Mi vida con Mafalda
El personaje Santelmeño es conocido por todo el mundo, pero siempre será una hija del barrio
Cuando hace un par de años, hojeando el libro Mafalda inédita, me encontré con la tira de abajo, reconozco que me temblaron las manos: Mafalda no sólo vivía en mi edificio, sino también en mi piso.
Mi desconcierto y turbación aumentaron cuando di vuelta la página. El papá de mi vecinita va al bar de enfrente, y desde allí ve su ventana: ¡mi ventana!
La cabeza me empieza a trabajar a mil: yo era una nena de la edad de Mafalda cuando Quino se mudó a mi edificio. ¿Se habrá fijado en mí alguna vez? ¿Algún rasgo de Mafalda habrá salido de un fugaz cruce en el ascensor, en la puerta de entrada, con ese señor tímido y desconocido, humilde y educado, del que casi no se conocía la voz (quizás porque dio toda su voz a su criatura)?
Después de todo, yo no era tan diferente de Mafi: Teníamos la misma edad, el mismo corte de pelo, vivíamos en el mismo lugar…
Y sin embargo sé que es rebuscado. No soy Mafalda. ¿Quién puede ser Mafalda? ¿Una sola mujer puede serlo? Si el corazón de Quino es tan grande que debió crear a tantos personajes-niños para contenerlo, el corazón de Mafalda es tan grande que no podría estar inspirado en nadie real.
Tampoco estoy segura de que alguna vez nos hayamos cruzado en aquella época (yo era chica y él trabajaba todo el día encerrado en su departamento del décimo piso), o si me vio con mi papá (Ricardo) en el kiosco de diarios de Jorge, a quien dibuja con su clásica gorra en la tira, y que era amigo común de Quino y de mi padre.
¡Pero cómo vuela loca la fantasía y se acelera el corazón cuando, por un instante, fantaseo!
Y es que el creador de Mafalda no olvida ni sus orígenes ni los de su criatura. Y lo digo porque esta iniciativa no surgió ni de este Gobierno ni de ningún otro (aunque recordamos y agradecemos mucho al legislador porteño Norberto La Porta, quien impulsó en 2005 la ley de colocar la placa). Tampoco nació del querido Caloi (aunque también le agradecemos muy especialmente el impulso que le dio con su blog). La idea surgió de los vecinos hace cerca de 25 años. Y Quino fue el único que lo recordó y lo mencionó en su discurso (aunque “discurso” suena demasiado formal para las palabras afectuosas que él nos dirigió el domingo 30 de agosto).
Lo único que me apena es pensar que 25 años es mucho tiempo para haber hecho esperar al maestro, y mucho tiempo para la mayoría de los vecinos de aquella época (entre ellos mis padres), que ya no están…
Muchos también se fueron cansando ante los oídos sordos, primero de la MCBA (a quien nos dirigimos de manera formal más o menos desde la época de Suárez Lastra) hasta el último intento: tratar de que homenajearan a Mafalda y a su creador cuando ella cumpliera los 40 (en septiembre de 2004). Un año antes (“con tiempo suficiente”, pensé, ingenua) presenté una carta de solicitud personalmente ante el GCBA, que me otorgó un número (perdido ya, junto con la carta, después de haber ido y venido en mi cartera durante todo el 2003 y parte de 2004). Y a partir de esto, sólo recuerdo haberme comunicado más de 50 veces por teléfono y escuchado promesas que se fueron diluyendo al ver que pasaba el tiempo sin respuestas.
Sólo quedamos en el edificio tres vecinos (vecinas en realidad…) de la época en la que Quino vivía en Chile 371: Alicia, de su mismo piso (10º), Norma, del 6º, y yo, Sara, la “más chica”. Y también está Simón, el que le compró el departamento a Quino. Y si queremos ser justos, hay que decir que hubo muchos que vinieron después de que Quino y su esposa Alicia se mudaran y que promovieron este tributo -especialmente una tercera Alicia y Ana María, entre quienes más voluntad pusieron-. Muchos que impulsaron este merecido homenaje, o “recuerdo afectuoso”, como él quiere llamarle.
Y ahora, aunque nos sentimos un poco invadidos con tanta gente mirando y fotografiando nuestra puerta, finalmente estamos satisfechos. Más que eso; estamos contentos. Primero, porque creemos que Quino (y su señora, Alicia) están contentos. Y también, porque Mafalda está sentada en nuestra esquina, y nadie nos va a convencer de que ella es sólo una escultura (¡al escultor Pablo Irrgang, felicitaciones!).
Y, por cierto, también estamos orgullosos. Y pueden explicarme todo lo que quieran para tratar de convencerme: que Mafalda excede lo local, que es internacional, mundial, universal, etc., etc… De acuerdo, todo bien; pero (entre nosotros) ella es más argentina, es más de San Telmo (o Montserrat: San Telmo es enfrente pero da igual). Mafalda es más nuestra que de otros, de cada uno de mis vecinos con nombre, apellido, historia personal y domicilio. Y, como diría Rodolfo Walsh, es mía. Mafalda es mía.
—Sara Esther González, vecina nacida y criada en San Telmo