agosto-
Un poco de historia…
Las ciudades españolas de América tenían un espacio público sin verde. Calles y plazas eran de tierra apisonada o adoquinadas. Buenos Aires no fue la excepción y siguió esos lineamientos. El único paseo “natural” era la Alameda -creada a mitad del siglo XVIII- que corría por la hoy Leandro N. Alem entre Cangallo y Lavalle. La naturaleza virgen rodeaba al poblado.
Cuando con la generación del 1880 se adoptó el modelo urbano francés, el verde comenzó a colorear el espacio público: plazas, parques, plazoletas, bulevares y canteros cubiertos de vegetación reemplazaron a las otrora plazas secas.
Este modelo urbano había sido el adoptado por el Barón de Haussmann para la remodelación de París, transformándola de ciudad medieval, con calles tortuosas, estrechas y mal ventiladas, en una ciudad con bulevares, avenidas, parques e infraestructura sanitaria. Sus objetivos eran: ornato, higiene y recreación.
Buenos Aires debía seguir esos pasos: ser lo más bella posible (similar a la codiciada París), mejorar sus condiciones higiénicas (frecuentes y cruentas epidemias) y dar educación y recreación al hombre común (teoría sarmientina). Son elocuentes las palabras de Carlos Thays al presentar su propuesta al concurso para Director de Paseos de la ciudad, en 1891: “El hombre, sobre todo el que trabaja, necesita distracción ¿Acaso hay alguna más sana, más noble, más verdadera, cuando se sabe apreciarla, que la contemplación de los árboles?”.
Nuestros primeros directores de paseos fueron férreos defensores de la arboleda pública: Eduardo Holmberg, Eugène Courtois, Wilhem Schübeck, Carlos Thays, Benito Carrasco y Carlos León Thays.
Eduardo Holmberg defendió a las especies autóctonas.
Eugène Courtois (1878-1889) comenzó con el arbolado sistemático y masivo de las calles de Buenos Aires. Para ello contaba con los ejemplares que había formado en el Criadero Municipal de Plantas (luego el primer Botánico del Sur), comenzando a plantar especies indígenas. Dotó a la ciudad de 10.000 ejemplares.
Wilhem Schübeck (1889-1890) plantó 6.500 árboles durante su gestión.
Carlos Thays I (1891-1913) plantó 100.000/150.000 árboles, principalmente tipas, jacarandáes, lapachos, ceibos, palos borrachos, aclimatando y valorizando la flora nacional. Esta acción, en cantidad y calidad nunca fue repetida. Sostenía que los beneficios de las arboledas eran: la purificación del aire, el escurrimiento de las aguas, la fijación de suelos, la mejora de la capa vegetal de la tierra por sus nutrientes, su acción ante tormentas y vientos, la sombra que ofrecen en las calles. Instauró el Día del Árbol al inaugurar el Parque de los Patricios -el 11 de setiembre de 1902- como homenaje a Sarmiento: 1.000 alumnos primarios participaron en la plantación de árboles, un coro de 400 niños entonó el Himno al Árbol.
¡Cuántos de nosotros hemos participado de aquellas fiestas hoy pérdidas y que nos hacían tomar conciencia de la importancia de nuestro amigo, el árbol!
Benito Carrasco (1914-1918) no solo incrementó el número de árboles, sino que los defendió de la poda indiscriminada promoviendo verdaderas campañas periodísticas.
Carlos León Thays II (h) (1921-1946), además de continuar con el arbolado de calles y avenidas, escribió varios artículos sobre la importancia del árbol, proponiendo el arbolado de carreteras con frutales. Cuando fue declarado cesante, en 1946, había en las calles y avenidas de Buenos Aires 600.000 árboles.
Los árboles son nuestros amigos
Cuando se habla de “arbolado público” generalmente se lo asocia con el de las calles (sistema viario), pero también comprende el de las plazas y parques (sistema verde).
El vandalismo siempre estuvo presente en el espacio público de Buenos Aires y las autoridades y hombres preclaros -como Sarmiento- debían llamar constantemente la atención para que se propendiera al cuidado del arbolado público.
Siempre aconsejo “adoptar” un árbol. Si es posible, empezar por plantarlo. Seguir su crecimiento, observar sus cambios con las estaciones del año, regarlo, disfrutar de su sombra, acostarse abajo y mirar cómo el follaje se recorta en el cielo, respirar su perfume, esperar su floración, oír a los pájaros que lo habitan, hacerse amigo.
Es que los árboles son nuestros amigos: nos acompañan, alegran nuestra vida, la mejoran. Los árboles tienen una estructura equilibrada que los mantiene de pie, respiran y se alimentan calladamente, se mecen suavemente con el viento y nos regalan su música.
Las arboledas nos dan salud y belleza. Son seres vivos que nos recuerdan nuestra propia condición natural y son uno de los fuertes componentes de nuestro patrimonio cultural. No son floreros que se llevan de una mesa a otra. La vegetación de un parque está pensada por el paisajista como las pinceladas de un cuadro dadas por un pintor. No se pueden agregar o quitar sin alterar la composición general. Debemos respetar la autoría de los paisajistas que dieron vida a nuestros parques. No es sacando por un lado y agregando por otro como solucionaremos el problema de la caída de árboles por un vendaval, por ejemplo, sino con un plan pensado y consensuado entre especialistas y vecinos.
Muchos no los respetan, los hieren, los matan, es común escuchar: “¡Ensucian las veredas! Cortémosles las ramas” “Las raíces rompen las veredas: eliminémoslas”. Cada nuevo garage es un árbol abatido, les clavan carteles en el tronco, los mutilan con falsas podas, hacen fuego a sus pies y los queman, los hieren con pasacalles, les construyen veredas encima, ahogándolos.
Ellos, solo piden respeto y cariño. Para beneficiarnos.
Sonia Berjman