Negocio familiar

plasticosPor Lilita Vives

Resulta que es extraño, diferente, llamativo y tierno (¿Por qué no?) en estos tiempos de tantos cambios, reemplazos, descartes e impaciencias, encontrarnos con la estructura de un negocio en el que un grupo unido obedece a un objetivo común: El negocio familiar.

Caminando por nuestro barrio, nos encontramos, en la calle Perú 475, con una Antigua Ferretería Industrial que -fundada en 1890 por Rupert Banham- transitó el paso de la historia adaptándose a los tiempos, aquellos de la importación, luego la fabricación, la baquelita, el plástico y los cambios intermedios que se sucedieron.

Quedan como testigos de la época, hileras altísimas de cajones fabricados con esa madera única que, junto con la altura de los techos y la profundidad del lugar, formaron parte de una zona en que motores, accesorios, maquinarias y repuestos se fusionaban y establecían un contacto tradicional con los “compradores” que venían de distintos lugares de la zona y del país.

Pero … ¿Qué es lo que realmente originó en mí que este caso fuera de inspiración para escribir la nota? Lo maravilloso del buen trato. Porque así fue. Llegué buscando un elemento que no existía en otros negocios y me encontré con una atención “personalizada”, agradable, sin límites de tiempo, didáctica (dándome hasta una explicación detallada del uso). Y me asombré…. Y aún más, cuando estos atributos resultaron comunes a las cuatro personas que allí atienden. Pero el asombro fue mayor, cuando descubrí que son todos herederos de aquel inglés que en 1890 tuvo un sueño y junto a su esposa (fuerte pilar en el crecimiento del lugar), formó una familia que hoy está representada por esta hermosa descendencia.

Largo camino han transitado y seguramente hubo momentos difíciles e inevitables. Pero ahí están, con un testimonio elocuente del esfuerzo, perseverancia, paciencia y, por qué no, orgullo de lo que ello significa.

Fue lindo encontrarlos, tratarlos y descubrir que hay gente que vale la pena conocer. Gente que estimula los sentimientos que -como en mi caso- se rozan con la emoción.

¡Un aplauso santelmeño a este “familiar negocio”!.

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