LOS FUEGOS DE SAN TELMO
Desde hace siglos, en medio de las peores tormentas en el mar, los marinos invocan a San Telmo, su patrón milagrero, para ahuyentar los peligros de un naufragio.
San Telmo irrumpe como una aparición en los mástiles de un misterioso brillo azul o violeta, en forma de chorros de fuego que los marineros interpretan como un buen augurio enviado por el santo, en respuesta a sus oraciones.
Pero la realidad tiene tintes menos poéticos: para la ciencia el fuego de San Telmo es una descarga electroluminiscente, provocada por la ionización del aire dentro del fuerte campo eléctrico que originan las tormentas eléctricas.
Aunque se llama fuego, es en realidad un plasma de baja densidad y baja temperatura, provocado seguramente por la enorme diferencia de potencial eléctrico atmosférica que supera el valor de ruptura dieléctrica del aire. El brillo blanco-azulado que acompaña el fenómeno es debido al nitrógeno y oxígeno de la atmósfera terrestre; este efecto es similar al que hace que brillen los letreros de neón, únicamente cambiando el color por tratarse de gases diferentes. En algunas circunstancias tiene aspecto de fuego, a menudo en dobles o triples chorros y muy a menudo ocurre acompañado de un sonoro zumbido. Cuando sucede en los mástiles de barcos puede afectar a la brújula.
El fuego de San Telmo recibe este nombre en honor de Erasmo de Formia, (San Elmo), patrón de los marineros; su patronazgo se funda en la leyenda que habla de la protección divina prestada en su traslado en barca a la ciudad de Formia. También a una representación donde el santo aparece junto a un cabrestante, instrumento de su martirio. Otros, sin embargo, afirman que el San Telmo patrón de los marineros sería Pedro González Telmo, un sacerdote católico español nacido en Frómista (Palencia) en torno al 1180, canonizado en 1714 por Benedicto XIV que, además, es patrón de la ciudad de Tuy. Como fraile ocupó el puesto de capellán militar, llegando a ser confesor del rey, aunque más tarde abandonó la corte para predicar en Asturias y Galicia donde realizó la mayoría de sus milagros, especialmente entre marineros y pescadores. Se lo representa con hábito negro dominicano, llevando en una mano un navío y en la otra un cirio azul que simboliza el fuego de San Telmo.
Pese a estar asociado con el patrón de los marineros, el fenómeno no es exclusivo del mar y los barcos y aparece también en estructuras altas y puntiagudas como chimeneas, pararrayos o agujas de iglesias. También se puede dar en aviones, en los que es dable afecte las comunicaciones por radio y en dirigibles, por el peligro de la carga de hidrógeno. Una leyenda dice que el desastre del Zeppelin Hindenburg fue provocado por una fuga de hidrógeno que entró en contacto con un fuego de San Telmo.
También puede aparecer durante tormentas eléctricas especialmente cargadas, en las puntas de los cuernos del ganado, en las hojas de árboles, en el césped y en los objetos afilados en la mitad de un tornado. Muchas veces se lo confunde con los rayos globulares, aunque estos se mueven mientras que el fuego de San Telmo siempre se mantiene quieto sobre el mismo objeto.
Castor y Pólux eran hermanos gemelos conocidos en la Antigua Grecia como “los Dioscuros” (hijos de Zeus). A ellos se les atribuía la defensa de los marineros y barcos de pesca y también acontecían en los naufragios como “los fuegos de San Telmo”. Eran hijos de la misma madre -Leda- y distinto padre, Tíndaro y Zeus, quien se convirtió en cisne para seducirla.
Pólux y Cástor se hicieron hermanos y amigos inseparables, participando en mil batallas en defensa de la península del Peloponeso. Los hijos de Leda fueron protagonistas de grandes mitos y leyendas y han sido honrados tanto en la mitología griega como en la romana. En una de sus muchas batallas, el héroe Cástor cayó mortalmente herido; Pólux sobrevive porque, como hijo de Zeus, era inmortal. Inmensamente dolorido decide bajar al infierno, renunciando a su inmortalidad, para estar con su hermano.
Conmocionado, Zeus resuelve convertir a ambos en la constelación de Géminis y les otorga la misión de velar por los marineros y acudir cuando estén en peligro, apareciendo en forma de fuegos de San Telmo.
En tiempos de los grandes descubrimientos, los marineros españoles y portugueses confundieron a San Elmo con San Telmo, es decir con el predicador español Pedro González Telmo quien nunca fue canonizado, aunque su culto fue confirmado en el siglo XVIII.
Una situación extraordinaria, que ocurrió en 1696, es la relatada por el Conde Fortín (1656-1733): “En la noche se volvió extremadamente oscuro, con aterradores truenos y relámpagos. Vimos sobre diferentes partes del barco como treinta fuegos de San Telmo, había uno sobre el tope del mástil principal, de 18 pulgadas de largo. Le ordené a uno de los marineros que bajara la veleta, pero apenas pudo removerla cuando el fuego apareció nuevamente sobre el tope del mástil y allí permaneció durante un largo tiempo y luego, gradualmente, se desvaneció”.
Según nos cuenta el cronista Antonio Pigafetta (1480-1534), los fuegos de San Telmo también fueron observados durante el viaje de Fernando de Magallanes (1480-1521). Cuando Magallanes (1480-1521) navegó hacia el sur desde las Islas Canarias en su histórico viaje de descubrimiento, su flota de cinco naves encontró tormentas que persistieron durante semanas. La moral se hundió, hasta que un día varias bolas luminosas y sibilantes aparecieron cerca del mástil mayor de la nave capitana, Trinidad. Tan fuerte era la creencia de los marineros, que dieron gracias a esa luz divina pues los convenció de que Dios había bendecido a Magallanes y lo cuidaba.
En la versión de Diego Vázquez de Contreras de 1585 del Orlando Furioso de Ludovico Ariosto (1474-1533), encontramos una de las primeras asociaciones literarias directas de este efecto con San Telmo.
En 1749 Benjamín Franklin observó que el fenómeno del Fuego de San Telmo es de naturaleza eléctrica y lo llevaron “tierra adentro”, en la aparición de los pararrayos y la proliferación de las agujas de las iglesias y las veletas.
En el manuscrito en latín, GestaHerewardi, escrito posiblemente a comienzos del siglo XII y que relata las aventuras del héroe de la resistencia a la conquista normanda de Inglaterra, Hereward el Proscrito (1035-1072), leemos: “Y en el medio de la noche silenciosa, de repente aparecieron llamas ardientes como lo que la gente llama fuego fatuo”.
Se dice que el fuego de San Telmo apareció durante el sitio de Constantinopla en 1453, se los menciona en las obras de Julio César y Plinio el Viejo. En mi infancia encontré en el Moby Dick de Herman Melville, cuya lectura me llevó a este escrito, un mundo más grande que la vida. Siempre orientado por la belleza del mar, viajé con Ahab por todos los puertos del mundo en busca de aquella ballena blanca que más que una pierna le había arrebatado al Capitán, el alma. “El día tercero los acomete el viento con mayor ímpetu y el mar brama con más ira, el viento despedaza y se lleva el trinquete y el otro arrebata el timón y al que le gobierna, con tal furia, que bien es de fuerte y diamantino corazón, el que no tema ahora. Pero les dio esperanza de serenidad la deseada luz de San Telmo, que vino a ponerse en la nave: la que al ser vista relumbrar, todos los navegantes se arrodillaron pidiendo paz y bonanza en el mar, con lágrimas y voces sin número. -¡Fuego de San Elmo, ten piedad de nosotros!- gritó Stubb”.
William Turner, el pintor de mares tormentosos y barcos plenos de fuego, se crió en la barbería de su padre en un pasaje del centro de Londres. “Pensemos en los últimos cuadros de Turner e imaginemos la vieja barbería, agua, vapor, metales relucientes, espejos empañados, blancas palanganas”. Consideremos la analogía entre la navaja de su padre y la espátula, que Turner utilizaba, nos dice John Berger. Y, en forma más secreta, la de la sangre de cualquier desvío en una afeitada, con las lágrimas rojas de cualquiera de sus mares. Las puestas de sol y los incendios en el fondo de los espejos.
La violencia de los cuadros de Turner parece centrarse en la parábola -agua, viento y fuego- la imagen de una herida que está siendo cauterizada, como si todo su universo se centrara en los espejos de la vieja barbería.
En sus cuadros las formas se desvanecen bajo chorreados, brumas de vapor, bolas de fuego, como si todo el cuadro brotara de una hoguera.
Barcos partidos por el fuego, en el medio de un temporal, William Turner titula esta serie “Nacimiento o Comienzo del Color”, el fuego y el agua imbricados en una luz azul y otra roja, como el fuego de San Telmo.
En “Viaje al Centro de la Tierra”, Julio Verne (1828-1905) lo menciona de esta manera: “Silencio general. El viento calla. La naturaleza no respira. Parece muerta. A lo largo del mástil empiezan a centellear débilmente los fuegos de San Telmo; la vela cae en pesados pliegues”.
Alexander von Humboldt (1769-1859), durante uno de sus viajes, observó el extremo del gallardo mástil principal de su barco y hasta tres pies por debajo, perfectamente cubierto de un frío resplandor fosforescente, que rodeaba completamente su circunferencia, animado por un movimiento revoloteante o serpenteante, como al aplicar un fósforo común sobre una superficie. Los mástiles delantero y de mesana tenían una apariencia similar. Esta curiosa iluminación continuó sin disminuir su intensidad durante 8 o 10 minutos, cuando comenzó a palidecer y disminuir en tamaño, gradualmente, hasta desaparecer, después de una duración de no menos de media hora.
En “La Tempestad”, William Shakespeare (1564-1616) hace, a través de Ariel, una hermosa descripción del efecto y Charles Darwin envía una carta a J. S. Henslow, 23-7/ 15-8-1832: “Estamos sobrepasando el río de La Plata, anclados en la desembocadura del río y todo está en llamas, en el cielo brillan los relámpagos, en el agua partículas luminosas e incluso los mismos mástiles están coronados con una llama azul”. Este fenómeno se llama Fuego de San Elmo en casi todo el mundo, salvo en los países de habla hispana y portuguesa, llamado fuego de San Elmo o San Telmo por franceses y españoles que habitan la costa del Mediterráneo; los italianos lo llaman fuego de San Pedro y San Nicolás. También se lo conoce como fuego de Santa Helena, San Hermes o Santa Clara y eran llamados por los antiguos marinos galeses como cirios de los espíritus o velas del santo fantasma o San David. Para los rusos serían las luces de San Nicolás o San Pedro.
San Telmo salvando a los náufragos, es una pintura al óleo que se encuentra en La Casa do Corpo Santo, un edificio barroco del siglo XVIII ubicado en la localidad de Setúbal, Portugal, que hoy en día funciona como museo de la cofradía de Navegantes y Pescadores.
Quien sería “el pintor de los pescadores, marineros y de su barrio”, había nacido el 21 de marzo de 1890 y abandonado en la Casa de Niños Expósitos de Buenos Aires. Vive allí hasta que, a los siete años, es adoptado por Manuel Chinchella, dueño de una carbonería en La Boca, donde comienza a trabajar. El trabajo es duro, pero Benito aprovecha para trazar, con pedacitos de carbón, sus primeros bosquejos. Benito Quinquela Martín, contando diecisiete años, empieza a estudiar y esto deriva en una pelea que termina en un abandono de hogar.
A los veinte años expone en la Sociedad de Socorros Mutuos de La Boca. Luego, en 1918 cuelga sus cuadros en la galería Witcomb, firmando ya como Benito Quinquela Martín. A partir de 1921 inicia un recorrido llevando su talento a Brasil, EE.UU, Francia, España e Italia. En 1922 pinta “Crepúsculo”, por la que Benito Mussolini le ofrece un cheque en blanco, que Quinquela rechaza.
Pese a la dimensión de su obra los críticos adocenados por el poder colonial lo rechazan. Alguno ha llegado a decir que Quinquela “pinta sus cuadros con gomera”. En 1938 inaugura el Museo de Bellas Artes de La Boca y, desde allí, desarrolla una importante labor social, poniendo en marcha una escuela primaria, un consultorio odontológico, un lactario, el teatro de La Ribera y una calle para el arte popular: “Caminito”.
Pintor original, sus cuadros expresan la vida rústica del puerto, los barcos y a esos estibadores que trabajan “doblados bajo las bolsas, en un desfile incesante de hormigas agobiadas por el peso y de una comida que escasamente es para ellos”.
Esos trabajadores del pueblo invocan en las tormentas al “viejo” Quinquela y a los Fuegos de San Telmo.
Horacio “Indio” Cacciabue