Memoria del adoquín: Una presentación histórica y técnica de este personaje polémico de nuestras calles

La subida de la calle Humberto 1. Foto: Alicia Segal

La subida de la calle Humberto 1. Foto: Alicia Segal

Desde el comienzo, las calles de Buenos Aires fueron un problema. En verano, un polvaredal; en época de lluvias, un fangal intransitable. Al principio se intentó mejorarlas arrojándoles cualquier elemento sólido que sirviera paras consolidar el terreno (piedra, madera, mampostería, y hasta huesos) pero no se lograban los mejores resultados. Pronto se vislumbró otra solución: empedrarlas.
Ya en 1769, el Cabildo había dispuesto traer piedra de la Isla Martín García para las calzadas, y piedras laja de Montevideo para las aceras.  Fue el virrey Vertiz (1777-1784) quien emprendió las primeras obras de delimitación y nivelación de las calzadas, y posteriormente el virrey Arredondo (1789-1795) quien desarrolló grandes obras de empedrado irregular. Ya en 1800, Buenos Aires presentaba gran parte de sus calles principales empedradas con piedras partidas, y sus aceras, de ladrillos y lajas de piedra.
En 1868 el Congreso propuso la “construcción de las obras de adoquinado, caños de desagüe y aguas corrientes”. Estas quedaron a cargo del inglés Ing. Bateman, cuyo trabajo incluía el entubamiento de los terceros y la creación de un sistema sanitario que llegó a cubrir más de 3.000 hectáreas de la ciudad.
Inicialmente, se había pautado adoquinar 500 cuadras—gran parte de ellas dentro de lo que hoy es el Casco Histórico—y se establecía que: “los paralelepípedos [la forma del cubo rectangular que tiene un adoquín] que hayan de adoptarse para dicho adoquinado serán de piedra sólida y compacta, midiendo cada uno de ocho a nueve pulgadas de largo, sobre tres a cinco pulgadas de ancho y cinco de profundidad”.
También especificaba que: “el lecho sobre el cual reposarán los paralelepípedos será de tierra o de cascajo, según lo requiera el terreno; cubierto de arena, consolidando los paralelepípedos con arena y cal líquida”.
La norma disponía que los adoquines fueran importados de inglaterra, y muchos de los primeros adoquines entraron como lastre en los barcos y tal vez fueron picados por los presos en las Islas Británicas. Pero prontamente se optó por los procedentes de la Isla Martín García, por ser más durables y económicos. A partir del año 1883, con la llegada del ferrocarril a Tandil, la piedra de esa región podía llegar a Buenos Aires en sólo 10 horas y esa región también se convirtió en una fuente importante de los adoquines de la Capital.
En 1882, se realizó la primera propuesta de adoquinado de madera (caldén, lapacho o quebracho). Las calles Alsina, desde Bolívar hasta Balcarce, y Defensa, desde Moreno hasta Hipólito Yrigoyen, lucieron este tipo de pavimento, y hasta hace poco en Cochabamba y Humberto Primo todavía se podía encontrar rastros del adoquín de madera.
Ambos sistemas conviven llegando a 1903 con 424 cuadras de adoquín de madera y 1402 cuadras de adoquín de granito sobre base de arena. Este último es el empedrado que hasta hoy podemos apreciar, por ejemplo, en las calles Estados Unidos Carlos Calvo o Cochabamba, todas entre Bolívar y Paseo Colón o Brasil frente al Parque Lezama, y el que lucía la calle Defensa hasta que fue asfaltada a fines de la década de 1950. Es decir, el adoquinado original que todavía queda sobre algunas calles de San Telmo goza de una técnica que cumplió su función de pavimentado por más de cien años.
A principios de esta década, se colocó tanto sobre Balcarce como Defensa, lo que técnicamente se denomina “granitullo”, que surge de partir en 4 un adoquín tradicional.
Esta obra no tiene el valor de una reconstrucción histórica, y fue concebida con un criterio más bien decorativo que no respeta los mismos materiales y técnica constructiva de la época a la que se pretende aludir. Fue mal pautada, por lo cual a poco tiempo de su inauguración presentó diversas roturas y baches que aun persisten, y por los cuales también fueron inútiles los innumerables intentos de reparación que el vecindario sufre hasta hoy.

Foto: Alicia Segal

Foto: Alicia Segal

Apología del Adoquín

Más allá del carácter pintoresco y la calidez que le aporta al paisaje urbano, el adoquinado tiene varios beneficios:
–Cuando está colocado según la técnica tradicional, sobre una cama de arena, facilita el drenado del agua de lluvia, evitando anegamientos.
–Por su composición, el granito tiene la característica de absorber menos el calor que el asfalto y también se refrigera más rápidamente, ayudando a que la ciudad sea menos calurosa en verano.
–Inhibe naturalmente el tránsito de altas velocidades.
–El bajo costo de los materiales, su fácil reparación y reposición, más su alta durabilidad, lo hacen económicamente muy conveniente.
–Por supuesto, no es recomendado para avenidas o vías rápidas, pero en las calles interiores, por las características antes mencionadas, el adoquinado no solo embellece sino que además beneficia a la ciudad, ayudando así a hacer mejor nuestra calidad de vida.

—Oscar Teso, vecino nacido y criado en el barrio de San Telmo

Fotos: Alicia Segal www.aliciasegal.empre.com.ar

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