Los rincones de Borges en San Telmo
Quizás logre enhebrar mi modesto español, sus largas caminatas por el barrio.
Atravesaba el barrio San Telmo con su asombro hasta la meta final, el puente de vigas de hierro en Constitución que aún subsiste.
Este ilustre transeúnte era Jorge Luis Borges. Antes que lograra fama universal, su Historia de la eternidad vendió 37 ejemplares solamente; uno de los compradores fue Bioy Casares, que llegó a ser su entrañable amigo. La amistad de los dos tardó varios años en cimentarse. La diferencia de edad era grande, cuando se conocieron Borges tenía 32 años y Bioy 18.
Victoria Ocampo -quien luego fuera su cuñada- confidencia, en Francia, que la madre de Bioy le pidió que la aconsejara para su hijo adolescente, sin dudar respondió que la persona indicada era Borges. Para sus enamoradas Borges se inspiraba en la Divina Comedia, de Dante Alighieri.
Por eso es que su nueva Beatriz fue Estela Canto que le fuera presentada en la casa de Bioy -Ecuador y Santa Fe- por Silvina Ocampo. De allí salieron y caminaron unas cincuenta cuadras hasta el Parque Lezama. Estela vivía con su madre en la esquina de Perú y Chile, más precisamente en el tercer piso del 704.
El almacén que estaba enfrente de la casa de Estela es el escenario de su obra El zahir. Embelesado, Borges recibió allí -como vuelto- una moneda de 20 centavos que le mostró a Estela; ese es el germen del cuento El zahir.
Anticipándose a la hora de la cita con ella, llegaba al almacén y para animarse tomaba una ginebra o una caña paraguaya. Sus paseos frecuentes iban hasta el Parque Lezama, todo lo que le describía Borges era magia y el parque refugio eterno de jóvenes amantes mostraba la casa museo de historia, el anfiteatro y enfrente las cúpulas azules -en forma de cebolla- de la iglesia ortodoxa rusa que representan la Santísima Trinidad, otro dilema caro a reflexiones de Jorge Luis que no comprendía o creía no comprender tres en uno.
La casa de Estela estaba a doce cuadras del parque, los límites de San Telmo y sus frecuentes paseos sentimentales llegaban al puente peatonal de Constitución. El laberinto de vías de tren que se entrecruzan, le permitía pensar en caminos a La Pampa. Nadie ignora como hombre del norte de la ciudad que la geografía borgeana se identificó, primeramente, con el Palermo despoblado de entonces. También se interesó por otros barrios de la ciudad, pero el sur para él era otra cosa; asimismo San Telmo, el barrio que transitaron sus antepasados habría que merecerlo (Cuaderno San Martín, libro de poemas que hizo con un cuaderno escolar).
La arquitectura con la casa más antigua de Buenos Aires (cimientos cobijados en el Museo de Arte Moderno de la calle San Juan al 300, CABA), las ampulosas escaleras, los vitraux, los salones penumbrosos, los jardines. Como gran caminador él descubrió todo, hasta los “trabajosos rasgueos de una guitarra desde el fondo de un patio” ¿Cómo decir de otro modo lo que él dijo definitivamente?
En Perú y Venezuela subsistía el legendario café que frecuentaba Carriego, periodistas de Caras y Caretas también lo frecuentaban ya que la redacción de la revista estaba sobre Bolívar. En la esquina de Defensa y San Juan una casa colonial constataba la precaria arquitectura de la primera mitad del Siglo XIX; en Balcarce esquina San Lorenzo estaba el hotel, café y bar regenteado por la recordada Pepa “La Loba” a principios del siglo pasado.
En 1955, Borges, es nombrado Director de la Biblioteca Nacional de la calle México 564, Monserrat. La divagación borgiana sobre los barrios es mucho más entrañable y compleja.
Pero parafraseando a Ramón Gómez de la Serna -que se interrogaba después de leer Fervor de Buenos Aires: ¿Pero había ese Buenos Aires?-, nosotros nos interrogamos ¿Pero había este, su San Telmo?
Roberto Quiroga
Fundación mítica de Buenos Aires
Jorge Luis Borges
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
presenciada de auroras y lluvias y sudestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Solo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.