Los pueblos de la tierra
Una charla con el Cacique Querandí Lorenzo Pincen
Por Diana Rodríguez
El Cacique Lorenzo Pincen nació en Trenque Lauquen hace 74 años. Por su sangre circula la historia viva de los Querandíes, el pueblo indígena que habitaba el centro y Sur de lo que hoy es Argentina.
“Siempre vivimos en tribus, éramos un pueblo, una nación. Nosotros luchamos contra los españoles de nación a nación. España no pudo entrar a nuestro territorio”, cuenta con orgullo. En el patio trasero del Cabildo, el protagonista de la película “Tierra adentro” (2011), documental de Ulises de la Orden, dialoga con El Sol de San Telmo.
“A mi bisabuelo lo mataron en la Isla Martín García. Primero fue detenido, luego lo pasearon por la calle Florida como rehén (hay fotos de aquel momento en el Museo del Parque Lezama) y finalmente lo llevaron a la isla, donde desapareció en 1884. Lo velaron en cajón cerrado porque decían que tenía una enfermedad infecciosa. Sin embargo, yo investigué y descubrí que fue envenenado con arsénico”.
¿Cómo es su relación con la tierra?
Siempre mantuvimos nuestra relación con la tierra. No hemos cambiado nuestras creencias hasta el día de hoy. A pesar de que la Iglesia quiso convertirnos en católicos apostólicos romanos, nosotros nos negamos. Entonces nos declaró infieles y herejes, para que cualquier europeo pudiera matarnos. No solo eran absueltos de toda culpa, sino que los premiaban, como al General Villegas, que era un mercenario de Uruguay y llegó a ser general de una brigada del Ejército Argentino solamente por matar indios.
Desde su punto de vista, ¿qué significa la religión?
Nosotros tenemos la Pachamama. La ceremonia tradicional, que hicimos el 5 de septiembre (como parte del acto de homenaje a los indios que lucharon en las Invasiones Inglesas) se hace en toda América. Creemos en el Sol, que sale todos los días y nos mira así como nosotros lo vemos a él. El padre Sol engendra con sus rayos a la madre Tierra, y ella produce vida. Las plantas, los animales y todo lo que vive se mantiene con la energía del Sol. Creemos en aquello que vemos: el viento (kurru), el fuego (iquecai), el agua (ko) y la tierra (mapu). En la ceremonia “hablamos” con esos elementos, es una conexión espiritual con la Gran Madre Tierra.
¿Cómo se transmite el idioma?
Hablamos mapudungulun, la “lengua de la tierra”. Cada cultura lo escribe a su manera: ingleses, árabes, judíos, franceses lo escriben de acuerdo a la fonética (de su alfabeto), porque no hay nada escrito nuestro. La cultura querandí fue transmitida oralmente.
Hoy da charlas sobre su cosmovisión en colegios, universidades y hasta en las Naciones Unidas. Pero cuenta que fue discriminado durante su infancia por negarse a aceptar el catolicismo en la escuela. “La Constitución del año 1853 decía que el indio que no se convirtiera al catolicismo y no aceptara la bandera argentina debía ser exterminado. Nos amenazaron y cumplieron”, resume.
Amigo personal de Rigoberta Menchu (ganadora del premio Nobel de la Paz), el cacique Pincen viaja por el mundo defendiendo los derechos y territorios indígenas. Ha viajado a Francia, Suiza y la OEA, y recuerda especialmente el emotivo día 13 de septiembre de 2007, cuando se votó la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas del mundo con 143 países a favor, solo 4 en contra y 17 abstenciones.
Las diferentes tribus, ¿están relacionadas entre sí, incluso en otros países?
Sí. Yo represento al Cóndor, el ave más grande y que vuela más alto del mundo. Los pueblos del Norte representan al Águila, el ave más poderosa para ellos. Hay una profecía que dice que, cuando se unan el Cóndor y el Águila, comenzarán a caminar libres e independientes sobre sus propios territorios los pueblos indígenas de lo que ahora es América.
“En la actualidad hay un total de 4 millones de indígenas que viven en comunidades dentro de la Argentina y 17 millones de mestizos, según estadísticas del INDEC. O sea que somos más del 56% del país”, remarca Pincen. “Nosotros queremos que toda América sea multilingüe, pluricultural y que se conforme de acuerdo al idioma (del pueblo que habite cada región)”.
Abajo compartimos unos fragmentos de una carta famosa escrita por el jefe Seattle de la tribu Dwamish al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en el año 1855:
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo y el calor de la Tierra? Esta idea es extraña para nosotros. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada espina de pino brillante, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.
El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua, sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestra tierra deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada, y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y, una vez conquistada, sigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Les secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden, como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.