Marta y su show: “Mamá Mirame”

Cultura en la calle

(video: Youtube)

Buenos Aires. Domingo. Dos, tres, cuatro de la tarde. El sol pinta con su dorada luminosidad el grisáceo cemento porteño. Plazas y parques lucen verdes, brillantes. Amplias avenidas parecen respirar a pleno en el intento de oxigenar sus pulmones hasta el próximo fin de semana. Almas buscando un rato de dicha o al menos un pequeño, refrescante sorbo de alivio.

La melancolía del atardecer dominguero se mantiene al acecho. Todos lo saben, lo presienten. Sin embargo, nada hace presagiar el ocaso inminente.

El lunes sonríe con irónica mueca de triunfalismo como extraño y poderoso rey desde su fortaleza de piedra, allá en la cúspide de la rutina y la monotonía.

Aún es temprano. Todavía se está a salvo y el domingo bueno sigue en pie. Cobijando los sueños y las ilusiones de la mayoría, regalando generosamente la magia del arte callejero.

San Telmo es una fiesta. Romántico festival de lo antiguo y lo moderno impregna su perfume ciudadano en la piel de porteños y turistas.

Un francés detiene de golpe su andar despreocupado y señala a sus acompañantes aquel cuadro del Zorzal. A propósito, un alemán sueña con la pinta gardeliana luciendo un funyi que acaba de comprar.

La plaza Dorrego es un corazón abierto alimentado por la savia que transita las arterias de la vida. Defensa, una de ellas, conduce al centro neurálgico. Uno la viene caminando desde el Sur poblada de tango y colores. La morocha de enormes aros plateados invita a un europeo a bailar en dos por cuatro.

A unos metros ella realiza su show. Es imposible verla sola, miradas y sonrisas la rodean. Una y otra foto. En la fantasía de su alma y de su música habita toda una banda tradicional.

¿Qué caminos la habrán traído a esta república de domingos atemporales, entre calles con recuerdos coloniales y destellos de siglo XXI?

En la tardecita de El Británico, entre cafés y fantasmas, Marta Gaudioso devela cómo ha llegado a ser una flor más en esta primavera de arte que invade cada siete días una de las calles más atractivas de nuestra ciudad.

“Me retiré de la fábrica con una indemnización que nos dieron por cambio de firma. Eso era dejar lo seguro. ¡Claro, la quincena es lo seguro! Además yo salí con la ilusión de encontrar trabajo en una oficina pero después fui dándome cuenta que lo único que quería era irme de allí. Al poco tiempo comencé a notar que salía dinero pero no ingresaba nada. Seguí aportando en autónomos pero la jubilación tardó como un año. Mi hermana me tiraba unos manguitos pero eso no podía ser.

Un día, en una fiesta, yo estaba con el ukelele y entonces me dijeron:  ‘¿por qué no vas a cantar a la calle Florida?’.

Yo ni sabía de esto pero… bueno, me fui un día a las cinco de la tarde y me encontré a un muchachito sentado con su guitarrita en la calle Lavalle.

− ¿Vos…?

− No, es muy temprano señora, esto es a partir de las siete.

Un uruguayo que nunca volví a ver. Me contó que eran un grupito de amigos que se gastaron en una semana, en cerveza, lo que traían para un mes. Entonces iban con la guitarra a juntar unos mangos.

Así fue que di vueltas y vueltas hasta que a las siete aparecí. Empecé a desenfundar la mandolina (a mi bebé, al que le digo mi hijo natural, le había hecho un vestidito) y me largué. Tocaba y al mismo tiempo fraseaba con la voz. Puse una bolsita de nylon, ni siquiera una gorra ¡Y la gente empezaba a poner, yo no lo podía creer! Tres australes y pico que para mí eran toda una fortuna. Los pesitos más lindos de mi vida, llena de miedo y alegría a la vez.

Tenía temor porque, claro, no era una criatura precisamente. ‘Lo que llama la atención son tus canas’, me decía una amiga. Me sentaba tipo yoga. Iba sábados, domingos, martes, jueves. Era como una artista cuando le llegan trabajos de todos lados. Volvía flotando a mi casa, no lo podía creer. Eso fue en septiembre pero al poco tiempo dejé de ir. Reaparecí en febrero por San Telmo.

Uno es exhibicionista por naturaleza, cuentan de los verdaderos artistas que fuera del escenario les duele el reuma, la cabeza, pero en escena el tipo se yergue y ya no le pasa nada. Así me sucedía a mí… “Mamá mirame”, se llama mi show, porque cuando a los chicos les digo ‘niños sin cargo, se toca en la orquesta, ¿quién se anima?’, el chico viene, empieza a mirar a la madre y dice:  ‘mamá mirame’.

Una vez una criatura de unos cuatro años me miraba y me miraba -serio-, no hay nada que intrigue más. Yo me rompía tocando y la criatura seria no me sacaba la vista de encima. Cuando paré me dice: ‘ota vez, ota vez…’ ¡Yo casi me lo como!

A veces se arriman los perros y me pasan la lengua, como si olieran que los quiero tanto. Tengo una fotografía con un gato, en invierno. Como estaba yo en la veredita del sol él se quedó tranquilo sentado a mi lado en plena actuación.

Los jóvenes me dicen cosas tan lindas… “¡Mamita te llevo a la mesita de luz”.

Algunos se arriman y me piden ‘señora véngase a Gral. Pico, o… véngase a Brasil’. Me ven como a una madre y deben pensar pobre señora, el varón se conmueve sobre todo.

Yo que nunca supe a que pozo pertenezco resulta que soy una saltimbanqui de la Edad Media. Me gusta la calle, soy nieta de napolitanos. De ahí habré heredado el cantar y todo eso.

En San Telmo cada uno puede mostrarse como lo que es, los de acá y los de afuera.

A veces voy caminando inventando blues y canto:

San Telmo blues

barrio de ratas

pateando latas

voy para ahí.

La capelina de dama antigua

veo venir,

barrio de blues

Por ahí pasan todos ¡VIVE Y DEJA VIVIR, ASÍ ES SAN TELMO!

Así es San Telmo. Y así es Marta. Descubierta en un atardecer de confesiones. Mientras el parque refleja su verdor de enigmas en las ventanas de El Británico.

Más historias esperan a la vuelta de cada esquina. Sólo es cuestión de estar atento.

—Omar Dianese

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