Los lugares de las cosas

Siempre me gustaron los sábados por la mañana, pienso que es porque es un momento donde el sol ilumina todo desde otro lugar y como la mañana dura poco y en la semana siempre “estoy a mil”, solo los sábados temprano la disfruto de una forma inusual. Me gusta salir a dar una vuelta, con la excusa de comprar algo que -seguramente- no necesitaré.

Ese sábado a la mañana paseaba por la calle Defensa, por la vereda del sol, cuando de repente noté que algo estaba fuera de lugar. A mitad de cuadra lo vi: había un local que en lugar de tener su cartel colgando en la fachada (Casa Palmi), lo tenía exhibido en la vidriera como si estuviera a la venta. Crucé de inmediato, pensando que podría comprarlo para colgarlo en mi casa y disfrutarlo como lo hace un cazador con la cabeza embalsamada de su presa.

Entré al local sonriendo, para que mi “simpatía” me diera más chances en el regateo; me saqué las gafas, miré alrededor y observé un negocio antiguo, vacío, desmantelado, con objetos de otro tiempo donde se apoyaban pequeños papeles escritos con fibrón indicando un monto que -seguramente- era negociable.

Una mujer vino a atenderme y por unos segundos me perdí en el difuso color de sus ojos, antes celestes ahora casi grises. Le pregunté el valor del cartel… me pareció caro y, por reflejo, solté un “ehhhh…” mientras miraba nuevamente alrededor y esgrimía mentalmente un argumento para pedirle una rebaja, pero también me perdí en mi triste acting y me quedé mirando los objetos a la venta. Se notaba que estaban usados pero que antes habían sido útiles, que habían ocupado un lugar. De súbito me di cuenta de lo obvio: había una historia que contar. Sin regateos, agradecí a la señora por la información.

Fui a casa, preparé la cámara y el grabador, borré unos archivos porque -seguramente- necesitaría más espacio para grabar las historias de ese lugar y de esas personas. Volví al local, me atendió un señor, me presenté -brevemente- y le propuse la entrevista que aceptó.

Empecé a grabar. Dijo que se llamaba Benito, que estaba casado con Hermiña, que estaban en el barrio desde 1953, que el local había nacido como zapatería pero que desde 1963 “hasta la fecha” se habían dedicado a la marroquinería. Me contó que cerraba porque la AFIP le exigía modernizarse implementando la tarjeta de débito y él “a estos años” ya no quería problemas. “Y bueno, eso, nada más”. A los dos minutos veintiocho segundos terminó la entrevista, pedí permiso para tomar fotos y diez minutos después ya estaba volviendo a casa.

Mientras caminaba por la calle Brasil pensaba en el cartel: quizás todo tiene un sentido, sin que nada más importe. Quizás la AFIP tenga el objetivo de modernizar los comercios, para que las personas puedan comprar mejor; quizás los locales del barrio tienen que ser viejos y pintorescos y llenos de historia, para que San Telmo sea San Telmo y quizás el lugar de ese cartel, deba ser el living de alguien que haya logrado una rebaja por parte de la señora de ojos casi grises.

                                                                              Texto y Foto: Damián Sergio

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