“Me gusta cambiar las cosas”

Isaura Rey, una precursora

Cuando María Gnecco me contó que su madre cumplió 90 años y que comenzó a estudiar fotografía a los 73, no dudé en querer conocerla porque todo indicaba que se trataría de alguien “distinto”.

Voy a su encuentro un sábado, toco el timbre de la calle Chacabuco y me recibe María, sonriente. Me invita a subir la escalera de esa hermosa casona de San Telmo y al alzar la mirada encuentro la figura esbelta y elegante de Isaura Rey, dándome la bienvenida abriendo sus brazos y mirándome a los ojos. En ese momento, confirmé que es una persona “diferente”.

El ambiente “huele” a arte. Los cuadros pintados por María, en otra etapa de su vida; las fotos intervenidas de Isaura expuestas sobre la gran mesa, así como otras del barrio, ampliadas, que extrae de los cajones.

Café de por medio, empiezo a conocer un poco a esta fotógrafa que encontró -casi sin darse cuenta- su veta artística cuando dejó de trabajar, porque las tareas de la casa nunca la atrajeron.

Cuenta que nació el 1° de febrero de 1927, en Villa Luro y que su nombre -tan fuerte y personal- “lo eligió mi padre y me puso uno solo”.

Señala que su familia “es española de padre y madre; gallegos de Pontevedra. Media provincia era de los Rey pero él vino, con un amigo de Galicia, a trabajar. Era empleado, tenía sociedades y fue uno de los fundadores del Club Español. Recuerdo que cuando yo llegaba de la escuela, le preguntaba a mi mamá dónde estaba y lo iba a buscar. Nos contaba cuentos -a mi hermana y a mí- y nos incluía en ellos. No nos mandaba, nos hablaba. Falleció muy joven (46 años), por una peritonitis, el día que tenía que dar un discurso en el Centro Gallego”. Y cierra el relato diciendo con emoción: “Muy linda infancia”, pero sin dejar que la embargue porque seguramente sabe que es parte de ese hombre que la hacía sentir “amparada”, como ella describe.

Isaura dice con orgullo indisimulable: “Siempre fui aventurera. Cuando cumplí la mayoría de edad saqué un pasaje para ir a España en barco, quizás porque tenía el recuerdo de mi papá que extrañó mucho a su familia y nunca pudo volver. Entonces fui yo. A mi mamá se lo dije quince días antes de viajar porque no me hubiera dejado, aunque me hubiera ido igual”.

No es fácil encontrar una mujer con esa tremenda personalidad. Por eso estudió, trabajó en un sanatorio “boutique” en Barrio Norte y allí descubrió que le gustaba la carrera de instrumentadora y la cursó. Con el tiempo se casó y la familia se trasladó a Neuquén donde nació su hija. Luego de varios años volvieron a vivir a Avellaneda, de donde era oriundo su marido. Pero Isaura era consciente que, además de criar a su hija, quería llevar adelante sus inquietudes personales y comenzó a buscar “algo para hacer. Un trabajo que me permitiera estar con mi hija. Entonces, unos primos que tenían una cooperativa de estaciones de servicio me ofrecieron hacer almohadones para asientos de autos. Todo tenía que hacerlo yo, porque ellos solo los compraban y vendían. Así empecé y creé mi propia empresa, en 1964. Con el tiempo amplié el mercado y vendía colchonetas para playa, para carpas, colchones para casas rodantes, etc. Hacía todo, compraba los panes grandes de gomaespuma, los cortaba y hacía las fundas. Copé el mercado, no había otra fábrica que los produjera; era la única en el país”.

Le pregunto cómo llegó a San Telmo y la fotógrafa responde: “Porque María estaba harta de Avellaneda y, además, porque había terminado el secundario, trabajaba de día y de noche estudiaba y no me gustaba que viniera sola tarde. Mi marido había fallecido, entonces empecé a buscar una vivienda en la Capital, hace alrededor de treinta y cinco años. Recuerdo que pasaba con el colectivo frente a esta casa y pensaba ¨¡Qué lindo frente!¨ hasta que un día me bajé del colectivo, entré en la Inmobiliaria Royal que la vendía y cuando me puse a charlar con los dueños, resultaron ser del mismo pueblo -en España- que mi mamá. Luego vine con María y le gustó, aunque estaba abandonada; no se veían los pisos de madera, las puertas tenían capas de pintura y había que arreglarla toda, pero igual la compré y tardamos más de un año para habitarla”.

¿Y cuándo surgió su interés por la fotografía? “Cuando dejé de trabajar, porque ya se me hacía pesado, tuve estrés. Me despertaba y me preguntaba ¿Qué hago hoy? Me anoté en yoga pero cuando volvía, aunque me esperaban las tareas de la casa, no sabía qué hacer porque eso nunca me interesó. Hasta que un día (2007) en el Sindicato de Luz y Fuerza -Perú 823, CABA- donde hacía yoga, vi un cartel que decía ¨Fotografía¨ y me anoté, aunque nunca había puesto un rollo en la máquina y allí empezó todo”, relata Isaura.

Aprovechó un viaje que tenía programado a Estados Unidos, para visitar a su familia y se compró allá una buena máquina de fotos que aprendió a conocer con la ayuda de su “excelente profesor Ricardo Barreto” (sic) que no solo sabe de fotografía sino de arte en general y tomé la actividad con mucha pasión”, resalta la entrevistada.

Seguramente habría algo en ella que se desarrolló al descubrir este instrumento artístico. Tan es así que detalla: “Cuando era chica en mi casa compraban las sillas de mimbre que tenían madera y las dibujaba. Además, diseñaba mi ropa y se la daba a una modista para que la hiciera como yo quería. Nunca me compré ropa hecha. También, en su momento, hice un curso de Diseño de Interiores en la Asociación Biblioteca de Mujeres -Marcelo T. de Alvear 1155, CABA- y eso me abrió un panorama del arte, sin darme cuenta”.

Volviendo a la fotografía, señala: “Me gusta crear. La fotografía la saco como todo el mundo pero así no me transmite nada, es lo que veo. Entonces empiezo a jugar con ella, a intervenirla, porque me gusta cambiar las cosas. Para eso estudié fotoshop, lo básico, que me dio la herramienta para desarrollar mi imaginación. Es como una aventura. Tomo la foto, la paso a la computadora y voy investigando, trabajando con el fotoshop. A veces la dejo y un día me siento, saco cosas, agrego luz y colores, tomo reflejos, pongo algo brillante como si fuera el sol, voy probando y mirando cómo queda. En realidad la rehago toda, es como hacer un cuadro usando color, luz y movimiento a partir de una base”.

Noto que le gusta más crear que reproducir lo que ve y afirma: “Me gusta más esto, porque interviene el color y muchas otras cosas. Es una transformación loca. Lo otro me muestra lo que dice la cámara, pero esto es trabajar con contraluz y fuera de foco. Buscar no lo que está sino el fuera de foco que se muestra, siempre que no sea vulgar. Esa es mi personalidad. Hacer copias de lo que ¨ve¨ la máquina me aburre, por buena que sea la fotografía. Ahí no hay creatividad, entonces busco transformarlo en algo que no existe, no sé de dónde salió porque no me acuerdo de dónde partí. Me gusta mucho el color puro, con fuerza, vivo. Por otro lado, no pienso en lo que voy a transmitir, me gusta o no y voy buscando con mi ojo lo que siento. Soy directa en eso”.

Con su experiencia de vida le pregunto si piensa que la profesión que uno elige cuando es joven, debe regir para siempre y responde: “No, uno va cambiando, va viviendo otras cosas, puedo comenzar algo y notar que la mente hace una explosión porque encontró algo que la atrae. De cualquier manera, lo que se aprende siempre sirve”.

¿Será que siempre hay que hacer lo que a uno le gusta o también es bueno el sacrificio de lo ingrato? Y Rey responde, categóricamente: “Todo lo que hago lo hago con gusto. Todo requiere esfuerzo y la ambición de lograr algo más en uno. No se trata de dinero, sino de interés en la búsqueda y la formación. Veo en los jóvenes la falta de esas dos cosas, porque no se preocupan. Si no ponen nada de si, nunca lograrán nada. A la actual generación no le gusta el sacrificio, lo siente como algo negativo. Por su parte, la mía era demasiado estricta. Con María siempre traté de darle lo que pude pero después tenía que desarrollarlo ella, no yo. Es el esfuerzo lo que vale y me parece que hay que transmitirles eso, además de lo exquisita que es la cultura”.

Con relación al rol actual de la mujer en la sociedad, viendo que es una adelantada para su época joven, refiere que “al varón no le gusta que la mujer sobresalga y trata de contenerla. No quiere reconocer su evolución, que se preocupa más por el conocimiento y por superarse. Como nací feminista, eso lo siento enseguida. Pero debo decir que es la misma mujer la que a veces no se da la importancia que tiene, se victimiza y no se hace respetar. Somos nosotras las que transmitimos como nos fueron criando, en vez de cambiarlo. Las diferentes estaban mal calificadas socialmente, pero yo siempre me rebelé”.

Busco conocer cuál es su futuro con relación a su actividad artística y responde: “Lo que Dios disponga. Ahora tengo una muestra en la galería del Departamento de Artes Visuales de Nueva Escuela (Callao 67, CABA); expondré también en Café y Compañía (Bartolomé Mitre 1767, CABA), cuya dueña también es fotógrafa y hace una rueda invitando a colegas; además, seguir haciendo muestras en la central de Luz y Fuerza (Defensa 453, CABA) donde ya expuse en la galería de la entrada”.

Antes de irme quiero saber cómo ve al barrio y es contundente cuando dice: “Está en decadencia, lo noto en el aire. La parte física destruida y sucia. Me gustan los edificios antiguos por el trabajo de creación que tienen, pero tendrían que estar cuidados como una ¨tacita de plata¨ lustrada. Prolijo, limpio, no todo pintarrajeado porque eso tapa las construcciones hermosas que tienen un trabajo manual que ya no se ve. Sobre todo un lugar como San Telmo, donde nació el resto de la ciudad. Estamos destruyendo nuestra historia, que se ve en los hermosos edificios como el de Belgrano entre Bolívar y Defensa donde se observa la figura de un hombre sosteniéndolo con sus hombros. Es una obra de arte. Los de ahora son de vidrio liso, nada más”.

Me sorprende su energía teniendo en cuenta su edad y me dice que la tiene “viviendo, enfrentando todo, nunca victimizándome. Siempre voy para adelante”. Aun así, viéndola con esa presencia y ese espíritu, además de su personalidad diferente, intuyo que su hija tiene mucho que ver en eso y ella afirma: “Sí, todo. Influye muchísimo, si no no hubiera podido desarrollar algo así porque nadie puede hacer algo solo, a esta edad”.

                                                         Isabel Bláser

 

 

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