Mario Briski, un ingeniero diferente

Siempre decimos que nuestro barrio se caracteriza porque entre la mayoría de sus habitantes existen “puentes” de cordialidad y buena vecindad. Quizás sea por eso que el Ing. Mario Briski (85) recaló en 1979 en la calle Humberto

I° al 500, después de 17 mudanzas que lo llevaron por los cuatro puntos cardinales del país.

Sus padres -él polaco y ella ucraniana- vivieron en la provincia de Santa Fe hasta que Mario terminó la escuela primara, luego se mudaron a la ciudad de Córdoba donde se recibió de maestro y luego ingresó a la Universidad

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Nacional de Córdoba para graduarse como Ingeniero en Construcciones, luego Ingeniero Civil, a lo que sumó un curso para especializarse en Ingeniero en Petróleo. Todo esto en el marco de la Reforma Universitaria “con lo cual me siento un profesional orgulloso de pertenecer a esa camada y a esa Universidad que por sí solo refleja una manera de pensar”, dice Briski y agrega: “En la última elección, Córdoba no se comportó con lo que es su historia política y social”.

Al mismo tiempo su amor y destreza por el básquet lo llevó a integrar la selección de Córdoba. “Para mi fue muy importante; uno de los motivos por los que quiero a esa Provincia es por haber defendido sus colores jugando campeonatos provinciales y nacionales”, afirma Mario.

Cuando le pregunto por qué no se dedicó al deporte, se sonríe y sin ningún complejo responde: “Porque mi vieja quería que fuera ingeniero, ella me llevó a la facultad para inscribirme. En realidad a mí me gustaba jugar al básquet, participé en cuatro campeonatos en Córdoba y uno en La Falda y presencié 14 campeonatos nacionales en todo el país ya sea como periodista o espectador. Nadie me iba a ver hasta que empecé a salir en los diarios, ahí mi viejo se dio cuenta de que jugaba bien -lo mismo le pasó con mi hermano (el actor, director y dramaturgo Norman Briski), cuando comenzó a ser conocido vio que era bueno en lo suyo-. Pero, por mi altura, no estaba seguro de llegar a ser una figura y, como tenía un compromiso con mis padres de estudiar, decidí comenzar mi carrera universitaria”.

Luego de recibirse, como era conocido como jugador de la selección de básquet de la provincia, consiguió trabajo en la Secretaría de Industria de Córdoba y eso lo lleva a contarme que: “La oficina donde trabajaba estaba frente del edificio de los Ferreyra, una familia muy conocida en la sociedad cordobesa. Allí iba siempre -con su moto- Ernesto Guevara de la Serna, el Che -para nosotros Ernestito-, que estaba de novio con María del Carmen -¨Chichina¨- Ferreyra. Ella era muy linda, todos la mirábamos y él era muy pintón y todas las mujeres le andaban atrás no solo por eso sino porque en aquella época tener moto era ser una especie de hippie. Mi hermano lo conocía porque también tenía una y andaban juntos; en un momento decidieron hacer un viaje, quedaron en encontrarse en el Arco de entrada a la ciudad de Córdoba y se desencontraron, entonces Norman se fue a Mendoza -con su Puma- solo. En aquella época era camino de tierra… una locura. Luego Ernestito viajó con su amigo Granados y ahí, sin imaginarlo, comenzó la historia del Che Guevara”.

¿Cómo fue que se interesó por el tema del petróleo?

En 1958 cuando al Presidente Arturo Frondizi anunció la “batalla del petróleo” vine a Buenos Aires, fui a YPF -en Diagonal Norte y Esmeralda- y en Mesa de Entradas dije que estaba buscando trabajo. Me indicaron que subiera al quinto piso a ver al Ing. Orellana y ahí mismo me preguntó: “¿Sos capaz de ir hoy a la Patagonia?”. Le dije que sí, me metí en un barco y fui; estuve desde 1960 a 1970 trabajando como Geofísico de Comisiones para la Prospección de Búsqueda de Petróleo.

Viví en 7 u 8 lugares tanto en la Patagonia como en diferentes partes del país: Tostado y Reconquista (Santa Fe); Las Lomitas (Formosa) y Luján de Cuyo (Mendoza), hasta que un amigo de Córdoba me propuso entrar en la empresa constructora Covialco para hacer un camino en Rio Cuarto, Cuatro Vientos, entonces me fui de YPF. Estaba cansado de viajar y mi familia también, porque cuando ingresé a YPF era soltero pero luego me casé, nacieron mis hijos y mi mujer me acompañó en 17 mudanzas.

Comenzó otra etapa…

Nos instalamos en la ciudad Córdoba e inicio mi trabajo como Ingeniero Vial haciendo caminos y puentes para diferentes proyectos. Luego entré en la empresa Novobra -de capitales franceses- que explotaba una cantera de piedra y producía lo que se llama roca de aplicación para la construcción; realicé varias obras y estuve a cargo de la cantera que tenían en Sierras Bayas, partido de Olavarría, prov. de Buenos Aires. En un momento ahí se terminó el trabajo y como la empresa tenía oficinas acá me trasladaron; como por un lado quería venir a Buenos Aires y por otro me separé, acepté el traslado.

Las anécdotas van y vienen, los datos también. Cuenta que siguió jugando al básquet y disputó un campeonato de veteranos que disfrutó mucho; que tiene tres hijos: la inolvidable actriz Mariana (†); Roxana -productora del programa “Cortá por Lozano” en Telefé- y Marcelo, que juega al fútbol y tiene un negocio en Córdoba.

¿Cómo llegó al barrio?

Luego de vivir en uno o dos sitios, compré este departamento donde también vivieron mis hijas, primero Mariana y luego Roxana; tuve pareja, me volví a casar y separar pero no me mudé más.

Uno de los motivos por el que lo elegí fue porque Mariana me dijo que quería estudiar en el Conservatorio Municipal de Teatro que estaba en la Manzana de las Luces y le quedaba cerca del colegio; venía con sus compañeritos a ensayar, porque hacían teatro callejero en el Parque Lezama ¨a la gorra¨ y yo los ayudaba llevándole los decorados. Ya instalado en San Telmo me quedé sin trabajo. Por un contacto fui a ver al Secretario de Transporte de ese momento y responsable del mantenimiento urbano, que tenía en la ciudad un sistema por zonas. En ese trabajo estuve alrededor de siete años supervisando las tareas de mantenimiento, pero nunca me tocó hacerlo en San Telmo.

¿Conoció al Arq. José María Peña?

A Peña fui a verlo y le propuse hacer un Museo de la Obra Vial en la ciudad, pero no se pudo. Era un fenómeno, le cambió la cara -para bien- al barrio.

¿De qué se trata la idea del Museo?

En realidad tengo cuatro ideas, aparte de mi profesión de Ingeniero: Una es el Museo de la Obra Vial de la Ciudad. No estoy hablando del nombre de las calles sino con qué y cómo se fueron construyendo. Por ejemplo, Defensa era de piedra porque los barcos venían en barranca con un lastre de adoquín que tiraban, pero -en general- primero eran de barro, luego de tosca, después de piedra y posteriormente de pavimento, esa es -en definitiva-, su historia.

Por ejemplo en la calle Florida y Diagonal Norte hay un pedazo de piedra, recuperada por el Arq. Peña en la década del setenta, que es un fragmento de las originales traídas de la isla Martín García desde 1780. Los adoquinados y los cordones son algunos hechos con piedras de la isla Martín García y otros con las de Olavarría, formateados por los presos. Son diferentes, yo distingo bien el gris de uno y otro.

Hacer el Museo es un trabajo arduo, pero sería importante porque todo se va perdiendo. Quizás con alumnos de la Academia de Historia o de las escuelas de turismo, que son muy buenos y tienen mucho amor por la historia.

Otra es un documental de la obra pública en Argentina, llamado El Ingeniero, que hice con Mariana para televisión (ATC); ya estaba todo armado con asesoramiento y producción de la Universidad de San Martin pero, por diferentes motivos, el proyecto no pudo concretarse.

¿Y las otras dos?

La tercera, mi autobiografía. Además de todos los trabajos profesionales que realicé, sería el testimonio de que en mi vida fui dejando de lado y como un hecho natural los preceptos de la colectividad judía para incorporar los de la sociedad en la que vivo. Esa es mi historia, después de vivir en 17 lugares de los 4 puntos cardinales.

Y la cuarta es un libro sobre Puentes históricos de la ciudad de Buenos Aires. Cuando trabajaba en el GCBA hasta hace casi un año, le propuse a mi gerenta hacerlo; contactó a empresas para que lo patrocinaran, pero no se logró.

El puente Ituzaingó, ahora Jorge Luis Borges (detrás de Constitución), que tiene el adoquinado original y fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad. Foto cedida por el Ing. Mario Briski.

Me quedó la idea de escribirlo, pero para eso necesito saber de escritura porque la información técnica la tengo, entonces entré en un taller literario -que encontré a través de las páginas de El Sol- que dicta Daniel Guebel en Caburé.

Con él empecé una aventura en otro mundo, que es el literario -en el borrador cada puente habla en primera persona de si mismo- y ahí también aprendí que para hacer este tipo de libros se necesita conseguir fondos, por lo que quisimos presentar el proyecto en el programa de Mecenazgo del GCBA pero no llegamos. Este año lo haremos.

O quizás alguna empresa quiera patrocinarlo…

Sería interesante, no solo desde lo técnico sino porque son históricos y hay que tener en cuenta que cada puente tiene una etapa de gestación para resolver características diferentes. Desde ya cualquier inquietud sobre el libro y sus fotos, pueden consultarme.

¿Qué opina de la obra pública en nuestro país?

Acá la obra pública depende totalmente de los intereses económicos de las empresas. El aporte del ingeniero es su capacidad técnica para proyectar la obra o ejecutarla. Algunos trabajan para el interés de quien les paga el sueldo y eso hace que ganen mucha más plata de la que técnicamente tienen que ganar, porque los premian, lo que -en definitiva- los coloca en un compromiso.

Lo “traigo” nuevamente a San Telmo y Mario dice: “Como es un lugar turístico durante todo el año, eso para mí es un inconveniente ya que los domingos se complica porque no se puede ir a la Plaza Dorrego a tomar una cerveza y que las palomas vengan a comer el maní, porque está lleno de turistas”. Pero agrega que eligió vivir acá “por el espíritu que el barrio sigue manteniendo a pesar de los cambios que se fueron dando en estos últimos años, porque el lugar donde vivió José Mármol o donde French y Beruti repartieron las escarapelas sigue estando, lo mismo que las históricas magnolias donde estaban los betlemitas en Humberto I° al 300. Por más que vengan turistas eso no va a cambiar y lo hace un lugar muy lindo. El mejor estado de salud es cuando uno tiene posibilidades creativas y eso ocurre acá”.

Texto y foto: Isabel Bláser

 

 

 

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