NI FU NI FA: NINI

Piel perlada blanco de zinc, boca fina y difusa, ojos pícaros y rutilantes, manos de pitonisa.

Marina Esther Traveso nació el 1 de junio de 1903, hija de una pareja de asturianos de acomodada posición económica. A dos meses de su nacimiento murió su padre. Con su madre y sus cuatro hermanos se mudaron a San Telmo, a una casa en Defensa 219, CABA (actual Museo de la Ciudad).

A los cuatro años ingresó en la Escuela Juan José Paso; a los cinco cantó en el Centro Asturiano; a los ocho representaba a “la viuda de Achával”, para criar a sus muñecas. «Desde chica, perdí mi identidad, fui Marina, Viducho, Perico, Maruja, Minina, según cuál de mis tres hermanos mayores me nombrara”. Para mí ni fu, ni fa: Niní.

“Niní Marshall nos hizo reír tanto que, a lo mejor por eso, no la tomamos en serio o no percibimos su cervantino dominio de la lengua”, decía María Elena Walsh.

A mí se me presentó “redepente” surgiendo de la radio que reinaba por las noches en la cocina de mi casa: “Catalina Pizzafrolla, a sus pieses. Desde hoy, una amiga más”. Con su voz engolada repleta de gallos morcilleaba vocablos guturales de finura y pudor. Lo hacía para derramar una catarata de retruécanos que un locutor indulgente -Juan Carlos Thorry- soportaba desde su lugar de maestro ciruela o besamanos cultural. Fue así que Marina Esther Traveso (Niní Marshall) logró que el nombre Catita, pasara al lenguaje popular como sustantivo.

Sus otros personajes: Cándida Loureiro Ramallada de López Caldeiras, Miss Mac Adam, Lupe, Jovita de las Nieves Leiva Peña y Obes, El Mingo, Mademoiselle Nitouche, Loli, Belarmina Cueio, Gladis Minerva Pedantoni y Pola Slotzkyn de Kohan llegaron a transformarse en un museo oral periódico, que atravesaba el aire en las ondas emitidas por radio. Sus personajes recorrían toda la gama de lo humano: había brutos, engreídos, atropellados, crueles, personajes que nacieron en hojas de cuaderno Coloso y que poblaron de voces entrañables los estudios de radio. Niñas, señoras, señoritas y doñas, en parodias que fueron prodigios de observación y festines de gracia, dice María Moreno.

Niní escribía, dirigía, actuaba, vestía y maquillaba sus personajes. Fue una estrella ajena al patriarcado y a la corrección política, una usina de humor que en el apogeo de las broadcastings llegó a producir diez sketchs radiales por semana, tecleando en su máquina Royal. Cátulo Castillo escribió que “ella había elegido quedarse en la infancia a seguir ¨jugando a las visitas¨”.

 «Mi niña», la llamaba Francisca Pérez, una leonesa que apenas bajó del barco encontró su lugar en el hogar de los Traveso y serviría de inspiración para la gallega Cándida. («¡Ay… si un rayo me hobiera partido el día que nací, hoy viviría feliz!«). Fue el primer personaje radial creado e interpretado por Niní, para debutar en 1937 en radio El Mundo.

El éxito de su audición propia, con Juan Carlos Thorry como partenaire, dejó atrás para siempre el periodismo de espectáculos, que ejerció con el seudónimo de Mitzi: ya era Niní Marshall.

Thorry, además de lograr con Niní una química perfecta, era un galán muy popular, esperado en la puerta de la radio por una legión de admiradoras. De la imitación de esas chicas de barrio que se apiñaban al grito de «¡Un autógrafo, Thorry! ¡Déale!«, surgió Catita.

Dice Irene Amuchástegui: “Solo un prodigioso dominio del idioma le permitió a Niní descalabrarlo, travestirlo y lanzarlo a las efímeras ondas del éter”.

En 1943, poco después de un pase récord de El Mundo a Splendid, Catita fue blanco predilecto de las autoridades de Radiocomunicaciones, designadas por el régimen militar de Ramírez para custodiar «el correcto uso del idioma».

Se determinó que las incorrecciones gramaticales de sus personajes atentaban contra la educación y ponían en duda los prejuicios populares acerca de las diferentes vetas de la inmigración -los judíos pensarían solo en negocios, los gallegos serían ignorantes y sucios, sus hijos renuentes a la domesticación cultural. Al contrario, afirma Amuchástegui: “Niní realizaba una verdadera tarea pedagógica por el absurdo, el cocoliche con que representaba el habla de los recién venidos eran versiones fonéticas escritas que equivalían a un relevo lingüístico. Y su voz podía sonar así: “Yo ti fía. ¿Una paquiete más, quí hace la mundo?… Tienis tiempo pir paga qui debes”. Y sostiene: “Mucho antes de las políticas de minorías que convertirían el estigma en orgullo para cambiar su sentido o que transformara un mito xenofóbico en una cuestión de honor”.

 “A mí poderán convencerme por la fuerza, pero con razones… ¡Jamás!”. Le exigían presentar sus libros antes de las audiciones para su aprobación o censura. Al principio, Niní recurrió a la ironía, con tiros por elevación frente al micrófono, dirigidos a la Oficina Preventiva, pero el círculo de la censura se cerró exigiendo su destierro, rescindiendo su contrato con Splendid («¡Desgracia humana!«, diría la propia Catita).

La dictadura cercenaba al tango, al lunfardo y a Niní Marshall.

Se refugió en el cine. Habiendo triunfado en la radio, no sorprende que por entonces también pegara el salto a ese medio. Después de mucho rezongar, aceptó ser dirigida por Manuel Romero, el Aristófanes porteño. Su primera película fue una definición en sí misma: Mujeres que trabajan (1938), para la cual pudo escribir sus diálogos y encarnar a la Catita vendedora. Al año siguiente Cándida (1939) y luego el tríptico, Divorcio en Montevideo (1939), Casamiento en Buenos Aires (1940) y Luna de miel en Río (1940). Llegaría a completar un total de 37 películas.

Pero a fines de la década, durante el gobierno de Perón, le advirtieron que por «orden de la Señora» ella ya «no corría más» en la industria cinematográfica y Argentina Sono Film dejó caer el contrato que tenían firmado. Cuenta Niní que, al buscar explicaciones, quedó sumida en la humillación y el desconcierto cuando el secretario de Juan Duarte le gritó: «Señora, dice el señor Duarte que se acuerde cuando, en una fiesta de pitucos vestida de prostituta, imitó a su hermana». Las siguientes diez películas de Niní fueron filmadas en México y España.

Ni fu ni fa: Niní no se acomodaba con los poderosos; riéndose de las señoras de Barrio Norte nació Moni, Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón, que reunía todos los tics de dicción y entonación de los bienudos de Recoleta: «Aló ¿Cuqui? ¡Moni! Ah, Cuqui, te llamo porque me dijo Titi que vos le dijiste lo que me dijo Lucy que yo te dije que no le dijeras ¿Vos le dijiste que no me dijese que vos lo habías dicho? ¡Pues lo dijo! Buá ¡Pero no le digas que yo te dije que me lo dijo!».

 A la manera de una Mafalda adulta, Niní sacó a la luz una clase social relegada a la que le hizo decir o ridiculizar lo snob, lo superfluo, pero sin groserías, sin palabras soeces, sin golpes bajos.​ Hizo visible, a través del humor, a la clase inmigratoria, que era un sector discriminado por las minorías.

Catita, de todos los personajes que hicieron de “burros” en radio o televisión, es la más revolucionaria. Ella puede pedir que le rebajen el precio de una Venus de Milo -ella la llama “del Mirlo”- por su falta de brazos o señalársela a Mingo en un museo como ejemplo de lo que le podría pasar si sigue “metiéndose los dedos en la nariz”.

Freud definió el chiste como una condensación verbal acompañada de una forma sustitutiva, lo cual sugiere que hay en este una tendencia al ahorro; entonces resulta chistoso saber que lo que transformó a Niní de ama de casa en actriz cómica fue, como ella relata, “una catástrofe sentimental y económica: mi marido se jugó todo al escolazo”. También Niní era capaz de reflexionar sobre sí misma.

«La madre es el ser que ha dado el ser» dice Catita en una conferencia titulada: La madre y “cuida de nuestro ser, como debe ser”. Parecía la sentencia de un filósofo posestructuralista, pero apenas era Niní, que pensaba desde la risa.

La risa emerge como una potencia “irrumpe en la escena, a veces, como fuga y desterritorialización” dice Gilles Deleuze. “Una carcajada es una alteración que podría ser pensada como una máquina de guerra al borde del absurdo”.

Pensar a Niní Marshall como una excepción inexplicable sería reducir el genio a un misterio, pero su talento fue un aporte no solo para sus monólogos sino también para la investigación filológica:​ la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata registró grabaciones con Marshall por las particularidades lingüísticas de sus personajes en compactos históricos de sus programas de radio.

Niní Marshall fue invitada en mayo de 1956 para incluir la grabación de sus personajes en el Archivo Sincrónico del Habla Actual de la Argentina, donde quedó registrada la desgrabación de Catita de la historia de Edipo: “Me quedé tan ampresionada con una novela que me emprestaron que se me cuaja la sangre an las venas cada vez que me acuerdo. Altra que los dramas gauchos que pasan a la radio, drama los que pasaban a los tiempos antiguos”.

Para ella no hay maestros ni preceptos. Como una reina loca desenmascara el poder de la apariencia y no cree en la existencia de un código que sea preciso respetar. Su “versión” es siempre libre. “¿A lo qué?” es la explosión de desdén con que enfrenta cualquier “aspamento” de sabiondo.

Catita es en sí misma, un circuito cerrado, le sucede lo que les pasa a los personajes de Kafka: están presos de situaciones que nacen y vuelven sobre sí mismas para entrar nuevamente en el mismo circuito.

María Elena Walsh la llamó nuestra Cervanta. «Así como en las posadas del Siglo de Oro los rústicos esperaban el arribo del licenciado o la dama que les leyera las peripecias de los mil personajes del Quijote, así nosotros nos congregamos hace medio siglo en torno de la radio para escuchar a una mujer que nos caricaturizaba en ámbitos tan desangelados como los páramos de Castilla. Tanto nos hemos reído con ella que olvidamos tomarla en serio”.

 Las que la tomaron en serio fueron los artistas del underground porteño que, con su desparpajo, travistieron el teatro adocenado de los 90: Urdapilleta, Las Gambas al Ajillo, Tortonese, Fernando Noy, la amaban y Niní era su estandarte. Esa cofradía de excentricidades tenía un monarca: Batato Barea, que disfrazado de gallina, me confesó una noche: “Mi gran sueño en la vida era haber sido Catita”.

También Catita llegó a la televisión. El medio le parecía demasiado improvisado, pero sus apariciones en los Sábados Circulares de Pipo Mancera, en 1967, sirvieron para acercar su trabajo a toda una nueva generación de espectadores.

A este resurgimiento se sumó su último gran espectáculo en el ámbito del café-concert: “Y… se nos fue redepente”, bajo los auspicios del productor Lino Patalano -en 1973- en El Gallo Cojo, un café concert de San Telmo. Esta obra unipersonal retrataba el funeral ficticio del zapatero del barrio y permitía a Niní, en un perfecto resumen de lo que había sido su carrera, retratar a todos sus personajes más conocidos. Niní se transformaba en la diosa de nuevas generaciones de público y de actores que la veneraban: Cecilia Rossetto, Marilú Marini, Gasalla, Pinti y Perciavalle.

En 1990 la Ciudad de Buenos le realizó un homenaje. En la primera fila del Teatro San Martín estaban Carlos Grosso, Julio Bárbaro, Cernadas Lamadrid, Horacio Salas, rodeando a Niní. Además, mil personalidades y todos los medios. Había un clima formal y de gran respeto, casi pesado. Entró Batato y subió al escenario con toda la sala atenta. Al inicio efectuó una danza suave y espasmódica en silencio hasta que, en su máxima concentración, comenzó como a centrifugar el escenario con unos movimientos de danza perfectos; pero de pronto cortó para decir que iba a recitar un poema de Alejandro Urdapilleta: “Sombra de Conchas”. Los funcionarios y demás figurones, se iban hundiendo de a poco en su butaca… Niní Marshall parecía atónita, deslumbrada, cuando en un momento Batato la señaló mientras recitaba: “Y a usted, la gran concha ilustre…”. Solo Niní reía a carcajadas.

Texto e ilustración: Horacio Cacciabue

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